LITERATURA › PUBLICARáN LA EDICIóN FASCIMILAR DEL MANUSCRITO VOYNICH
El librero lituano Wilfrid Voynich (1865-1930) fue el descubridor de uno de los libros ilustrados más raros del universo, escrito en el siglo XV en un idioma desconocido y que ha dado pie a las interpretaciones más dispares y descabelladas.
› Por Silvina Friera
El mundo aún no ha aprendido a leer. Quizá no aprenda jamás. Acaso dirán que suena excesivamente dramático. No faltará quien levante con urgencia la ceja –el dedo y la voz además– para señalar tamaño disparate proclamado por un puñado de chiflados o una secta de impenetrables eruditos. Exageraciones al margen, hay un misterio deslumbrante que acumula más preguntas que respuestas, más incógnitas que certezas. El manuscrito Voynich, uno de los libros ilustrados más raros del universo, escrito en el siglo XV en un idioma desconocido –hasta ahora indescifrable–, sólo se puede contemplar con la misma fascinación que se siente al mirar las estrellas. Lingüistas y criptógrafos prestigiosos han intentado despejar uno de los mayores enigmas de la humanidad. La inminencia de una revelación que no se produce alimenta hipótesis y conjeturas audaces. Algunos postulan que podría ser un tratado de botánica, otros se inclinan por un compendio astronómico. Los creyentes de las teorías conspirativas quieren ver en esas páginas un mensaje codificado, creado en un lenguaje tan evolucionado que todavía no nació su posible intérprete. Hay sugerencias que relacionan la obra con Leonardo da Vinci, los cátaros, una tribu perdida de Israel o los aztecas. En la rueda de la especulación, no podía faltar la descabellada autoría extraterrestre o el engaño perfecto de un genio de la literatura, un precursor medieval de Jorge Luis Borges. La editorial española Siloé, con sede en Burgos, fue la elegida por la Universidad de Yale (Estados Unidos), en cuya biblioteca se encuentra el original, para realizar la reproducción del “libro más famoso después de la Biblia”, como lo definió Juan José García, uno de los responsables de Siloé junto con Pablo Molinero, sello dedicado al campo de las ediciones facsimilares.
Este tesoro irresistible fue descubierto por el librero lituano Wilfrid Voynich (1865-1930) –de ahí el nombre con el que se difundió el manuscrito–, quien lo compró en 1912. Voynich, dueño de un negocio de libros raros en Londres, encontró el manuscrito en un monasterio italiano. Lo que tenía entre manos podría ser un manual medieval de alquimia o de magia. Después de revisar de punta a punta el pergamino, comprobó que estaba escrito en una lengua desconocida. Tomó fotografías de cada una de las páginas y envió las copias a especialistas. La pesquisa desencadenó distintas versiones sobre el contenido y la autoría: se trataría de un mapa de las constelaciones celestes, escrito por un sobreviviente devoto de antiguas sectas druídicas; un modesto catálogo de semillas africanas; el resultado de un experimento cabalístico, un código cifrado para transmitir mensajes, una criptografía para espías ingleses, el más perfecto fraude moderno. Los padres de la criatura serían Roger Bacon, Abraham Abulafia, John Dee, William Shakespeare, el Arcángel Uriel, el propio Voynich o un genio secreto. “El misterio es como el poder: un agujero al que se precipitan tanto los sabios como los idiotas que quieren ser útiles a la humanidad”, advierte el narrador de la novela El caso Voynich (Eterna Cadencia) de Daniel Guebel, una ficción descomunal que genera un artificio para otro artificio en la que plantea que la radical ilegibilidad de ese manuscrito “es la clave de la literatura del futuro”.
El manuscrito Voynich tiene unas 240 páginas manuscritas que, según la prueba del carbono 14 –practicada por un equipo de la Universidad de Arizona–, fueron escritas en el siglo XV. La partida de nacimiento oscila entre 1404 y 1438. Se utilizó pluma de ave para el texto y tinta de colores para las ilustraciones. No contiene tachaduras y todo el libro está escrito con unas 25 letras diferentes. El voynichés –idioma con el que se ha bautizado al texto del códice– podría ser un dialecto extinto del náhuatl, una lengua azteca. El año pasado Stephen Bax, un profesor experto en lingüística aplicada de la británica Universidad de Bedfordshire, consiguió desentrañar diez palabras, apelando a su amplio conocimiento de los manuscritos medievales y su familiaridad con las lenguas semíticas como el árabe. “El manuscrito tiene un montón de ilustraciones de estrellas y plantas. Fui capaz de identificar algunas de ellas, con sus nombres, al observar manuscritos medievales de hierbas en árabe y otros idiomas, y luego comencé la decodificación, con algunos resultados emocionantes”, confesaba Bax. Entre las palabras que ha identificado está el término para “Taurus”, junto a un dibujo de siete estrellas que parecen ser las Pléyades; la palabra “Kantairon” junto a una imagen de la planta centáurea, una conocida hierba medieval; así como otra serie de plantas: el “cilantro”, “eléboro” y “enebro”, también con sus dibujos correspondientes. “Mi objetivo es alentar a otros lingüistas a trabajar conmigo para descifrar toda la secuencia con el mismo enfoque, aunque no será fácil. De esa manera, quizá podamos entender lo que sus misteriosos autores estaban tratando de decirnos”, comentó el experto y descartó que todo sea un gran engaño. “Probablemente es un tratado sobre la naturaleza, tal vez en un lenguaje asiático o de Oriente próximo”.
Después de la muerte de Voynich, el manuscrito pasó a manos de su viuda, Ethel Boole Voynich, que lo tuvo entre 1930 y 1961; luego lo recibió Hans Peter Kraus (1961 a 1969), quien finalmente lo cedió a la biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Yale. En febrero del próximo año los editores de Siloé viajarán a New Haven para iniciar el trabajo de reproducción facsimilar. “Llevamos diez años detrás de este libro y hemos sido los elegidos. Es un libro maravilloso que está en boca de todos como un misterio sin resolver y además tiene una belleza caligráfica exquisita”, subrayó Juan José García, al frente también del Museo del Libro Fadrique de Basilea, espacio museístico situado en Burgos. “Cuando te enfrentas al texto es como si viajaras a tu niñez, cuando mirabas los dibujos sin entender la letra”, reflexionó García, un editor que intuye, siguiendo la estela de Stendhal, que “lo bello no es sino la promesa de la felicidad”.
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