Sáb 25.11.2006
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LITERATURA › ADRIAN PAENZA Y EL SUCESO DE “MATEMATICA... ¿ESTAS AHI?”

“La matemática es una red para hacer muchas piruetas”

“Es mucho más gratificante pensar solo que buscar cómo lo resolví yo”, dice el periodista y matemático en lo que puede ser una de las claves del éxito arrollador de sus libros sobre el mundo de las cifras.

› Por Silvina Friera

Las ideas se gastan menos que las palabras, y si no está muy convencido, el fenómeno que ha generado Adrián Paenza desde que publicó el año pasado Matemática... ¿estás ahí? (Siglo XXI) quizá le sirva para cambiar de opinión, o al menos permitirse el sano ejercicio de la duda. Con el primer libro, que lleva vendidos más de 120.000 ejemplares, muchos lectores, con lápiz y papel en mano, han tratado de resolver los problemas que planteaba el autor, aunque no hayan encontrado la solución. El matemático y periodista los invita a esforzarse y a tener paciencia: “Es mucho más gratificante pensar solo, aunque no se llegue al resultado, que buscar cómo lo resolví yo. Si no, ¿qué gracia tiene?”, se pregunta en las páginas de la segunda parte que, con una tirada de 40.000 ejemplares –una cifra inicial inédita en el mundo editorial argentino–, ya vendió más de 10.000 a una semana de su lanzamiento. En la entrevista con Página/12, él dice que no inventó ni descubrió nada nuevo, pero en manos de Paenza la matemática recupera esa cualidad que había perdido: la de ser una herramienta poderosa que enseña a pensar. El patentó un modo de contar que resulta seductor, atractivo, dinámico y fascinante. Y es responsable de aportar “un granito”, como prefiere llamarlo, en esa larga lucha contra el preconcepto de que la matemática es aburridísima o in-so-por-ta-ble. Al menos lleva dos rounds ganados por knock out.

En el segundo libro, subtitulado Episodio 2, despliega “golosinas para la mente” con su método de multiplicar y dividir sin necesidad de saber de memoria las tablas, con el dilema del prisionero, con el problema de las doce monedas, o en qué orden conviene jugar en la ruleta rusa y el increíble (por lo obvio y sencillo que resulta cuando se conoce la respuesta) problema de pensamiento lateral (“Eminencia”), entre otros. Estas golosinas alivian esa “atrofia” heredada contra la matemática, ese modo de mirarla de reojo, con desconfianza. Pero la más notable de todas las virtudes de estos ensayos es que enseñan a disfrutar también del error. “Me parece muy importante que la sociedad no castigue a quienes no pueden resolver los problemas con velocidad y que sepa valorar lo que significa el camino y los tiempos de cada persona. Lo que importa es haber pensado algo”, señala Paenza. Uno de los problemas más sorprendentes del libro es el de la “Eminencia”. “Puesto de manera encubierta –explica Paenza–, nos descubre mucho más machistas de lo que uno racionalmente está dispuesto a aceptar. Si yo preguntara si una mujer puede ser una eminencia, me considerarían segregacionista, machista o todo lo que quieran. En el programa de televisión Científicos Industria Argentina propuse este problema, y todos en el piso del estudio empezaron a discutir la solución. Sacando al productor general, Claudio Martínez, todas son mujeres.”

–¿Y alguna de las mujeres se dio cuenta de la solución?

–No, y se sintieron más mal que los hombres. Una de las chicas forma parte de una liga feminista que lucha por los derechos de las mujeres y quedó en una situación muy complicada, porque el machismo está mucho más internalizado de lo que nosotros nos damos cuenta. Me parece que con los libros busco entrenar la capacidad para poner en duda todo, pensar y disfrutar de no saber, de tener problemas, de que se te ocurran soluciones alternativas que no sean las que fueron pensadas o consideradas “correctas”.

–Equivocarse en una sociedad en la que impera el éxito está muy mal visto. ¿Pero por qué parece ser peor el error en la matemática y no tanto en las ciencias sociales?

