Mar 16.12.2014
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LITERATURA › EL ESCRITOR BRASILEñO BERNARDO CARVALHO Y SU NOVELA HIJO DE MALA MADRE

Vida y destino en San Petersburgo

El autor, traductor y periodista abordó con lucidez y pesimismo la ferocidad de la guerra sucia entre rusos y chechenos. Para ello le dio voz, con todas sus complejidades y tensiones, a un movimiento de madres que se organizan para salvar a sus hijos.

› Por Silvina Friera

El presente lo devora todo en el negro abismo de casi medio millón de muertos. La ferocidad de la guerra sucia entre rusos y chechenos extrema hasta lo indecible esa violencia que sólo puede ser sustantivada: masacres, torturas, campos de refugiados, secuestros y ataques guerrilleros. En 2003 dos mujeres se reencuentran en un café de San Petersburgo, en vísperas de la celebración del tricentenario de la ciudad. Marina Bóndareva –integrante del Comité de las Madres de los Soldados, un movimiento de resistencia que denuncia las violaciones de los derechos humanos por parte del ejército– y Iúlia Stepánova hace casi cuarenta años que no se ven. Una le extiende a la otra un papel en que se lee: “Escribo como el loco que no puede dejar de canturrear su letanía sin sentido, aunque más no sea para no oír el ruido del mundo, hablar solo, más alto que el ruido del mundo”. Este es el primer hilo de una compleja trama de historias de madres y dos jóvenes homosexuales que se despliega en la extraordinaria novela Hijo de mala madre (Edhasa) del narrador brasileño Bernardo Carvalho.

Como quien saborea un recuerdo, Carvalho cuenta que la escritura de la novela es el resultado de Amores expresos, un proyecto del productor de cine brasileño Rodrigo Teixeira, quien invitó a escritores brasileños a pasar un mes en distintas ciudades del mundo para escribir historias de amor que luego adaptaría al cine. “Me tocó San Petersburgo, pero yo no tenía nada que ver con Rusia. Empecé a buscar un montón de cosas sobre la sociedad rusa actual; leí un libro de Anna Politkósvskaya, la periodista que fue asesinada en Moscú en 2006. Descubrí en uno de sus libros al Comité de las Madres de los Soldados de San Petersburgo, madres que se organizan para salvar a sus hijos. Y pensé que sería un buen personaje tener a una de esas madres. Me fui a Moscú para entrevistar a la presidenta del Comité y eso me dio un montón de ideas sobre qué hacer. Como no conocía bien la sociedad rusa, quería un modo de entrada con el cual pudiera identificarme. Entonces adquirí un punto de vista extranjero y ahí me di cuenta de que el extranjero típico para los rusos es el hombre del Cáucaso, que es el inmigrante pobre, y quise que uno de los personajes fuera checheno”.

En San Petersburgo, donde estuvo un mes en 2007, fue al teatro y tuvo el placer de hallar una joyita rusa por partida doble: la puesta del director Lev Dodin, adaptación de la novela Vida y destino, de Vasili Grossman. “Me compré la novela que no conocía por ignorancia total. Y me emocionó mucho. Todos los personajes convergen en la batalla de Stalingrado. Me dije que tal vez yo pudiera hacer eso con la guerra de Chechenia. La forma de mi novela tiene que ver con el hallazgo de la novela de Grossman, aunque mi novela es pequeñita y la de Grossman es enorme. Tiene que ver con esta idea de muchos personajes que se unen en torno de un punto. Tiene que ver con la idea de trauma, de fantasma, de espectro”, explica el escritor, traductor y periodista brasileño que nació en Río de Janeiro en 1960. Carvalho, que fue corresponsal en París y Nueva York para el diario Folha do Sao Paulo y es autor de obras de teatro y novelas como Aberración (1993) y Nueve noches (2002), tradujo Nadie nada nunca de Juan José Saer. “Yo quería hacer cine y me fui a París en el ’84 para estudiar en una escuela, pero al final no tuve éxito y me quedé igual un año –repasa el escritor en la entrevista con Página/12–. Tres años después volví a París como corresponsal y entrevisté a Saer. En aquella época, Saer era una posibilidad de aire en la literatura latinoamericana. No teníamos nada comparado a Saer en Brasil. La literatura brasileña estaba muy encerrada en cosas anacrónicas en un mal sentido.”

