LITERATURA › ENTREVISTA A REYNALDO SIETECASE
El periodista y escritor habla de Pendejos, su flamante libro de cuentos, protagonizados por menores que cometieron asesinatos.
› Por Silvina Friera
Silvita tiene quince años, el cabello teñido de violeta y una nariz levemente respingada que le da un toque francés. Se parece a la actriz de Amélie, pero creció en la calle y su escuela fueron los pasillos de la villa. Un día, sin decir una palabra, apretó el gatillo y mató. Está detenida en un instituto de menores, “nadando en la mierda”. Marcos López, un chico de clase media que no quiere perder el tiempo en la universidad, decide usar el arma de su padre en la calle, emulando la misma posición de tiro que usa Nick Nolte en las películas. Y mata. “Ahuecar la punta de la bala es una experiencia intransferible”, escribe en su diario. El Perro –-apodo que se ganó la primera vez que lo detuvieron, cuando casi le arranca un dedo a un policía con una dentellada furiosa– está condenado a prisión perpetua por nueve delitos graves, entre otros por el asesinato de un policía y de un repartidor de cerveza. “Que te encanen por una o por dos muertes es la misma mierda”, decía para desesperación de su abogado. Hernán, un pibe tímido, introvertido, piensa que la escuela es una forma de tortura, está cansado de las burlas y humillaciones de sus compañeros y un día dispara para vengarse. “Son todos unos idiotas y me las van a pagar.” Y mata. Los diez cuentos de Pendejos (Alfaguara), el último libro de Reynaldo Sietecase, están protagonizados por jóvenes menores de 18 años que cometieron crímenes violentos.
“No hubo investigación periodística, ni entrevistas a los personajes, ni seguimiento de los expedientes judiciales. No hubo ningún proceso que respondiera a la técnica periodística”, señala Sietecase en la entrevista con Página/12. “Esto es literatura; no hay ningún compromiso con la verdad, que es la condición de la crónica periodística, ‘un espejo plano’, como diría Cela, en donde la relación con el hecho es directa, más allá de que siempre esté presente la subjetividad del periodista. Aquí el compromiso es con la creación, con el divertimento. En todos los relatos, que tienen correspondencias con hechos reales, altero datos para que, más allá de que sean reconocibles, aparezcan como ficción.” A Sietecase le gusta pensar, como señalaba Borges, que “un escritor suele elegir los temas sobre los que va a escribir pero, en algunas ocasiones, son los temas los que lo eligen a uno”. Y el tema lo “eligió” hace dos años, cuando Laura Musa, una especialista en el tema de seguridad, le contó que había una decena de menores de 18 años condenados a perpetua y que esto implicaba una clara violación de la Convención de los Derechos del Niño. “Cuando me acerqué a uno de los casos, me pareció que podía contarlo desde otro lado. Ya trabajo todo el día con el periodismo, lo mío es la literatura.”
–¿Por qué el énfasis está puesto en que los relatos sean verosímiles?
–El secreto fundamental del policial es que sea una estructura verosímil. No tengo ningún afán moralizante, quiero que la gente se entretenga, a pesar de que los llevo por un recorrido sin aliento, duro, cruel. Eso es lo que pido cuando leo un policial: que el tipo me agarre del cogote y me lleve hasta el final, que me diga: “Mirá, mirá, lo que te voy a mostrar”. Me interesa el policial porque funciona como una caja china. Más allá de la historia que cada autor trata de contarte, se pueden vislumbrar los claroscuros y las ambigüedades de la sociedad, cómo funciona la Justicia, cómo se mueve el poder económico, qué pasa con los marginales. En el fondo la violencia política y el policial se tocan. Estoy convencido de que la violencia en América latina cuenta muchas más cosas que el charco de sangre en la acera, porque una sociedad también puede definirse por sus crímenes.
–¿Por qué eligió la palabra “pendejos”?
–Viene del latín (pectiniculus) y hace referencia a los vellos que nacen en el pubis. La palabra creció gracias a los americanismos, porque en España se la usa muy poco, a pesar de que es del habla española. En el Río de la Plata alude al adolescente, pero después, a medida que vas subiendo por el continente, va cambiando de significado. Es inútil, cobarde, pusilánime, y en Centroamérica también se refiere al no acobardarse, al no “apendejarse”. Me gustó que sea un término polisémico, que tuviera muchos significados, porque todos funcionaban de alguna manera. Estos pendejos son como los vellos púbicos que ocultamos; me da la sensación de que a estos pibes no los quiere ver nadie y que sólo se hacen visibles cuando matan.
–¿Cómo piensa que puede ser recibido el libro cuando hay un clima social favorable a “los Blumberg”, a los que piden la “mano dura”?
–Sé que es un libro riesgoso. Todos los temas vinculados con la seguridad son complicados, y por eso la derecha los aprovecha siempre tan bien. Mi libro es un artefacto literario, no propicio que los menores que delinquen no sean castigados; lo que señalo es que no puede ser que el 90 por ciento de los chicos marginales que matan estén presos, y los chicos de clase media que matan están en sus casas porque son inimputables. Es necesario que haya un régimen penal para menores, que sean castigados, pero no a perpetua. Si el libro tiene algún objetivo extraliterario es que se les preste atención a estos chicos. No sólo hay menores que matan en Colombia o en Brasil. Un poema de Torquato Neto, uno de los inventores del tropicalismo que se mató a los 27 años, que cito en el epígrafe de Pendejos, se refiere a la llegada de un ángel que iba a desafinar en el coro de los contentos. Y me gustó esta idea. Estos pibes desafinan en el coro de los contentos, aunque algunos no los quieran escuchar.
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