Mar 08.08.2006
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LITERATURA › ANGELICA GORODISCHER Y LOS PERSONAJES DE “QUERIDO AMIGO”

“Ahora me tocaba a mí asumir la voz y la mirada del varón”

Para construir el mundo de Albert-George Ruthelmeyer, la escritora imaginó Birnassam, un país donde las casas sólo tienen luz si están habitadas por mujeres. “Escribo porque no quiero este mundo, quiero otro”, dice.

› Por Silvina Friera

Es la primera vez que Angélica Gorodischer publica una novela completamente epistolar y erótica, Querido amigo (Edhasa). En enero de 1809, Albert-George Ruthelmeyer es enviado por Su Majestad británica a Birnassam para firmar tratados comerciales y acercar a ambos gobiernos. Aunque es aceptado, las costumbres en esa especie de desierto vacío y sofocante le resultan insólitas. La casa que le asignaron es amplia, confortable, pero oscura. Le dicen que sólo en caso de tomar una mujer sería luminosa. “Todo se mueve, todo ondula lentamente como con pereza, como en las siestas de los trópicos, como en las mañanas del primer verano del mundo”, escribe Albert en una de las tantas cartas que le enviará a Rupert Lockwin, duque de Bartram-Weld. Extraña Londres, pero a pesar de que los gobernantes de ese país de Medio Oriente posponen los encuentros con él y de que los conocidos no lo invitan a sus casas y cuando lo visitan en la suya nunca traspasan el umbral de la puerta, siente como si el mundo se hubiera detenido y se le concediera un descanso. Y aunque al principio afirma que está lejos de su ánimo tomar mujer alguna porque es un hombre casado, empezará con una de las sirvientas elegidas al azar y terminará sumergiéndose en una intensidad inédita de placer y deseo.

“Cuando no había e-mail, escribía cuatro o cinco cartas por día”, dice Gorodischer en la entrevista con Página/12. “El género epistolar me resulta muy atractivo porque parece que una persona está conversando directamente con la otra. He leído las cartas de Mme. de Sévigné de atrás para adelante y son muy interesantes por los pequeños detalles de la vida cotidiana. Hay muchas novelas epistolares, aunque en este momento me visitó el señor Alzheimer, como dicen mis amigas, y me he olvidado los títulos.”

–¿Por qué necesitaba esa sensación de conversación con un otro para contar la historia de Querido amigo?

–Quería escribir una novela erótica, hacía rato que venía dándole vueltas a la idea, pero sabía que tenía que tener mucho cuidado con el lenguaje: no quería usar un lenguaje berreta ni científico para denominar partes del cuerpo o posiciones. Necesitaba algo fuera de este tiempo y me fui hasta 1809, a la época de las guerras napoleónicas, y elegí a un señor que era diplomático y además inglés. De manera que estaba muy bien que él usara para comunicarse las cartas, la metáfora, el circunloquio, la ambigüedad.

–¿De dónde surgió la idea de que las casas no tienen luz si no hay una mujer?

–El asunto de la luz es algo que viene de muy lejos, de un cuento infantil. El primer libro que me regalaron se llamaba El capullo rojo y ha sido tan importante para mí que el disco duro de mi computadora se llama así. Todavía tengo ese libro de cuentos, y en uno de los relatos se cuenta la historia de un país innominado, lleno de palacios y de reyes, en donde no había lámparas porque la princesa era tan bella que cuando caía el sol, ella salía a la terraza del palacio y todo se iluminaba.

–Es extraño y significativo que les haya asignado tanto poder a las mujeres, a principios del siglo XIX, cuando todavía estaban tan sometidas.

–Sí, pero en ese mundo las mujeres tiene un poder que no es igual al poder de los hombres. Les adjudiqué el poder de la luz y del sueño alto. Ellas están llenas de secretos, no quieren explicar cómo sucede que cuando duermen quedan flotando en el aire. Quería que tuvieran poderes muy distintos que los varones no pudieran alcanzar, que no fuera el poder político, ni el económico.

–¿Con qué tipo de paisajes y de culturas construyó Birnassam?

–El desierto es un paisaje que te lleva lejos, y yo estuve en Neguev. Es terrible porque el desierto parece estar siempre quieto. Me impresionó mucho esa experiencia. Quería mandar al diplomático de la historia lo más lejos posible, y como no me gustaba que fuera a un lugar conocido, inventé un país que estuviera en el Medio Oriente. En las primeras cartas le dice al amigo que no tiene dificultades con el idioma porque ya lo había estudiado, y después no vuelve a hablar del tema. Cuando se refiere a los nombres de las cosas y de las ciudades, hago la parodia de un idioma original que no conozco. Pensé que tenía que parodiar ese lenguaje y para eso utilicé la vocal “a”, porque me da la impresión de que en esos idiomas, como el árabe, se habla mucho con la “a”, y la combiné mucho con la “i”, y así fui dándoles el nombre a las ciudades y a las vestimentas.

–¿Cómo explicaría la evolución del personaje, que pasa de la incomprensión inicial a la asimilación?

–El tiene que evitar la violencia de la confrontación, necesita cierta ecuanimidad que se refleja en los esfuerzos por congraciarse con la gente y ver cómo se manejan. Lo único que se percibe es la nostalgia por Inglaterra, que poco a poco se irá perdiendo cuando él se asuma como parte del lugar. Me interesa cómo puede una persona cambiar radicalmente su vida. Tengo un par de novelas en donde abordo este tema, pero se trataba de protagonistas mujeres. El cambio en esta novela no es tan brutal, es más bien gradual, y además se hace por el lado del erotismo, cosa que es muy satisfactoria, por cierto.

