LITERATURA › A LOS 103 AñOS, MURIó EL POETA Y COPLERO ALEDO LUIS MELONI
Era una institución en el Chaco, donde nació, se crió, fue maestro rural, corrector de diarios y donde publicó su primer libro recién a los 52 años. Quienes lo conocieron destacan especialmente su humildad. Recientemente se publicaron sus Obras completas.
› Por Silvina Friera
El alma deambula encogida de pena por “la ley de la vida”, como escribió el inolvidable poeta y coplero chaqueño. Aledo Luis Meloni murió el lunes a la noche, en Resistencia, a los 103 años. “No pretendo, claro está,/ un sitio para mi nombre/ en el diccionario lírico/ que encumbran Neruda y Borges;/ si apenas soy un coplero/ que en cada copla se esconde;/ que anda anudando palabras/ en la voz de los cantores/ y celebrando al amor/ para que otros se enamoren;/ o ciñéndole a la vida/ un moño de tela pobre,/ para que también, a veces/ con lo mínimo se adorne./ A nadie envidio lo suyo,/ con lo mío estoy conforme:/ me basta ser un coplero/ que en cada copla se esconde”, se lee en el poema “Identidad”, una declaración de principios y legado, que no es un ejercicio de falsa modestia. Quienes lo han visitado en su casa de la calle Don Bosco al 600, aquellos que han tenido el hermoso privilegio de charlar con él y escuchar tantas anécdotas, saben que la sencillez de Aledo, por más anómala que resultara en medio de egos literarios desmesurados, era su manifiesto existencial.
Cómo no recordar esa hermosa sonrisa que iluminaba su cara de viejo pícaro. Si vivir es andar abriendo surcos en la tierra, Aledo lo hizo desde que nació en María Lucila, una estación ferroviaria de la provincia de Buenos Aires que ya no existe, el 1 de agosto de 1912. “Cuando era chico, no me gustaba Aledo. ‘¿Por qué me pusieron ese nombre tan horrendo?’, le preguntaba a mi mamá. A lo mejor me quisieron poner Alejo o Aldo, pero la verdad que sigue siendo un misterio por qué me llamo así –recordaba el poeta en la primera entrevista de Página/12 en 2009–. Luis sería un nombre trucho, como dice uno de mis bisnietos, porque no estoy anotado con ese nombre. Cuando me bautizaron, según contaba mi mamá, el cura dijo que me faltaba un santo protector, y ahí me pusieron Luis para que tuviera mi santo.” Se recibió de maestro normal, pero le costó conseguir una escuela donde enseñar. Rumbeó en 1937 hacia General Pinedo, en el interior del Chaco, cuando fue nombrado maestro en una escuela rural en pleno monte. En los años 40 leyó a Antonio Machado, el poeta que le enseñó el pulso poético. “Machado, con esa poesía escueta, sin muchos adornos, me mostró cuál debía ser mi camino. Deseché todo lo que había escrito antes y no me arrepentí. Publiqué mi primer libro a los 52 años, Tierra ceñida a mi costado, en 1965. Muchos escritores, entre otros Borges, se arrepintieron del primer libro que escribieron, pero yo no. Siempre conviene tirar los poemas de juventud. Suelen ser muy inflamados, y la poesía no se lleva muy bien con esa inflamación porque necesita maduración”, sugería Aledo, autor de Rama y ceniza (1966), Coplas de barro (1971), Como el aire y el día (1974), Costumbre de grillo (1976), La palabra desnuda (1980), Umbral del silencio (1983) La luz que uno amaba (1987), Antes que sea noche (1990), La otra mirada (1992), Memoria y olvido (1993), Leve fulgor (1995), Todo se vuelve azul (1997), Las nubes que pasan (1999), La copla del lunes (2000), Don de lágrima (2001), La hora del cierre (2004), la antología poética La tentación de la palabra (2005), De coplas somos (2010), El trébol verde (2010) y Obras completas, que se acaban de publicar para felicidad de muchos lectores.