–En las ciencias sociales, si alguien te pide el nombre de los conquistadores portugueses que estuvieron en la costa africana se puede buscar la información y leerla. Pero el error en la matemática atenta contra tu formación, contra tu capacidad de razonar. Si nos queremos distinguir como seres pensantes, el error te exhibe delante de tus pares como una persona que no puede pensar bien; te expone como un “idiota” y nadie quiere estar en ese lugar. El problema es que el que se equivoca se excluye inmediatamente y pasa a integrar el grupo que dice que no sirve para la matemática, y esa mayoría lo protege bajo las consignas “todos somos burros” o “todos somos unos idiotas”. Uno se entrena para pensar y la matemática nos da una red por donde se puede hacer muchas piruetas. Voy a ser un poco exagerado, pero lo que nos enseñan qué es la matemática, no es la matemática, es sólo una parte y es una mala selección. Por eso produce tantos rechazos no sólo acá, sino en todo el mundo. ¿Todos los chicos son idiotas y hay sólo un grupito de privilegiados?

–Evidentemente no...

–Me parece que llegó el momento de mezclar y dar de nuevo. Los problemas que plantea la matemática están relacionados con la vida cotidiana, la cuestión es saber comunicarla bien y poder responder por qué aprendo o qué resuelvo con esto. No estoy en contra de que se sepa de memoria las tablas de multiplicar, pero lo que digo es que quizá no hay que saberlas en ese momento porque pueden resultar una tortura para los chicos. Un maestro puede argumentar que no puede esperar hasta que el chico tenga 14 años para que sepa justificar las tablas. Pero hay un método para multiplicar y dividir sin las tablas. Uno entiende de qué se trata mucho más adelante y eso no nos hace peores o menos inteligentes.

–Tal como está planteada la enseñanza, ¿el propio sistema educativo es el peor enemigo de la matemática?

–El sistema educativo no da más. No todo lo que se enseña está mal, pero cada persona que enseña algo, ¿puede explicar por qué lo hace? Cuando los alumnos les preguntan algo a sus docentes, éstos contestan: “Eso lo vas a saber más adelante”. ¿Y cuándo llega más adelante? Yo querría ir a la oficina de reclamos para quejarme porque me dijeron que esto que me enseñaron me iba a servir, pero quiero que me devuelvan mi tiempo porque no me sirvió; quisiera entender cuándo llega ese más adelante porque las personas que me lo enseñaron ya no están más.

El periodista y matemático cuenta que muchas veces le preguntan cuál es su coeficiente intelectual. Pero él no lo sabe ni le importa. “Nunca me hice un test porque estoy en desacuerdo con esa manera de medir la inteligencia”, aclara.

–¿Qué objeta de estos tests?

–Si nos remitimos al dicho “lo que natura no da, Salamanca no presta”, estamos diciendo que por más que estudie, si el coeficiente intelectual resulta bajo, no tiene sentido ningún esfuerzo. Lo que me preocupa es que el chico se va con una etiqueta para siempre y por más que intente mejorar, que vaya a Salamanca, no va a aprender. Además, no está muy claro cuál es la definición de inteligencia y lo que se mide cuando se hacen esos tests. En Estados Unidos hubo una gran controversia porque se usaban estos tests para ubicar a los afroamericanos en clases más atrasadas, con una clara intención segregacionista.

–¿Pero cómo definiría usted la inteligencia, al menos desde la matemática?

–No tengo una respuesta. Yo también escucho las mismas que dan la mayoría; hay muchas, pero ninguna me convence porque no encuentro una buena definición. Una persona para ser inteligente, ¿tiene que ser rápida?, ¿tiene que ser profunda? Yo creo en el esfuerzo, para mí el esfuerzo es un talento. A mí me interesa mucho que una persona valore lo que significa la transpiración porque a mí me cuesta todo mucho trabajo. No es que me siento y pienso un problema en un minuto. Cada uno aporta un granito de arena, y así se hace cada ladrillo. Claro que de vez en cuando aparecen un Einstein o un Newton, que traen treinta ladrillos juntos, pero en general todo se hace granito a granito.

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