LITERATURA › BALANCE DE 2006, UNA TEMPORADA QUE DEJO INNUMERABLES CAMINOS PARA RECORRER
La cifra asombra: de enero a noviembre, se editaron 16.785 libros. En el año del vigésimo aniversario de la muerte de Borges, las letras argentinas fueron un auténtico jardín de senderos bifurcados: la poesía, el auge de la novela, la microficción, los inevitables, en un recorte de lo más destacado.
› Por Silvina Friera
Quizás 2006 sea la contracara de Farenheit 451. Si para Ray Bradbury la pesadilla consistía en imaginar un mundo sin libros, ¿qué pasaría si, al contrario, esta parte pequeñísima del mundo, la Argentina, estuviera produciendo excedente de libros? ¿Habría lectores para tantas páginas? Alguien podría refutar el comienzo de este balance de la temporada con el argumento de que no hay que ser apocalípticos cuando el mundo editorial se contrae ni cuando despliega su producción. Pero basta mencionar las estadísticas disponibles para repensar seriamente la cuestión. Entre enero y noviembre, según los datos de la Agencia Argentina de ISBN, se editaron 16.785 libros. Si Adrián Paenza con su Matemática ¿estás ahí? –un libro de divulgación científica que sigue siendo best seller– los invitara a tomar lápiz y papel para dividir esta cifra en once, los resultados sorprenderían aún más: se publicaron casi 1526 nuevos libros por mes, a un promedio de 50 novedades diarias.
El escritor colombiano Efraim Medina Reyes plantea el peligro de esta sobreabundancia en su blog (pistolerosputasydementes.blogspot.com). “En realidad escribir no tiene relación alguna con publicar; publicar equivale a un accidente, más o menos afortunado, que puede tener quien escribe. Pero parece que cada vez más personas se lanzan a escribir con la ilusión de ser publicados y hacerse ricos y famosos. Bastaría pensarlo un poco para entender lo demencial que es gastarse las mejores noches de la vida encerrado en una habitación esperando que todo eso que escribimos se convierta en libro. Es como si todas las personas cada vez que tienen sexo esperaran tener un hijo. ¿Te imaginás? Y es eso lo que está pasando con los libros; por cada uno que se publica desaparecen cien o más lectores. Un día todos seremos escritores e iremos armados hasta los dientes a buscar algún lector indefenso para obligarlo a leer nuestro libro.” Ante la imposibilidad de leer esos 16.785 títulos, Página/12 propone un recorte de los hechos culturales del año y los mejores libros que se publicaron.
Queremos
tanto a Borges
“Cierto borgismo siempre será pertinente.” La frase la dijo Oscar Masotta, pero la recordó el escritor Luis Gusmán, en junio, al cumplirse veinte años de la muerte de Jorge Luis Borges. Esa pertinencia se dio, especialmente, en la edición de Borges, de Adolfo Bioy Casares, un volumen de más de 1600 páginas que reúne los diarios que Bioy escribió durante cuatro décadas de amistad con el autor de El aleph. Siempre dispuesta a polemizar en su rol de “heredera”, María Kodama calificó de “felonía” los diarios de Bioy. “Sacar detalles personales de alguien cuando no puede defenderse es la peor de las traiciones”, dijo. Kodama bloqueó la reedición de las Obras completas de Borges en la prestigiosa colección La Pléiade de la editorial francesa Gallimard porque habría descubierto muchos errores, aunque no precisó cuáles. Además exigió que fuera excluido el editor Jean-Pierre Bernès, elegido de común acuerdo entre la editorial y el autor de Historia universal de la infamia, y le reclamó derechos sobre los 20 casetes que Bernès grabó durante sus encuentros con Borges, entre enero y junio de 1986. Entre los actos más curiosos que se celebraron, el homenaje en Bruselas (Bélgica) fue el más simbólico. Un grupo de escritores, profesores y traductores belgas concedió a fines de noviembre el premio Noble a Borges para reparar la injusticia que supone el hecho de que uno de los escritores más universales de la lengua española no fuera recompensado con el Nobel de Literatura.
