LITERATURA › COMO ES ALABARDAS, LA NOVELA INCONCLUSA DE JOSE SARAMAGO
El Premio Nobel portugués estuvo trabajando en ella durante meses, antes de su muerte, en junio de 2010. Con ecos de la Guerra Civil Española, acaba de publicarse en una edición de lujo con ilustraciones del novelista alemán Günter Grass.
› Por Silvina Friera
Una novela inconclusa es la inminencia de una revelación que no se produce. Lo incompleto tensa las fascinantes cuerdas del misterio y lo que vibra en el ambiente es la especulación sobre lo que pudo haber sido y no fue. No son páginas arrancadas por los designios de la corrección. Son los trazos anunciados –a veces rubricados en notas de trabajo y apuntes–, truncados por la muerte. ¿Un libro inacabado es únicamente aquel que no se terminó de escribir? Quién sabe... En modo “escéptico” se podría advertir que gran parte de lo escrito y publicado debería considerarse provisional. Pero lo cierto es que José Saramago no fue un escritor que haya flirteado con la noción de lo incompleto como sí lo hizo Franz Kafka. El embrión de Alabardas (Alfaguara), la novela que José Saramago estuvo escribiendo meses antes de su muerte en junio de 2010, acaba de publicarse en una edición de lujo con ilustraciones del novelista alemán Günter Grass y textos del periodista italiano Roberto Saviano y del autor español Fernando Gómez Aguilera. Son tres capítulos de este texto póstumo –81 páginas exactas– que despliegan las peripecias de Artur Paz Semedo, un empleado ejemplar de una fábrica de armas cuyo mundo cambia cuando descubre en una película sobre la Guerra Civil Española que hubo trabajadores de la industria armamentística que sabotearon un obús que no explotó –y que llevaba dentro un papel escrito en portugués que decía: “Esta bomba no reventará”– en solidaridad con los soldados y obreros de la República.
Felícia, la ex esposa de Artur, le sugiere que investigue en los archivos contables de Belona S.A. si en los años de la Guerra Civil Española la empresa vendió armamento al bando fascista. “Aprenderás algunas cosas más de tu trabajo y de la vida”, le anticipa esta mujer, un personaje predestinado a crecer. En la primera nota de Saramago, fechada el 15 de agosto de 2009, se lee: “Es posible, quién sabe, que quizá pueda escribir otro libro. Una antigua preocupación, por qué nunca se ha producido una huelga en una fábrica de armas, ha dado paso a una idea complementaria que, precisamente, permitirá el tratamiento novelado del asunto”. El primer título que barajó para la novela fue Belona, nombre de la diosa romana de la guerra; luego optó por Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas, tomado de la tragicomedia Exortaçao da guerra del dramaturgo portugués Gil Vicente. “La dificultad mayor reside en construir una historia humana que encaje –explicaba el escritor, premio Nobel de Literatura–. Una idea sería hacer que Felícia regrese a casa cuando se dé cuenta de que el marido comienza a dejarse llevar por la curiosidad y cierta inquietud de espíritu. Volverá a irse cuando la administración compre al marido poniéndolo al frente de la contabilidad de un departamento que se ocupa de las armas pesadas.”
Gómez Aguilera plantea que en Alabardas –traducida por la viuda del escritor, Pilar del Río– la música de la prosa había adoptado ya su modulación en un mundo saramaguiano que exhibe “una expresión depurada de barroquismo, austera, directa, serena; diálogos ágiles, arraigados en la lengua cotidiana; su conocido narrador todopoderoso, sabio, reflexivo y totalizador; una mecánica de trenzado cartesiano; la figura de otra mujer vigorosa y pertinaz, Felícia, una nueva Blimunda de la paz, espejo de coherencia moral y esperanza de humanización frente a un Artur Paz Semedo burócrata, débil, adulador, gris”. Saramago concibió la novela “como un ejercicio de acción intelectual, un método para programar escenarios verbales de pensamiento y, por consiguiente, un vehículo para reflexionar”. La intención del escritor consistía en diseccionar “la paradoja moral del empleado ejemplar de una fábrica de armas capaz de abstraerse en su rutina de las consecuencias derivadas de su disciplinada eficiencia profesional”. El autor de Memorial del convento y La caverna, entre otros títulos, proyectaba “una exploración minuciosa de la responsabilidad ética del sujeto, hacia sí mismo y con la sociedad, derivada de sus actuaciones; en definitiva, fraguaba una inmersión cuerpo a cuerpo, en la enajenación cotidiana de la conciencia propia, sacudiendo paradojas y excusas, indolencias e incongruencias agazapadas”.
Saviano postula que Alabardas es “una orquesta de revelaciones”. “Dentro de Artur Paz Semedo está el meollo dorado en Ensayo sobre la ceguera: ‘Siempre llega un momento en que no hay más remedio que arriesgarse’”, afirma el periodista italiano con conocimiento de los desafíos que implica investigar temas complejos como la mafia y el crimen organizado. “La prudencia manda que el pasado sólo se toque con pinzas, e incluso así, desinfectadas, para evitar contagios”, dice el narrador cuando Artur accede a los archivos de la fábrica. Si lo más difícil es el final de una novela, el escritor portugués, como dejó constancia en una de las notas, ya sabía cuál sería la última frase de Alabardas, en boca de Felícia: “El libro terminará con un sonoro ‘vete a la mierda’, proferido por ella. Un remate ejemplar”. La frase que cierra el tercer capítulo –“nada que otra persona no pueda hacer”– está lejos de ese remate deseado. Cuando los lectores llegan a esta instancia de interrupción, podrían balbucear, rizando un poco el rizo, que esta pequeña obra incompleta es el eco de un sonido que todavía no se produjo.
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