LITERATURA › ARNALDO CALVEYRA, POETA Y NARRADOR
En su libro Diario de Eleusis deja en claro que su “nido” sigue siendo su provincia natal, Entre Ríos, aunque está radicado en Francia desde 1960. “El castellano es superior al francés”, dice.
› Por Silvina Friera
El ritmo sosegado le viene de su infancia en el campo de Entre Ríos, su provincia natal. El poeta y narrador Arnaldo Calveyra tiene ese curioso don de dilatar el tiempo con silencios que parecen sortear las interferencias sonoras del departamento en el que reside cada vez que llega a Buenos Aires. Sobre una mesa está una de sus libretas. La abre y cuenta que anota versos que pueden reposar treinta años, hasta que los revisa y decide si pueden entrar o no en un poema. Ni la velocidad ni el gesto arrebatado del “publico, luego existo” congenian con su forma de estar en el mundo. Ajeno a la lógica de la maquinaria editorial, también a la competencia de egos, más o menos solapada de la literatura argentina, lo suyo es un trabajo manual y físico con la temperatura de las palabras. Aunque reside en París desde 1960 –viajó para escribir su tesis sobre los trovadores provenzales y se fue quedando físicamente allá–, el poeta nunca “dejó el nido”, como escribe en su último libro Diario de Eleusis (Adriana Hidalgo).
“Un entrerriano trasplantado en París está escribiendo parte de la poesía argentina más poderosa, pausada y extensa”, subrayó Elvio Gandolfo. Y esa parte poderosa, ese tesoro, que hasta hace unos años apenas era entrevisto, está conquistando una merecida visibilidad con la sucesiva publicación de sus libros, la mayoría editados primero en Francia, pero siempre escritos en su lengua natal. Mientras sirve el té, confiesa que necesita tomar distancia para poder interpretar los sentidos de una escritura todavía demasiado cercana en el tiempo. “Seguramente voy a aprender más de lo que me digan los que lo leyeron”, señala el poeta en la entrevista con Página/12. “Cuando empecé a escribir el Diario... sentía que era la continuación de la atmósfera de El maizal del gregoriano (publicado en 2005, también por Adriana Hidalgo). Creo que se parece mucho a mis demás libros, pero no soy un buen catador”, añade Calveyra, autor de los poemarios Cartas para que la alegría, Iguana, iguana, Diario del fumigador de guardia y Libro de las mariposas; de las novelas El hombre de Luxemburgo, La cama de Aurelia y Si la argentina fuera una novela; de las obras de teatro El diputado está triste, Moctezuma y Cartas de Mozart y de los cuentos de El origen de la luz.
Y sin embargo, sólo un buen catador, un perfeccionista radical de la belleza, puede escribir: “Andaba yo y los años con las manos en los bolsillos, con los bolsillos llenos de palabras, jugando, jugándome, jugando a que las canjeaba por otras palabras como figuritas por figuritas. Y por momentos jugaba a ser ellas. Cuando menos lo esperas, en medio de una pausa –mitad de la vida–, reaparecen. Con mi mano las escribo, cuaderno borrador dejado en blanco a la cabecera de mi cama, grande es su gana de silencio. Y no aciertas a saber cuáles de entre ellas podrían convertirse en años, años de una luz pareja, años de un solo parpadeo. Y el hombre en la intemperie no sabe que ya llegaron, que ya están aquí”.
–¿Qué imagen disparó la escritura de este libro?
–El final de la vida, la idea de cerrar las puertas de una casa. Parece que es una persona que está de viaje hacia un lugar que conoce y en el que se siente seguro. Una alumna de los talleres de Arturo Carrera le preguntó: ¿por qué Eleusis? Y él dijo que era una manera de aludir a Entre Ríos. Confío mucho en esta respuesta de Arturo, porque puede ser bastante cierta. De alguna manera, es la vuelta a lo que uno es esencialmente.
–¿Siente cerca la presencia de la muerte?
–No precisamente en la vida, pero cuando me pongo a escribir, aparece. Sólo me sucede cuando trabajo; es como una manera de seguir excavando en el mismo lugar, un poco más profundo cada vez.
–¿Ese lugar sería la lengua natal de Entre Ríos?
–Sí, la patria es la lengua, más que el paisaje o la gente. El castellano que aprendí en Entre Ríos es la fuente de mi preocupación vital y también de mi alegría.
–¿Por qué nunca probó escribir poesía en francés?
–El castellano es superior porque podés poner el sujeto al final de la frase, cosa que en francés es imposible. Por eso Laure Bataillon, traductora de muchos de mis libros, me decía que soy un poeta difícil de traducir. El castellano es como una corriente de agua que está todo el tiempo vibrando y corriendo. El francés es muy estático y asertivo. Mirá este ejemplo de Carta para que la alegría (en una edición bilingüe). No es que quede mal en francés, pero no es lo que quise decir. “En tren es casi lo que andar en mancarrón”, pero en francés suprimieron mancarrón, se perdió en el pasaje, cambiando el sentido del verso.
–En una parte del libro, el yo poético afirma: “Escribo para tratar con presentes sucesivos”. ¿Esta es su concepción sobre la escritura poética?
–No puedo decir que sea mi bandera, puede ser que la aplique para este libro. Es verdad que la poesía en acción es la que está en presente, y es la más válida para mi gusto. El verbo tiene gran responsabilidad, pero eso no quiere decir que pueda dudar del tiempo imperfecto. Machado usaba el imperfecto muy bien. Por suerte en la poesía no hay leyes.
–Aparece con frecuencia la idea de que al nombrar, la palabra se desgasta. ¿Esta sería una de las paradojas de la creación poética: crear y destruir al mismo tiempo?
–Sí. Todo se desgasta, incluso la palabra, pero también la tarea de la poesía es juntar de nuevo el vigor de la palabra. Hay palabras que no se pueden utilizar porque fueron agotadas por el Romanticismo y el Modernismo. Quizá poetas de siglos venideros podrán reutilizarlas, cargarlas de nueva significación. Utilizás, consumís y gastás; la creación es igual a destrucción. Y se convive difícilmente con esto. No veo cómo hacer, entre tanto, para a la vez escribir y ser consciente de que se destruye.
–¿Escribir significa algo especial en un momento en que siente que está cerrando etapas de su vida?
–En el fondo está el trato, la amistad con la palabra. Escribir es otra manera bastante privilegiada de estar con uno mismo. No es más que eso; lo que pasa después es otra cosa porque no me siento a escribir para tener al final un poema terminado. A veces pueden estar esperando treinta años y después los retomo y veo qué pasa con ellos. Escribir es como estar en una cuarta dimensión, como en un halo, flotando entre la mano y el papel.
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