LITERATURA › LA VISITA DEL ESCRITOR SUIZO PHILIPPE RAHMY
Su última novela publicada en Francia, Allegra, se está traduciendo en Argentina por iniciativa de la Escuela de Otoño de Traducción Literaria del Lenguas Vivas, donde se presentará hoy. El escritor padece la enfermedad conocida como “huesos de cristal”.
› Por Silvina Friera
Las manos de Philippe Rahmy hablan con la cadencia de una lengua que necesita abrazar al otro. Un nudillo asoma como una pequeña ondulación que se desvanece en el aire cuando los dedos se mueven, como si fuera el director de una gran orquesta de pensamientos y recuerdos entreverados. “Soy de cristal, pueden ver a través de mí. No tengo secretos”, bromea el narrador, poeta y ensayista suizo sobre la enfermedad congénita que padece: osteogénesis imperfecta, también conocida como “huesos de cristal”, una debilidad producida por la escasa presencia de colágeno en los huesos, que provoca que se rompan con facilidad sin ninguna causa aparente. Allegra (La Table Ronde), su última novela publicada este año en Francia, se está traduciendo en Argentina por iniciativa de la Escuela de Otoño de Traducción Literaria del Lenguas Vivas, coordinada por Estela Consigli y Lucila Cordone, dos traductoras y docentes quijotescas que andan contagiando su entusiasmo por descubrir nuevas voces como la de Rahmy, que se presentará hoy a las 18.30 (en francés y sin interpretación) en el Lenguas Vivas. También participará de las Jornadas de Traducción Editorial en la 42ª Feria Internacional del Libro, el próximo jueves a las 17, junto a Inés Garland y Leopoldo Brizuela, en el predio de la Rural.
Lucía Dorín, que tradujo un fragmento del capítulo 33 de Allegra, lo compartió con . “Acostado en el agua caliente, me pregunto qué imagen se le cruzó al kamikaze durante la explosión. Seguramente Japón no, tampoco sus montañas nevadas, ni sus cerezos en flor. ¿Oyó resonar el himno nacional en su cabeza, o el discurso de su superior jerárquico al despegar, gritando slogans patrióticos? ¿Se imaginó a jóvenes desnudas esperándolo en una nube de kerosén para llevarlo al paraíso de los héroes, o simplemente la victoria, redonda, deseable, bella como el sol que brillaba sobre el mar? No, nada de eso. Nadie se mata por un ideal, ni ese pibe en su carlinga, ni el que se tira delante de los tanques norteamericanos o chinos o rusos en cualquier rincón del mundo, ni el que hace explotar una embajada, un avión o un colectivo. Nadie”. El que piensa-habla es el protagonista de la novela, Abel, un francés hijo de argelinos que vive en Londres. “El agua de la bañera entra en mis orejas y en mi boca. Estoy decidido a morir”, confiesa Abel.
Rahmy (Ginebra, 5 de junio de 1965) revela que tiene una expectativa “muy fuerte” por publicar en Argentina. “A los 13 años me fracturé las dos piernas y mis padres me compraron por primera vez un aparato de televisión. Recuerdo mucho el mundial del 78. Mientras era de noche en mi pueblito llamado Crans, entre Ginebra y Lausanne, del otro lado del mundo veía las tribunas del estadio Monumental y yo me moría de ganas por conocer este país. Mi cuerpo adolescente se despegaba y crecía, a pesar de mi inmovilidad. No sé por qué asociaba la movilidad con Argentina. Entonces yo no sabía nada de la dictadura ni los desaparecidos”, cuenta el escritor suizo que leyó mucho a Jorge Luis Borges, pero que se siente “más cerca” de Manuel Puig por el modo en que la lengua está asociada a las “discrepancias de la sociedad”.