–En la novela hay una tensión entre “buenas” y “malas” madres, algunas ausentes, otras muy presentes. ¿Esta ambigüedad fue deliberada?

–Sí. En Brasil el título original es O filho da mae, hijo de madre, un eufemismo para decir hijo de puta. Quería que estuviera esa ambigüedad entre hijo de madre e hijo de puta. No es solamente la madre que no está presente, sino también el hijo como la construcción de un monstruo. El amor de la madre nos parece el amor más incuestionable. Pero el amor de la madre es también lo que está en la creación de las naciones, de los clanes, de las guerras. Cuando tú empiezas a creer que tu hijo vale más que el hijo de tu vecina, entonces comienzan las fronteras: “mi” familia, “mi” casa, “mi” nación, “mi” clan y “mi” guerra. Si hay que salvar a mi hijo o al hijo de la vecina, salvo al mío. Lo que me interesa del Comité de las Madres de los Soldados es que se involucran y luchan por los hijos de cualquiera. Esto es una conciencia política que se hace por experiencia y que le crea muchos problemas a (Vladimir) Putin. Cuando estuve ahí, el Comité de las Madres de los Soldados quería crear un partido político. Que ellas estuvieran en el Parlamento era el horror para Putin, porque estarían en contra de todas las guerras y lucharían por los hijos de todas las madres.

–¿Se preguntó mientras escribía la novela qué implica ser madre o padre en situaciones de guerra?

–Traté de ponerme en la piel de una madre. Si fuera madre y estuviera en una guerra, haría todo para salvar a mi hijo. Sería más importante que mi vida. Pero ese sentimiento tiene consecuencias muy malas. Parece que estamos salvando a alguien por amor, pero estamos atacando también. A partir del momento en que adoptamos ese papel de salvar a una persona por amor, en verdad estamos matando a otras. Si fuera madre, estaría lista para matar a un montón de gente para salvar a mi hijo. Todo el tiempo pensé la posibilidad de que salvar significa también matar.

–¿De dónde viene esa especie de pesimismo y oscuridad que tiene Hijo de mala madre? ¿Es algo solamente de esta novela o va más allá y está inscripto en su forma de encarar la literatura?

–Mi literatura tiene una proximidad con ciertos escritores germánicos y austríacos, como Thomas Bernhard, Peter Handke o (W.G.) Sebald. Me interesa la decepción y negatividad de esa literatura como forma de resistencia. Hijo de mala madre es un libro muy negro, muy desesperado, pero me da mucha alegría leerlo (risas).

–¿Hijo de mala madre es su novela más desesperada?

–No sé... Tal vez sí porque no tiene humor. Tengo otras novelas desesperadas con una ironía mayor. Cuando los libros son, hay una inteligencia puesta en juego. Pero en Hijo de mala madre no quería parecer inteligente y tampoco quería mostrar que tenía una distancia analítica con el tema. Es una novela que tiene la atmósfera de una ópera del siglo XIX.

–Suena anacrónico, ¿no?

–Me gustan mucho las cosas anacrónicas porque creo que son formas de resistencia, que es una manera de no adaptarte a tu tiempo. Estás más presente que el presente con lo anacrónico, aunque parece que estás en el pasado. Algo es anacrónico cuando no se adecua al tiempo presente. Me encanta crear cortocircuitos con el presente.

–¿Este pesimismo es solamente literario o es también existencial?

–Creo que las dos cosas. Como escritor debo mucho al pesimismo; es algo muy bueno para la humanidad. Si fuéramos optimistas, no habría pintura ni música. La música es el intento de celebrar porque estamos desesperados. Esta paradoja en el origen del arte es muy bonita y trágica. En Los anillos de Saturno, Sebald habla del origen humano y dice que para sobrevivir tuvimos que inventar el fuego. Pero el fuego es lo que nos mata. Sin el fuego no podríamos sobrevivir, pero con el fuego nos matamos.

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