LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR FABIAN CASAS
Se crió en Boedo, escenario de la mayoría de sus textos. Se acaba de reeditar su primera novela, Ocio, y próximamente publicará Ensayos bonsai en la editorial Planeta. Ya prevé que su “pase” generará la crítica de cierto purismo alternativo: “Seguro que se van a enojar muchos, como pasó con (Washington) Cucurto”, señala.
› Por Silvina Friera
El escritor dice que está “más que comprobado” que no tiene imaginación, que es un loser y que va drenando relatos poco a poco. Mientras Fabián Casas ironiza sobre su estilo, al que define como “realismo Márcico” (por el ex jugador de fútbol), acepta hacer las fotos en la estación de tren Carranza. Cuenta que está un poco cansado de que siempre le propongan hacer las entrevistas en Boedo, barrio donde se crió y escenario de la mayoría de sus relatos, novelas y poemas. El tren pasa y Fabián Casas advierte: “La alta cultura no existe; para mí lo que hay es una cultura cruzada y mixturada con todo. Yo apuesto a que la gente se cruce”. Después de aprovechar las vías y las escaleras y posar para las fotos, en un bar viejo de Palermo que “resiste” la avanzada hollywoodense, el escritor anuncia que el próximo libro (muchos ya circularon en sus blogs), Ensayos bonsai, lo publicará en la editorial Planeta. “Seguro que se van a enojar muchos, como pasó con Cucurto”, anticipa en la entrevista con Página/12. “Publicar en una editorial grande para mí es nada más que utilizar la Matrix y hacerla funcionar. En literatura hay tantos códigos tan reaccionarios y conservadores que a veces los que se creen vanguardistas se convierten en superreaccionarios y gritan: ‘Cucurto o Casas no pueden publicar en Planeta’.”
–¿Y cuál sería el problema?
–Tomátela, yo hago lo que quiero, por eso es mejor eliminar la importancia personal, volverte inaccesible y estar solamente con las personas que querés. No permitir que nadie pueda captarte, y relajarte. La gente está muy arriba con lo que tiene que ser. Además, la cultura del yo fracasó. ¿O no hay una demostración más clara que esto que estamos viviendo? Estúpidos, con vidas hechas mierda, encerrados en la casa del Gran hermano por un pedazo de yo.
También se acaba de reeditar su primera novela, Ocio, que incluye el relato Veteranos del pánico. Si se suma Los lemmings, que fue publicado a fines de 2005, toda la narrativa de Fabián Casas está disponible en las librerías. Y esta suerte de trilogía bien podría ser leída como “la educación sentimental de Boedo”. “Ocio fue la primera vez que escribí narrativa, en 1994, y me costó muchísimo, tardé como cuatro años y son 70 páginas, ¡soy de madera! Escribí una primera versión en un cuaderno, la pasé a la computadora y perdí la computadora, después la pasé a otro cuaderno. La cuarta versión la leyeron Daniel García Helder, Fogwill, Alejandro Caravario, y me dijeron lo que estaba bien o lo que estaba para atrás. La dejé en un cajón un año, mientras escribía los poemas de El salmón. Me había dado cuenta de que tenía una pulsión para narrar cosas que excedían el verso del poema, que tenía que ser una respiración más larga. Muchos me desalentaban y me decían que no escribiera narrativa, pero siempre hago lo que me resulta más difícil porque me estimula.”
–El narrador de Ocio dice que no tiene imaginación. ¿Y usted?
–Está probado que no tengo imaginación, sólo voy modificando muy pocas cosas. Ahora estoy escribiendo una novela que se llama Titanes del coco. Y la estoy armando a partir de tres cosas que me pasaron. Un día me llamó la mujer de Cucurto y me dijo: “Fabián, por favor, tenemos que ir a la plaza Almagro para enterrar el coco” (risas). Lo primero que pensé es que la mina se había brotado. Le pregunté qué le pasaba y ella me contó que había traído del Paraguay el coco, una planta que hay que enterrarla en un bosque, no en una maceta. Tomás té de esa planta y te saca la melancolía. Se me ocurrió preguntarle por Santiago (el nombre verdadero de Washington Cucurto) y ella me dijo que estaba durmiendo. “Despertalo a él y que te acompañe a la plaza, ¿por qué tengo que ir yo desde mi casa a las doce y media para enterrar un coco?” Otra parte es una historieta que escribí cuando fui jefe de operativo de verano del diario Olé, que fue peor que haber ido a la guerra de Vietnam (risas). Cuando terminé la cobertura, se parecía a la nave de Solaris, estábamos tanto tiempo ahí que al final terminábamos locos, caminando por el hotel. Y estaba tan quemado, viviendo en el corazón del bronceador, que empecé a hacer una historieta con uno de los periodistas que me acompañaba, que cuenta la historia de unos nenitos que eran reparanoicos. Y a eso se sumó que en una crisis de pareja que tuve con mi mujer, ella se fue y me quedé solo. Empezaron a construir un edificio y me ponían cumbia retemprano. Un día salté al edificio y les rompí el grabador. En la novela, el personaje que se queda solo salta, pero los albañiles que le ponen música forman una secta que se llama “Titanes del coco”. Eso es lo más fantasioso que puedo escribir.
–Pero por más que se apegue a los hechos que vivió, cuando se escribe se usa siempre la imaginación...