A la catarata de textos que orbitan en torno de la vida y de la obra del escritor se sumaron dos biografías: la polémica Borges, una vida, de Edwin Williamson, y Borges. Una vida en imágenes, de Alejandro Vaccaro. Una investigación detallada y rigurosa fue Literatos y excéntricos. Los ancestros ingleses de Jorge Luis Borges, de Martín Hadis, responsable de la página web www.internetaleph.com. En el pelotón de ensayos que se editaron o reeditaron este año se destacan En diálogo I y II, de Osvaldo Ferrari; Borges y la matemática, de Guillermo Martínez; El palabrista, de Esteban Peicovich, y Borges y la traducción, de Sergio Waisman, entre otros. Y para los fetichistas de las imágenes, nada mejor que las fotos de Sara Facio recopiladas en Borges en Buenos Aires. Y sin embargo, a pesar de esta parafernalia de libros, muestras y homenajes, no hubo debates, trabajos o nuevas relecturas que, como señaló Martín Kohan a este diario, hayan intentado “recuperar la legítima ambición borgeana de una literatura y una escritura perfectas”.
¿El cuento
en retirada?
Si un lector curioso, inquieto (y molesto) revisa las mesas de novedades de una librería, pronto descubrirá la escasez de cuentos de escritores contemporáneos argentinos. A pesar de la larga tradición rioplatense –Horacio Quiroga, Felisberto Hernández, Borges, Cortázar, Silvina Ocampo, Abelardo Castillo, Miguel Briante y Rodolfo Walsh, por mencionar sólo algunos ejemplos–, las editoriales parecen reservarse el siempre mezquino derecho de admisión y sólo aceptan publicar el género bajo el formato antología (La joven guardia, La vida te despeina, Una terraza propia, Buenos Aires 2033, Cuentos breves para leer en el colectivo 2), como si los escritores no tuvieran la suficiente entidad para bancarse solitos un libro de cuentos. Algunas excepciones, dignas de mencionar, son Eduardo Belgrano Rawson (El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos), Guillermo Saccomanno (El pibe), Héctor Tizón (Cuentos Completos), Edgardo Cozarinsky (Tres fronteras), Roberto Fontanarrosa (El rey de la milonga), Griselda Gambaro (Los animales salvajes), Tomás Eloy Martínez (La otra realidad) y Noé Jitrik (Atardeceres).
¿Todos los que están escribiendo sólo piensan en publicar novelas o el mercado impone sus reglas? ¿Los lectores sólo quieren, parafraseando el tema de Cyndi Lauper, divertirse con novelas? ¿Problema nacional o tendencia mundial? Tres editores que participaron del programa Semana de editores en Buenos Aires –dirigido por Gabriela Adamo–, el inglés Pete Ayrton (de Serpent’s Tail), la alemana Tina Kröckel (de Verlag) y la francesa Dominique Bourgois (de Christian Bourgois), coincidieron en señalar que “los cuentos son difíciles de vender”. “En Alemania no funcionan los textos breves, los lectores piden novelas”, dijo Kröckel. “Una vez que logramos establecer un autor extranjero, quizá se pueda sacar un libro de cuentos, pero para lanzar un escritor hay que elegir una novela”, aclaró Bourgois. ¿Será que las editoriales no publican cuentos por pereza, como señaló la escritora Luisa Valenzuela? “El cuento quizá necesita un público más refinado; la novela puede que sea más masiva”, comparó la autora de El gato eficaz. “Creo que los editores le tienen miedo al cuento. ¡Si somos un país productor de cuentos... mucho Borges de acá y de allá, y el único que leyó novelas de Borges fue Menem!”
Modelo 90-60-90:
el boom de las
microficciones
“La riqueza imaginativa de la microficción es tan grande como la de un cuento, pero el texto breve se parece más a la leche condensada”, señaló Valenzuela. Extraña e indescifrable paradoja: el relato breve, un híbrido entre la prosa y la poesía, está de moda. Por primera vez se realizó en el país el I Encuentro Nacional de Microficción. Organizado por Valenzuela, durante tres días debatieron los mejores exponentes del género como Fernando Valls, José María Merino, Eduardo Berti, Ana María Shua, Raúl Brasca y Sylvia Iparraguirre, entre otros. “Escribir microficciones es un trabajo entomológico, de vivisección del lenguaje”, precisó Valenzuela. “Es un tiro a la sien con buena puntería; no podés estar hiriendo piernas o rodillas como la mafia, tenés que matar de un solo golpe.”
Crónicas del
fin del mundo
Ya no es un profeta en medio del desierto y la indiferencia. El escritor y periodista Martín Caparrós viene cosechando lo que sembró: “herederos” o al menos cronistas que reconocen su influencia como Gonzalo Sánchez (La patagonia vendida), Leila Guerriero (Los suicidas del fin del mundo), Cristian Alarcón (Cuando me muera quiero que me toquen cumbia) y Juan Pablo Meneses (Equipaje de mano). Este año publicó El interior, un libro de más de 600 páginas en las que Caparrós va desgranando, a través de diferentes voces, paisajes e historias, una cartografía de las injusticias y la pobreza de los pueblos y las ciudades argentinas que recorrió. Entre el periodismo y la literatura, la crónica capta la fuerza de lo real y la funde con el arte de la ficción.
