LITERATURA › REEDITAN POEMAS DE AMOR, DE IDEA VILARIñO
Publicado por primera vez en 1957, el libro está dedicado a la relación fantasmal que fue para la poeta uruguaya el escritor Juan Carlos Onetti. El tono de la obra no tiene la solemnidad de la mujer despechada, sino una precisión quirúrgica para expresar los sentimientos.
› Por Silvina Friera
La pasión más radical de la lengua amorosa vuelve como un viejo tormento que le rompe el pecho, la parte en dos y le cubre de amargura la garganta. “En lo hondo/ olvidado/ late intacto/ el muñón/ doliendo sordamente”, se lee en Poemas de amor de Idea Vilariño, reeditado por Ediciones Universidad Diego Portales (Chile), libro dedicado a ese amor fantasmal que fue en la vida de la poeta uruguaya el escritor Juan Carlos Onetti. Aunque hay dicha, deseo desesperado y goce en un puñado de versos, el calvario del miembro ausente –como si le hubieran extirpado una parte del cuerpo del escritor-amante– va desplegando, sin estridencias, el odio, la rabia, la tensión de la espera y una especie de “eterno retorno” de reproches y desavenencias, el desconsuelo que detona suavemente en “Ya no”, uno de los poemas más conocidos y citados, estribillo de una negatividad que hiere: “Ya no será/ ya no/ no viviremos juntos/ no criaré a tu hijo/ no coseré tu ropa/ no te tendré de noche/ no te besaré al irme/ nunca sabrás quién fui/ por qué me amaron otros”. Vilariño, sublime en su bella tristeza, fue, es y será una de las poetas fundamentales de la lengua castellana del siglo XX.
En el prólogo del libro, la poeta chilena Milagros Abalo plantea que los de Vilariño son “poemas signados por la muerte del amor, o más bien por su mortalidad, es decir, por la hiperconciencia de la poeta de saber que todo terminará más temprano que tarde, si no ha terminado ya”. “En esta escéptica perspectiva, la felicidad, vienen a decir estos poemas de canto sobrio, es apenas un estado pasajero”, agrega Abalo, quien advierte que la forma básica de la negación es el núcleo desde el cual se articula la escritura. El término “no” se repite más de cien veces, desde el inicial “Un huésped” –“No sos mío/ no estás/ en mi vida/ a mi lado/ no comés en mi mesa/ ni reís ni cantás/ ni vivís para mí”– hasta el poema que cierra el libro, titulado “El amor”: “Amor amor/ jamás te apresaré/ ya no sabré cómo eras./ No habré vivido un día/ una noche de amor/ una mañana/ no conocí jamás/ no tuve a nadie/ nunca nadie se dio/ nada fue mío/ ni me borró del mundo con su soplo”. Poemas de amor, publicado por primera vez en 1957, está dedicado a Onetti (1909-1994); dedicatoria que Vilariño suprimía y reponía en las diversas ediciones. “Aunque ese gesto, el de negar su nombre en la primera página, podría leerse como una venganza, lo que la autora hace en términos literarios es liberar al conjunto de los poemas de esa historia específica, abriéndolo al surgimiento de nuevas prácticas amatorias en vez de encajonarlo en el desquite”, interpreta la prologuista.
“Es el último hombre de quien debí enamorarme, porque éramos lo más imposible de ligar que había”, reconocía la poeta uruguaya sobre una relación que comenzó a principios de los años cincuenta y que se extendería durante casi dos décadas, al ritmo de los encuentros y desencuentros. “Había un hombre que llegaba a mi casa sin aviso, a cualquier hora (...) Cerrábamos las puertas y las ventanas. Se detenían todos los relojes. Ya no sabíamos si era de día o de noche o si era sábado. Nos transformábamos en enemigos, en parientes, en desconocidos. En alguna oportunidad llegamos a pasar días, encontrándonos a tientas, invocando algo que era como dar la vida. Era una experiencia de éxtasis”, recordaba Vilariño cuyos primeros poemarios, La suplicante (1945) y Paraíso perdido (1949), estuvieron atravesados por la influencia del poeta español Juan Ramón Jiménez. Ese amor dolía y quemaba tanto que hasta la tentativa de olvidar parecía sucumbir, como se intuye en el aire del brevísimo “Adiós”: “Aquí/ lejos/ te borro./ Estás borrado”. O en otro que da cuenta del drama de quien sobrevive literalmente mucho tiempo a la muerte del ser amado: “Anoche entre mis sueños/ puñado de cenizas/ hice el amor contigo/ sereno y exquisito/ contigo que hace tanto/ hace tanto estás muerto”. Peleas, reconciliaciones, idas y vueltas, partidas y regresos: el inventario de un amor imposible. “Discutíamos, nos dejábamos de ver, pasaban meses, yo comenzaba otra relación y, cuando estaba en lo mejor, llamaba Onetti y se iba todo al demonio”, definía Vilariño esa relación marcada por las escaramuzas de la incomprensión y el desasosiego.
El amor, la vida y la muerte vertebraron el universo poético de Vilariño, también crítica y traductora uruguaya que nació en Montevideo el 18 de agosto de 1920 y murió en esa misma ciudad, a los 89 años, el 28 de abril de 2009, autora de Nocturnos (1955), Pobre mundo (1966) y No (1980), entre otros poemarios. “Amor/ desde la sombra/ desde el dolor/ amor/ te estoy llamando/ desde el pozo asfixiante del recuerdo/ sin nada que me sirva ni te espere”, confiesa la voz poética en “Te estoy llamando”. En el prólogo, Abalo da en el blanco de una cuestión medular. “Poemas que sólo dicen lo que no se puede decir, disparos donde lo que se está diciendo habla por lo mucho que se ha callado: Idea Vilariño no ejerce la expansión, sino que trabaja en su contra, cuestión notable y hasta cierto punto excepcional si consideramos que la lengua en la que escribe, el castellano, es tan proclive a la profusión, al alargue, al vericueto, incluso al barroco. Lo suyo, en todo caso, no se trata tanto de síntesis o de ahorro como de eficacia, de efectividad, pues si bien no hay ni una palabra de más, tampoco hay ni una de menos (...) Todo vibra, todo confluye, siempre con palabras sencillas puestas de tal manera que suenan como si lo escrito estuviera siendo dicho, rumiado”.
Lejos de la paradoja dramática del tango –“rencor tengo miedo de que seas amor”–, el estilo Vilariño vibra desde la precisión quirúrgica, rehuyendo de esa solemnidad desquiciada de la mujer despechada para optar por un modo de susurrar la intensidad de los sentimientos, como revela hacia el final de “Me pregunto”: “O la noche terrible en que tú estabas/ llorando en el teléfono/ nunca lloré decías/ déjame ir decías/ y yo mi amor mi amor/ –te había echado/ había muerto–/ y yo mi amor/ mi amor/ y yo estaba con otro”.
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