–Sí, tengo una imaginación medio lateral, que trabaja erosionando las cosas. Titanes del coco es muy diferente a todo lo que estuve escribiendo en narrativa, pero realmente no sé si la terminaré. Cuando una editorial me ofrece hacer un contrato, les digo que soy un loser, que tengo que firmar contratos muy particulares porque no soy un escritor que pueda escribir un libro por año. Voy drenando relatos poco a poco. Ahora firmé un contrato con Planeta para publicar un libro con todos los ensayos que fueron apareciendo en la web, en los blogs y en algunas revistas. Ese contrato es muy puntual porque no puedo comprometerme a terminar nada más. Titanes del coco va para atriqui, es medio rizomática, quizá no termina en nada, o termina siendo uno solo de los tres relatos. Yo voy medio al tun tun, es mi forma de trabajar. Prefiero moverme con el peligro, con la incertidumbre, con la ignorancia. No tengo una gran habilidad narrativa como Marcelo Cohen, que tiene una prosa extraordinaria. Soy casi todo lo contrario, aunque me nutro de leerlo a él. Escribo siempre con ignorancia, con impotencia. No tengo ninguna expectativa en términos de tiempo. No tengo energía para gastarla en esas cosas. Con Planeta, les dije que no quiero que me hagan fotos y no quiero ir a mesas redondas ni firmar libros en la Feria. Eso es la retórica de la escritura. Lo único que hago son reportajes porque está bien apoyar un poco los libros, pero nada más.
–¿Sería algo así como el antiescritor?
–Cuando alguien se piensa como “el gran escritor de Boedo”, “el gran poeta argentino” o “el mejor escritor de ficción”, se convierte automáticamente en un imbécil. Eso me lo enseñó Gombrowicz: vos empezás a representar una forma que te limita, te morfa y te convierte automáticamente en un estúpido. A mí me parece que lo más interesante es ser un cruce y una multiplicidad de cosas.
–¿Cómo definiría su estilo?
–Yo hago “realismo Márcico” (por el ex jugador), reberreta (risas). Cuando estaba en Olé, puse de título “Realismo Márcico”, un día que Márcico la rompió. No me gusta que la gente empiece a volar por los aires, pero García Márquez es un escritor de la reputísima madre, no le llego ni al dedo. Hay un montón de cosas que no comparto con Vargas Llosa, pero es un escritor demoledor, extraordinario. Toda su primera etapa (Los jefes, Los cachorros) le hiperafané, y Cucurto también; lo desnudamos en la calle, le robamos a mano armada.
–¿Qué opina del artículo que escribió Alan Pauls sobre Los lemmings en la revista Otra Parte? ¿Está de acuerdo cuando dice que sus personajes “son todos exiliados del pasado, inválidos que rememoran una apoteosis sublime”?
–Pauls tiene una gran potencia narrativa haciendo crítica. Le fascina y al mismo tiempo le repele cierto barbarismo que hay en Los lemmings. El sostiene, según entendí, que se les da voz a determinadas personas que no la tenían y por eso habla de revancha. Pero el que lee Los lemmings como un neocostumbrismo, como un estertor del populismo o lo relaciona con la cultura chabona del rock, se está perdiendo un montón de cosas. Pero cada cual puede leer como quiera y es dueño de decir lo que quiera. La crítica de Pauls sobre Los lemmings me genera gratitud, aunque no coincida. A los escritores les gusta que les digan que son geniales y me parece una estupidez. Lo que está bueno es cruzarte con otras personas, con Pauls, que es rubio, y yo, que soy negro, porque si reivindicás sólo a los negros o a los rubios producís fascismo. A partir de ese artículo me escribió un montón de gente que ahora leyó Los lemmings por la crítica de Pauls.
–¿Realmente piensa que escribe para los pibes del barrio de Boedo o es más bien un deseo?
–No sé para quién escribo; a veces pienso que estaría bueno que me leyeran los chicos de Boedo. ¿Por qué hay una crítica que supone que un pibe de barrio no puede leer a Schopenhauer? Yo estudié filosofía. ¿Por qué un peluquero o una verdulera no pueden estudiar filosofía? Para mí, el verdulero o el zapatero pueden ser maestros zen. Ojo, también está el peligro de que termines escribiendo para el “realismo atolondrado” (por Cucurto) o el “realismo Márcico”. Es mejor escribir antes que ser escrito por la demanda del lector. Como decía Gombrowicz: vos gritás y terminás discutiendo con tu grito. El peligro es que crea que soy un “boedista zen” o un “realista Márcico”. A Marcelo Cohen lo admiro mucho, pero escribió un ensayo en Otra Parte en el que decía que Cucurto era la “infraliteratura” y Pauls la “hiperliteratura”. Y no estoy de acuerdo: la literatura es el cruce de todos, porque esa clasificación parece la visión de un oficial de aduanas de Estados Unidos que dice que fulano de tal entra porque es rubio y le niega la entrada a otro porque tiene cara de musulmán.
–¿Hay muchas aduanas en la literatura argentina?
–Y... acá somos de crear lugares de poder para discriminar, pero hay que romper las aduanas porque lo bueno sucede en los cruces, como en el bar de La guerra de las galaxias: una mina con tres tetas, un tipo con cabeza de pescado... ese lugar es extraordinario. Y así debería ser la literatura argentina, ese bar en donde se juntan Cucurto, Pauls, Andahazi, todos. El pecado es que los escritores se toman en serio. Cuando era muy chico, iba a la casa del Indio Solari, estuve en varios ensayos con Los Redondos, y le hice un reportaje. El me dijo que el problema de esta sociedad es que ya no tiene más premios para dar. Y es verdad. En eso el Indio tenía razón. Y se quedó solari...
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