Contame tu condena
“No es sencillo romper el velo de lo cotidiano”, decía Proust. Confesionario, historia de mi vida privada, ciclo que organiza la escritora Cecilia Szperling, es una de las propuestas (y experimentos) más notables del año. No sólo los escritores contaron sus odios, sus fracasos, sus mentiras o sus actos más vergonzantes. Actores, músicos, cineastas, directores de teatro, guionistas se animaron a revelar algún aspecto de la experiencia personal por lo menos incómodo o políticamente incorrecto. Una parte del ciclo fue publicada en un libro, que reúne las confesiones de Alan Pauls, Hebe Uhart, Susana Pampín, Sergio Pángaro, María Moreno, Daniel Link, Javier Daulte y Martín Rejtman, entre otros, y ya se empezaron a grabar micros que se verán en el canal Ciudad Abierta.
Amor colombiano,
romance brasileño
Después de los españoles, Colombia fue el país que más escritores “exportó” este año hacia la Argentina. A los ya consagrados Gabriel García Márquez, Laura Restrepo y Fernando Vallejo se fueron incorporando nuevas generaciones, que se caracterizan por ser más realistas que mágicas, más urbanas y menos macondianas. Tras la larga sombra que dejó García Márquez, como único paradigma de la literatura, Colombia tiene quien le escriba: Antonio Caballero, William Ospina y Juan Gabriel Vásquez (estuvieron en el país presentando sus novelas: Sin remedio, Ursúa y Los informantes). Pero al listado de visitas se sumaron Jorge Franco, autor de Rosario Tijeras, que vino a presentar Melodrama; Fernando Botero con su novela El arrecife y “el secreto mejor guardado de la literatura colombiana”, Tomás González, autor de Primero estaba el mar y La historia de Horacio. Un caso aparte es el de Efraim Medina Reyes que, además de Técnicas de masturbación entre Batman y Robin, novela con la que se dio a conocer en el país, publicó el año pasado Pistoleros/putas y dementes (Greatest Hits) en una editorial independiente de la Argentina (Bajo La Luna). También llegaron a las librerías en los últimos años Angela Becerra, Santiago Gamboa, Mario Mendoza y Marco Schwartz.
Aunque lejos del boom de los colombianos, el fenómeno de la renovación cultural brasileña está empezando a llegar aquí. Dos de los escritores más importantes de esta movida, Miguel Sanches Neto (Un amor anarquista) y Joao Gilberto Noll (Lord) estuvieron aquí para traer un poco de ese aire renacentista que se expande por las tierras del gigante del Mercosur hacia el mundo. Otros ya publicados son Juan José De Soiza Reilly (La ciudad de los locos), Nélida Piñón (Voces del desierto), Haroldo de Campos (Del arco iris blanco), Manuel Bandeira (con la antología poética de Estrella de la vida entera), Dulce María Cardoso (Campo de sangre), Paulo Lins (Ciudad de Dios) y Sophia de Mello (Desnuda y aguda la dulzura de la vida).
Algunos postres
para el brindis
Más allá del exceso de títulos publicados y de la imposibilidad de dar cuenta de ese volumen, se puede recomendar un puñado de autores y de libros, con estéticas bien diferentes, que vale la pena leer o releer: Ariel Bermani (Veneno y Leer y escribir), Marcelo Cohen (Donde yo no estaba), Arturo Carrera (La inocencia), Noé Jitrik (Atardeceres), Martín Caparrós (El interior), Washington Cucurto (El curandero del amor), Fabián Casas (Ocio), Arnaldo Calveyra (Diario de Eleusis), Guillermo Saccomanno (El pibe), Patricia Ratto (Pequeños hombres blancos), Leónidas Lamborghini (Encontrados en la basura), Diana Bellessi (Variaciones de la luz), Alan Pauls (La vida descalzo) Elvio Gandolfo (Omnibus) y Oliverio Coelho (Promesas naturales). Y las reediciones de Los pichiciegos, de Fogwill; Cuentos completos, de Antonio Di Benedetto; Canon de alcoba, de Tununa Mercado, Villa, de Luis Gusmán, Para hacer el amor en los parques, de Nicolás Casullo, Un oscuro día de justicia, de Rodolfo Walsh, La invasión, de Ricardo Piglia, Siberia Blues, de Néstor Sánchez, y Playa quemada, de Gustavo Nielsen. Lectura garantizada.
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