“En el trabajo literario hay que tener siempre a mano un canasto grande para tirar lo que no sirve. Porque escribir un poema es como tirar al blanco: en algún momento acertás. Pero también le pifiás mucho, y si no tirás esos poemas, perdés. Sé que al decir esto puede haber alguien que al leer mi obra poética me diga: ‘Don Aledo, por que no tiró este poema’”, bromeaba el poeta que vivía en Resistencia desde 1956 y que trabajó como corrector en los diarios El territorio y Norte. “La copla registra con precisión matemática la diástole y la sístole del corazón del hombre”, planteaba Aledo. En Poesía elegida, una antología editada por el Instituto de Cultura de Chaco en 2011, se combinan poemas y coplas para disfrutar el canto íntimo de Aledo: “En el corazón tenía/ una guitarra sonora;/ las penas para pulsarlas/ llegaban a cualquier hora”. A la cantante Mariana Carrizo le dedicó “Culpable”: “Culpa de tu vidalita/ llorando contigo estoy,/ como si una misma lágrima/ nos hermanara a los dos.// Como si toda la pena/ que se desangra en tu voz,/ fuera la pena honda/ que hoy llevo en mi corazón.// ¿Qué habrás perdido, Mariana,/ que lloras tanto al cantar?/ Tal vez algo que perdido/ nunca se vuelve a encontrar.// Culpa de tu vidalita/ también yo aprendí a llorar; como la vida es un río/ lloro el agua que se va”.
La segunda y última visita al poeta fue en 2012 –año en que celebró un siglo de vida–, junto a la periodista chaqueña Fátima Soliz –que le sacó las fotos–, y la escritora Claudia Piñeiro. “Al que me dice ‘¡qué lindo que llegó a los cien años!’, le digo: el hombre no debe llegar a los cien; ochenta, ochenta y cinco sí. Aunque esté mentalmente como yo, espiritualmente hay soledad, porque uno es de otra época. Toda mi familia, mis nietos y bisnietos me quieren mucho, pero son de otra época. De mis amigos, no queda nadie. Yo soy como una espiga de maíz desgranada: soy solo y algún otro granito. La espiga está vacía. Y se siente... Yo soy de la generación del 40; son setenta años que han pasado. La literatura actual no es mi literatura. Mi literatura no encaja con lo de ahora y la literatura de la juventud me cuesta disfrutarla más que entenderla, porque es otro el sentimiento, otra manera de expresar, otro lenguaje. Usted puede estar vivo y estar solo. Y a veces está como un hueso fuera de lugar. Pero así es la vida.” La escritura se fue achicando, decía Aledo, cuando resumía su itinerario hacia la brevedad: del poema a la copla, de la copla al haiku. En El trébol verde hay varios haikus bellísimos: “La polvareda/ es el ánima en pena/ de la sequía”; “Cronos nos hiere/ con premeditación/ y alevosía”; “Qué no daría/ por descifrar/ lo que murmura el viento”, entre otros. “Sin ritmo, no hay poesía. La poesía es música; si usted le saca la música a la poesía, pasa a ser prosa, aunque tal vez me equivoco. El pensamiento, el sentimiento, es lo que hace a la poesía. Pero si usted manifiesta un pensamiento o un sentimiento rítmicamente me parece que es mejor”, explicaba el poeta, que también publicó un libro de relatos: Tal cual (2010).
“El paisaje me hizo a mí. Y la gente sufrida de este paisaje. En Buenos Aires habría sido un poeta de cuarta. Acá soy de segunda, pero estoy en mi lugar. Disfruto mucho el hecho de que haya mejores poetas que yo. ¿Qué voy a hacer? ¿Me voy a poner a llorar? ¿Me voy a enojar con la vida? No, aceptémoslo así como viene. Yo escribí lo que pude.” Pudo mucho, queridísimo Aledo. Su palabra sobrevivirá al tembladeral de olvidos y silencios.
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