–¿Es más difícil para una mujer escribir una novela erótica?

–Si bien hay erotismo en lo que escribí, sobre todo en ciencia ficción, era muy ambiguo y velado. No me resultó nada difícil porque al encontrar al narrador todo fue más sencillo. Lo conocí inmediatamente y me di cuenta de quién era y cómo hablaba. Borges decía que cuando lo oyó hablar a Funes tuvo el cuento hecho. No es que me quiera comparar con Borges, no estoy tan loca y no tengo tanta soberbia, sólo un poquito (risas).

–¿Por qué eligió narrar desde la perspectiva de un hombre y no de una mujer?

–Tomé la voz de un hombre a propósito. Durante toda la historia de la literatura, los varones han escrito sobre el erotismo de las mujeres; ahora me tocaba a mí asumir la voz y la mirada de un varón para hablar del erotismo propio del hombre y del de las mujeres que lo rodean. En mis últimos libros ha habido muchas narradoras y protagonistas mujeres, pero en este caso quise hacer la novela de un varón.

–¿Y cómo funciona la cabeza de un hombre?

–El empieza confesando que se dejó vencer por la pasión; en realidad se dejó vencer por la calentura, porque ni siquiera era pasión. Le cuesta mucho decirlo, pero después se va liberando, y a medida que se va internando en esa nueva civilización va perdiendo todas sus inhibiciones. Los hombres tienen una mirada mucho más focalizada y las mujeres, mucho más difusa, y es una ventaja porque una puede estudiar la bolilla seis, revolver la sopa, atender el timbre y al nene que llora al mismo tiempo. En cambio le pedís a un hombre que revuelva una cacerola y que baje el fuego de otra y te pregunta: “¿Cuál hago primero?” (risas). ¡No entienden que se pueden hacer las dos al mismo tiempo! Creo que es cultural, pero sospecho que en el erotismo pasa lo mismo; que los hombres son más focalizados y las mujeres tenemos capacidad de goce más difusa en todo el cuerpo. De ahí vienen todos esos chistecitos, como “¿qué le pasa a un tipo cuando le cortan el pito? Empieza a pensar con el cerebro” (risas).

–La novela tiene elementos maravillosos, pero el género epistolar le da un aire realista. ¿A qué se debe esta combinación?

–Me gusta demostrar que la realidad es también maravillosa, que lo fantástico está presente en todas partes, incluso en cosas que uno puede suponer que no existen. Recuerdo que Ingmar Bergman decía que no podía trabajar con gente para quien una mesa es una mesa y un queso un queso. Magritte opinaba lo mismo, pero de otra manera: decía que todas las cosas visibles tienen detrás otra que no es visible. Y mi tarea es ver cuáles son esas cosas invisibles que hay detrás de una mesa, que no es solamente una mesa, y ponerlas dentro del mundo en el que vivimos. A mí me resulta atractivo ponerlas en la calle, por eso escribí Trafalgar, un tipo que viaja por la galaxia, pero después se sienta conmigo en un café que existe y me cuenta cosas que son maravillosas. No hay un límite estricto entre lo fantástico y lo real; basta con ver la superficie de las cosas y rascar un poquito para encontrar lo fantástico.

–¿Por qué, entonces, se suele disociar tanto lo fantástico de lo real?

–Es el miedo a averiguar qué es realmente lo que nos está rodeando. Y en parte lo comprendo porque yo soy una persona muy miedosa.

–¿A qué le tiene miedo?

–A la oscuridad; duermo con la luz apagada porque tengo un marido al lado, pero si no lo tuviera, dormiría con la luz encendida (risas). Aunque soy carne de diván y lo he hablado con mi psicoanalista, no sé lo que hay detrás de una puerta cerrada. Alguien me puede explicar que hay una oficina con un escritorio, pero, ¿y si no? Si lo pensás bien, es muy aterrador. ¿Y si mañana el sol no sale? Cuando uno aprende a reflexionar sobre lo que ve, sobre lo que oye o sobre lo que lee, adquiere ciertos miedos. El filósofo tiene miedo.

–¿Y el escritor?

–También, pero los dos se defienden con la palabra para sacar lo invisible a la superficie. Me acuerdo de un cuadro de Magritte que es un rincón de un cuarto en donde hay una rosa que ocupa toda la habitación. Esa rosa era lo que había detrás de esa realidad. Suena un tanto disparatado, pero la literatura es un disparate porque cuando escribís, contás un disparate que no es del mundo en el que estás viviendo, por más que eches mano a las cosas de todos los días. Escribo porque no quiero este mundo, quiero otro, y aunque he escrito cuentos realistas siempre pasa algo extraño, y me encanta que el lector en algún momento pierda el pie.

–En el final, el personaje afirma que ya no se hace preguntas. ¿Es una reflexión de lo que le sucede a usted como escritora cuando termina de escribir?

–Sí, no me había dado cuenta... Cuando estoy en las tres cuartas partes de la novela la odio, la odio profundamente, ¡cuándo diablos voy a terminar con esto! Pero después ya está, no me pregunto más, termino y siento que me libero.

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