LITERATURA › ENTREVISTA A MARTIN KOHAN
En su última novela, Museo de la revolución, reivindica “la enorme potencia ideológica” de Marx, Lenin y Trotsky.
› Por Angel Berlanga
Carril uno: el joven militante trotskista Rubén Tesare viaja a fines de 1975 hacia un pequeño pueblito cordobés para contactar a un compañero que bajaría desde el monte tucumano para recibir un bolso; como no aparece a la cita, Tesare cumple la orden de su organización de aguardarlo un día más y desacata la indicación de pasar desapercibido cuando se engancha con una seductora pasajera con la que compartirá la habitación de un hotel.
Carril dos: veinte años después, un editor argentino contacta en México DF a Norma Rossi, una colega que se fue del país en los ’70 y conserva un cuaderno de reflexiones políticas del desaparecido Tesare; ella le va contando minuciosamente qué pasó con aquel militante en aquellas horas, lo que le hace pensar en la existencia de otro cuaderno, más íntimo.
Carril tres: Rossi le va leyendo a su interlocutor tramos de las reflexiones que dejó escritas sobre los textos revolucionarios de Marx, Engels, Lenin y Trotsky; estas lecturas al comienzo le resultan seductoras, pero con el correr de las páginas el editor querrá saber más sobre lo íntimo y menos sobre lo político, asunto que choca contra el empeño de ella por leerle en el auto, en el hotel, en el bar o hasta en la tumba del mismísimo Trotsky, análisis sobre el Manifiesto del Partido Comunista o La revolución traicionada, entre otros.
Por esos carriles marcha Museo de la Revolución, la novela que Martín Kohan acaba de publicar. Entrelazados como un continuo, porque el texto no está estructurado por capítulos ni recurre al recurso de la fragmentación, esos carriles proponen establecer conexiones entre idearios revolucionarios y épocas –las de los textos de los teóricos principales del comunismo, los ’70, los ’90, hoy– y también entre lo íntimo, la vida privada y lo político. Porque resulta que a Tesare sus compañeros le prohibieron, por razones de seguridad propias de una época que ya contenía los signos de la masacre que sobrevendría, que siguiera de novio con una militante montonera. “Como me interesaba construir una idea sobre la militancia en los ’70, en algún momento apareció esta cuestión de la interferencia de la política en la vida privada, esto de su postergación o sacrificio a favor de la lucha revolucionaria”, dice este narrador, ensayista y profesor universitario de teoría literaria, autor entre otros libros de las novelas Dos veces junio y Segundos afuera. “Me parece que esa podría ser una marca de época –dice Kohan–. Una mirada demasiado impregnada del estado de cosas del presente lleva a la objeción en cuanto a con qué derecho una organización interfería sobre el amor y las relaciones personales de un tipo; yo mismo puedo participar de eso, no sé si estaría en condiciones de dejar que un comité de disciplina se pronunciara sobre con quién salgo. Pero una decisión así en aquel contexto me parece legítima: si pensamos que la revolución era posible, la toma del poder y la liquidación de la propiedad privada, sería necesario predisponerse a acomodar la vida diaria a algún tipo de práctica política. Me parece que hay algo del imperio de la lógica en una práctica revolucionaria ligada en esas condiciones a la clandestinidad o al sigilo que lo vuelven válido. Era algo que quería poner en juego, más allá de lo que hoy primero aparece: el cuidado de sí, del ámbito familiar.”
–¿No le resulta propia de la naturaleza humana, casi, la molestia de su personaje ante una intervención de ese tipo en su vida amorosa?
–Posiblemente sí; eso contribuye a la verosimilitud del relato, también. Tesare actúa un poco por calentura y bronca; uno podría decir que es como puro despecho revolucionario. En términos estrictamente literarios, aposté mucho a la idea de “a cualquiera le puede pasar”: ¿quién no se enrolla con una mina que encara y es fácil? Pero al mismo tiempo que está la naturaleza humana, también está lo otro, lo que llamaríamos cultura, o disciplina. Porque el ser humano tampoco responde todo el tiempo a los impulsos de su naturaleza, por suerte. Yo le veo a esa calentura de Tesare un signo político, más que de virilidad; él, en cambio, pretende que eso puede ser un asunto puramente personal. Los textos teóricos de Lenin y Trotsky sobre la vida cotidiana que se citan en el libro son fenomenales e indican que una verdadera teorización revolucionaria abarca también la vida cotidiana. Trotsky, incluso, considera que hasta que no habite una transformación radical en el cotidiano la revolución como tal no ha terminado de instalarse, de producirse.
–¿Cuál fue el punto de partida para escribir la novela?
–Lo que primero escribí fue el cuaderno de Tesare, ese ensayo sobre los textos teóricos, no narrativos, de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Luego pensé en construirle a eso una trama, en cuáles serían las condiciones narrativas de posibilidad para que un ensayo así existiera. Y así pensé en este militante trotskysta, que es más un teórico que un hombre de acción. –¿Comparte los análisis teóricos de Tesare?
–El ensayo forma parte de mi imaginario. Es algo que yo escribiría. Desde mi experiencia, fue escrito con la misma intensidad que las partes narrativas. Me empezó a interesar qué imaginario textual hay en los revolucionarios sobre la revolución.
–Pasaron 30 años desde el golpe y unas cuantas cosas en el medio, caída del Muro incluida. ¿Observa vigente el ideario revolucionario?
–Mi voluntad es apuntar a un principio de vigencia de lo que se pone en juego. En mi escritura había un impulso de fascinación por la imaginación revolucionaria. Evidentemente, la atmósfera social y el estado de cosas es otro, y de ahí el pasaje entre el ’75 y el ’95, que me permitía jugar con eso: no casualmente decidí situarla durante el menemismo. La novela pone en juego otros dos planos: uno ha tenido que ver con la militancia revolucionaria en la Argentina en los ’70 y lo que viene de ahí en adelante, pero está la otra dimensión, la revolución rusa; y más allá de que después de la caída del Muro nos toca una etapa de melancolía, también hay una potencia épica de lo que fue la revolución triunfante. En las ideas de tiempos, repliegues, avances, presentes y futuros de Marx, Lenin y Trotsky hay una fuerza política e ideológica enorme. Desearía haber capturado algo, en mi novela, de esa vibración.
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