LITERATURA › AUGE Y CAíDA DEL ESCRITOR NORUEGO KNUT HAMSUN
Premio Nobel de Literatura en 1920, su germanofilia lo llevó a ver con buenos ojos el ascenso de Hitler, y de allí ya no volvió. Pero ahora se acaba de publicar un libro, Por senderos que la maleza oculta, donde ofrece una notable reflexión sobre la senectud.
› Por Silvina Friera
El héroe literario deviene traidor a la patria por simpatizar con el nazismo. En pocos años Knut Hamsun –germanófilo que vio con buenos ojos el ascenso de Adolf Hitler– pasó de ser el escritor más amado de Noruega, Premio Nobel de Literatura en 1920, al más odiado y temido. “Ahora se me usa para espantar a los niños”, comenta con ironía al principio de Por senderos que la maleza oculta, el último libro que escribió y que la editorial española Nórdica acaba de distribuir en el país. El texto empieza cuando es arrestado a los 86 años, en mayo de 1945. El anciano escritor, que cavilará sobre la vejez con “la mente limpia y la conciencia libre”, alegará ser inocente porque no denunció a nadie y trató de ayudar a sus compatriotas durante la ocupación. “El tiempo avanza, hay invierno y nieve. En este punto me detengo. Nadie sabe cuánto tiempo llevo aquí sentado reflexionando, pero no conseguí seguir. Quería decir algo único y certero sobre invierno y nieve, pero fracasé”, plantea el autor de Hambre, una de sus novelas más celebradas, mientras espera que su causa se resuelva. La fecha del juicio se postergará sine die. Después de “superar” el episodio de la internación en una institución psiquiátrica, en una torpe tentativa por achacar a la locura su apoyo al régimen pronazi de Vidkun Quisling, su máxima preocupación es que la muerte llegue antes de que pueda dar testimonio. Su alegato frente al tribunal está reproducido –bajo la estrategia literaria del “informador” que no corrige la ortografía– hacia el final del libro.
“Tan sabios no somos los seres humanos, no queremos renunciar a la ilusión de durar mucho tiempo. Ante Dios y el destino intentamos a toda costa conseguir fama póstuma e inmortalidad, besar y acariciar nuestra propia necedad, marchitarnos hasta el fondo sin estilo ni compostura”, se lee en Por senderos que la maleza oculta, publicado en Noruega en 1949, y traducido por Kristi Baggenthun y Asunción Lorenzo. “El tiempo se lo lleva todo y a todos. Yo estoy perdiendo un poco de renombre en el mundo, un cuadro, un busto, en ningún caso se habría tratado de una estatua ecuestre”, afirma el narrador de este libro anfibio, una suerte de diario novelado y memorias fragmentadas que combinan materiales autobiográficos con ficciones. Hijo de un humilde sastre rural, Knut Hamsun (Lomel Gudbrandsdal, 1859-Grimstad, 1952), seudónimo de Knut Pederson, fue aprendiz de zapatero, carbonero, maestro de escuela, picapedrero, empleado comercial, vendedor ambulante y escribiente de un puesto de policía. En 1882 emigró a Estados Unidos y a su vuelta a Noruega publicó Hambre (1888) –considerada “la primera muesca del camino de la novela psicológica”–, Pan (1894), Victoria (1898) y La bendición de la tierra (1917), por mencionar apenas un puñado de los títulos más destacados de una obra ante la que se rindieron Thomas Mann –“nunca nadie había merecido tanto el Premio Nobel”, subrayó el escritor alemán–, Herman Hesse, Franz Kafka, Ernest Hemingway o Isaac Bashevis Singer, quien dijo: “Hamsun es, sin duda alguna, el padre de la literatura moderna universal”.
“Son menudencias las cosas sobre las que escribo, y son menudencias lo que escribo. ¿Qué otra cosa pueden ser? Soy un preso preventivo alojado en una residencia de ancianos, pero aunque hubiera estado encerrado en una cárcel, no habría tenido cosas más grandes sobre las que escribir, tal vez más pequeñas. Todos los presos tienen que escribir sobre los dichosos sucesos de todos los días y esperar su sentencia, es lo único que tienen que hacer”, anota el escritor noruego y cuenta que, como no se le permite leer los periódicos, lo hace a escondidas. “Leí hace mucho, muchísimo tiempo –soy tan viejo que todo pasó hace muchos años–, una historia sobre Sócrates. Iba por la calle con un amigo y saludó a una persona. ‘¡No te ha devuelto el saludo’, exclamó el amigo indignado. Sócrates sonrió y dijo: ‘No me importa ser más educado que él’”, ironiza en un momento de Por senderos.
“Corre el año 1946, estamos a 11 de febrero –informa Hamsun–. He salido de la institución. Eso no significa que sea un hombre libre, pero puedo volver a respirar. Estoy muy deprimido. Salgo de una institución de salud, y estoy muy deprimido. Estaba sano cuando ingresé (...). Era una persona sana, me convertí en gelatina.” No estaba loco Hamsun como pretendía demostrar el gobierno noruego liberado. El padre de la patria literaria había apoyado al nacionalsocialismo sin perder los estribos. Casos como el del noruego hay varios que no viene mal repasar. Charles Maurras fue condenado a muerte por colaboracionista; la pena se conmutó por cadena perpetua y la expulsión de la Academia Francesa. En 1945 Louis-Ferdinand Céline fue arrestado en Dinamarca por el gobierno francés, acusado de colaboracionismo, y estuvo más de un año en prisión. Recién en 1951 fue amnistiado y regresó a Francia. El escritor noruego le regaló su medalla del Nobel de Literatura nada menos que a Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de la Alemania nazi. Este gesto –según su biógrafo Thorkild Hansen– permitió que consiguiera una audiencia con Hitler. Hamsun se quejó del administrador civil alemán en Noruega, Josef Terboven, y pidió su destitución, así como que los ciudadanos noruegos encarcelados fueran liberados, un pedido que irritó enormemente a Hitler.
“Yo no tenía ningún poder, pero mandé telegramas –revela Hamsun en su declaración en diciembre de 1947–. Me dirigí a Hitler y a Terboven (...). Enviaba telegramas día y noche cuando el tiempo apremiaba y se trataba de vida o muerte para mis compatriotas (...). Y fueron esos telegramas los que hicieron que los alemanes empezaran a sospechar de mí. Me consideraban una especie de mediador, un mediador no del todo de fiar, a quien convendría vigilar un poco. El propio Hitler acabó por rechazar mis peticiones. Le aburrían. Me remitía a Terboven, pero Terboven no me respondía.” En esa declaración el escritor noruego admite que “lo que acabará conmigo son únicamente mis artículos en los periódicos”. Entre esos textos está el panegírico post mortem dedicado al líder nazi: “Era un guerrero, un guerrero para la humanidad y un predicador del evangelio sobre el derecho de todas las naciones; un reformista del más alto rango y su destino histórico fue precisamente actuar en un tiempo de brutalidad, que finalmente lo hizo caer”. Hay textos horriblemente incómodos que cuesta leerlos. Al margen de estos “panfletos periodísticos” –que cabe aclarar no están en Por senderos que la maleza oculta, libro que se inscribe en el marco de una excepcional reflexión sobre la senectud–, la obra intensa y luminosa de Hamsun, páginas cargadas de una vibración especial, goza de muy buena salud.
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