La sonrisa de Rahmy es como una gota de agua que se expande por su cara cuando pronuncia un par de frases en español, como el nombre de su gato Edipo. Sus manos de dedos alargados y nudillos pronunciados tienen un aire de familia con las manos de Julio Cortázar. “Escribir no fue una vía de escape. Lo que hice fue amigarme con un poder muy fuerte que estaba en mí. La lengua pasó a ser como un miembro más de mi cuerpo, como un brazo, como una pierna, que me posibilitaba hacer cosas que tal vez no podía hacer de otra manera. Si quería caminar por una calle, escribía: ‘voy a caminar por esa calle’. Y caminaba. El primer poema lo escribí a los 5 años y le puse ‘El pequeño caballo blanco’. Empecé a hablar y a escribir muy rápido porque las piernas no me funcionaban. La lengua es como un ojo. Todo lo que veía lo decía y todo lo que decía lo escribía. Más allá de la enfermedad, creo que igual hubiera sido escritor. A diferencia de lo que se espera en la educación, que te prepara para ser funcional a la sociedad, la lengua va en contra de cómo funciona el sistema”, plantea el escritor suizo.
Nada de lo humano le es ajeno a Rahmy. En Allegra, uno de los temas que explora es la cuestión del extranjero en las sociedades occidentales. “La palabra extraño se transforma en algo negativo en el mundo. El protagonista de mi novela es un extranjero en su propia tierra. Aunque busca un lugar en el mundo, sigue siendo un extraño. Abel nació en Francia, de padres argelinos. Se va a Londres porque cree que son más abiertos con los inmigrantes; pero por la crisis económica mundial, pierde un buen trabajo que tenía en la banca de Londres y empieza a vivir al límite. Abel se convierte un poco en Caín, las circunstancias que sufre lo vuelven violento”, anticipa el autor de Betón Armé, una crónica de su viaje por Shanghai. “El malo en la novela es el sistema financiero internacional –afirma Rahmy–. El jefe de Abel le ofrece inmolarse, a cambio de mucho dinero, en la apertura de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012 porque eso provocaría la caída de la libra y buenos negocios para la banca. Abel va al estadio, pero justo al lado de él hay dos pequeños con su mamá y uno le pide que le infle un globo. De repente se conmueve, se echa atrás y toca fondo. Tira la bomba al río y vuelve a la realidad. Para mis manos era imposible escribir que Abel hacía explotar la bomba. No puedo escribir sangre, no puedo usar los mismos recursos de los políticos y los medios de comunicación para vender miedo”.
El escritor se define como un “cóctel” suizo: su padre provenía de una familia franco-egipcia-musulmana y su madre de una familia aristocrática alemana. “Mi lengua literaria es el francés, pero mi lengua materna es el alemán”, aclara el escritor.
–Es un misterio para mí... hay cuestiones que tienen que ver con mi historia familiar. Mi abuelo materno era de una familia aristocrática alemana que viene de Johann Philipp Palm, un héroe alemán fusilado por Napoleón, que aparece mencionado en la primera página de Mein Kampf de Adolf Hitler. Todos en esa familia fueron nazis... Yo no quiero esa parte de la historia familiar, no quiero tener nada que ver con ellos. A mi papá nunca lo aceptaron porque era egipcio y tenía la tez demasiado oscura. Para esa parte de la familia de mi mamá yo era como un monito, una curiosidad, porque ella había tomado decisiones incorrectas al casarse con mi padre. Siempre hablé alemán con mi mamá, pero no tengo ninguna relación con la cultura alemana.
–Mi caso es suave, pero las personas que tienen “huesos de cristal” suelen tener muy baja estatura y no llegan a vivir 20 años. Cuando era niño, pasaba mucho tiempo en el hospital por fracturas, pero también tenía muchos amigos que me venían a visitar porque usaba mucho la lengua. Soy muy extrovertido. La discapacidad es considerada una fragilidad. Pero si pensamos bien, todos tenemos alguna discapacidad, aunque no se vea a simple vista. Las cosas valen porque mueren, porque terminan, porque son frágiles y vulnerables, eso les da un valor. Yo no me considero discapacitado, hago todo lo que puedo, aunque a veces no termine bien. No me considero menos humano que los demás. Quizá soy menos humano porque soy escritor (risas).
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