LITERATURA › ENTREVISTA A DEBORA MUNDANI, AUTORA DE LA NOVELA EL RIO
La novela obtuvo una mención del Premio Literario Casa de las Américas. El libro de Mundani inaugura la colección “Narrativas al sur del río Bravo” de la editorial Corregidor. “La imposibilidad del encuentro es la historia de la novela como género”, sostiene.
› Por Silvina Friera
El viento arrima el olor de la tierra húmeda. En la lancha, en el viaje que Horacio inicia por el Paraná, lleva el cajón destapado con el cadáver de su madre Helena hacia Trinidad, el pueblo natal materno. La inminencia de una tormenta no lo atemoriza. Como si el pasado se reflejara en el agua estremecida, irrumpe el drama de Juan, un joven tarifero que escapa de la explotación del yerbatal y sobrevive gracias a una joven mujer que lo salva y lo tiene escondido más de un mes. Al final del trayecto, cuando Horacio rompe la quilla, se cruza con el viejo, otro solitario de la estirpe fluvial de pocas palabras y muchos silencios. “Les resultaba difícil empezar una conversación. De lo que más sabían no querían hablar, el río los había empujado hasta ahí, pero tampoco podían evitarlo. Ellos mismos eran el río esa noche”, se dice en El río de Débora Mundani, mención del Premio Literario Casa de las Américas (Cuba) en 2015, formidable novela que inaugura la colección “Narrativas al sur del río Bravo” de la editorial Corregidor.
Aunque El río es la primera novela de Mundani (Buenos Aires, 1972), se publica después de Batán (2010) y Por cuarenta mil años (2014), nouvelle que integra la cuarta tanda de autores de la Exposición de la Actual Narrativa Rioplatense. “Empecé a escribir una exploración del personaje de Horacio y su vínculo con la madre en el taller de Guillermo Saccomanno. Después aparecieron los cadáveres flotando en el Paraná. El proceso de escritura fue muy largo porque estaba a la búsqueda”, recuerda la escritora en la entrevista con Página/12 y aclara que esta novela es su “humilde homenaje” a Haroldo Conti, “el autor que me abre el amor por la literatura”. Trinidad, el pueblo natal de Helena, es La Paz en el mapa argentino, la última ciudad entre las provincias de Entre Ríos y Corrientes. “Yo vengo de familia entrerriana del lado del río Paraná. A su vez estoy casada con otro entrerriano, pero del lado del río Uruguay. Tuve una infancia de río en Dique Luján, que es parte del Delta. El río es clave en mi origen, un lugar al que siempre vuelvo. Las casas eran casillas que estaban construidas en altura. Cuando nos agarraban las inundaciones, estábamos durmiendo y de repente nos teníamos que levantar y rajar o empezar a subir lo que se podía subir. Esa cosa de que se empieza a sentir el rumor del agua lo viví”.
–El tema principal de la novela es la identidad: el vínculo entre una madre y un hijo, pero hacia el final, la posible relación entre un padre y un hijo. Más allá de que los lectores no pueden especular sobre el futuro del que la novela no anticipa nada, lo único que es evidente es que el hijo descubre quién es su padre, mientras que el padre no sabe, ¿no?
–Sí, es cierto. El padre no sabe… pero hay algo que tal vez sabe por la historia que cuenta. Si me preguntan sobre la novela, creo que lo primero que digo es que es la historia de un hombre que cumple el último deseo de su madre que acaba de morir: ser enterrada en su pueblo natal. El tema es la identidad porque Horacio termina de conocer a su madre a partir de ese encuentro. Hay cosas que Horacio no sabe de su madre porque ella nunca pudo hablar y queda medio presa de ese silencio. El padre no es un tipo pasivo porque se animó a escapar. Quizá si él y Helena se hubieran encontrado, no hubiera escrito la novela. La imposibilidad del encuentro es la historia de la novela como género. No se habla mucho en la novela; es un universo de muy pocas palabras.
–¿Cómo definiría el estado de ánimo de “El río”? ¿Con qué otras novelas tiene puntos de conexión?
–Hay una gran introspección que aparece en Sudeste, incluso en La ribera de (Enrique) Wernicke; son personajes muy para adentro, pero al mismo tiempo conectados con lo que los rodea, no sé si con los otros… En Pedro Páramo de (Juan) Rulfo y en las lecturas de Conti y Wernicke hay una mirada política. Uno al terminar de leer Pedro Páramo entiende un poco hacia dónde quiere ir y por qué no encuentra nada. En El río hay que ver qué puede hacer con lo que encuentra Horacio. Por eso la novela termina un pasito antes, porque me parece que desde la literatura es interesante que uno pueda armarse el final: el encuentro está dado, después qué harán ellos con ese encuentro va a depender de si Horacio es igual al padre y se queda callado o no. El estado de ánimo es muy solitario; el dolor de estos personajes se siente o percibe en los actos y en la forma de responder ante las vicisitudes. El tiempo es otro en el río, incluso la vida es distinta: el día dura mil millones de horas para alguien que viene con el ritmo más movido de la ciudad (risas).
–¿Se reconoce en la escritura tan poética y condensada de su primera novela?
–Me reconozco mucho, aunque mis tres novelas son muy distintas. El río es la que tiene más cualidades poéticas. Ojalá pueda volver a eso. Hubo un momento de nuestra literatura que salimos más a la calle, a lo urbano, al lenguaje coloquial. Como salto al vacío, ponerse en el lugar del otro fue un gran comienzo. No sabía cómo iba salir, pero tampoco me preocupaba porque mi horizonte no era publicar la novela. Yo no quería ser escritora, yo nada más escribía. Entonces trabajaba en un banco y los momentos de escritura eran tiempo ganado para mí.
–¿No quería ser escritora?
–No… Hay muchas personas que antes de escribir quieren ser escritores. Me gusta escribir, me gusta leer. Del mundo literario participo en lo que puedo, pero no es lo que más me convoca. Prefiero quedarme en mi casa leyendo o escribiendo No soy tanto como Horacio, pero tengo una alta cuota de soledad en contextos distintos; hay una vinculación con el personaje. Hay un culto muy fuerte a los escritores y la presencia en las redes –qué se hace y qué no se hace–, y respeto los estilos de cada uno, pero cuando arranqué el taller con Guillermo Saccomanno quería escribir. De chiquita, apenas aprendí a leer, cuando me preguntaban, decía que iba a ser escritora porque me gusta escribir, pero no sabía qué era ser escritora.
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