LITERATURA › JOSE SARAMAGO
En una conferencia telefónica con países latinoamericanos y EE.UU., de la que participó Página/12, el escritor portugués presentó Las pequeñas memorias, el libro en el que rescata del olvido escenas de su infancia. Pero no se podía privar de hablar de política. Habló de Bush y criticó la “mala educación” del Partido Popular de España.
› Por Silvina Friera
En la pobre y rústica aldea portuguesa de Azinhaga (palabra que significa “calle estrecha”), situada a cien kilómetros de Lisboa y en las cercanías del río Tajo, nació un Premio Nobel de Literatura, el escritor José Saramago. En esa cuna geográfica, con su frontera de agua y de verdes, con sus casas bajas rodeadas del gris plateado de los olivares, se completó la gestación de un niño melancólico, un adolescente desmadejado, tan lleno de dudas como de certezas, contemplativo y frecuentemente triste. El escritor portugués sabía que en su infancia estaba el nudo de la cuestión y las claves del hombre que fue, y aunque hace más de veinte años que quería escribir sobre esa etapa de su vida –cuando era “un chaval de 64 años”–, siempre se le cruzaba por el camino la idea de una nueva novela y tenía que abandonar el proyecto. Recién el año pasado consiguió ese recogimiento imprescindible que se requiere para tirar del hilo de los recuerdos, recibirlos en masa, precipitada y azarosamente, y darles una forma para contarlos. A pesar de “un hipo continuo” que lo tuvo a maltraer –no le permitía dormir ni comer–, y que venció con la receta de la abuela, a base de vinagre, pudo, finalmente, concluir ese libro tan deseado.
En Las pequeñas memorias (Alfaguara), que acaba de publicar y que presentó ayer, desde Madrid, en una conferencia telefónica con varios países latinoamericanos y Estados Unidos, gracias al poder reconstructor de la memoria, el escritor resucita a un puñado de seres fundamentales en su formación, como sus abuelos analfabetos, su madre –maltratada física y psicológicamente por el marido, agente de policía–, su “dócil” y “pequeñito” tío Francisco Dinís, su primo José, con el que se llevaba como perro y gato, su hermano muerto, varios de sus compañeros y vecinos.
Estas memorias, que inicialmente iban a titularse El libro de las tentaciones y cuyo proyecto se remonta a la época de Memorial del convento, de 1982, son pequeñas porque se refieren únicamente a la infancia del novelista y porque, además, forman un entramado de textos breves en los que rescata del olvido paisajes, personas y pequeñas escenas: a los once o doce años fue sorprendido con Domitilia, dentro de la cama, “jugando a lo que juegan los novios”; el momento en que su madre fue a buscarlo a la escuela porque había muerto la abuela Carolina; las burlas y las risas contra ese niño orgulloso que arrastraba por el suelo su primer globo, que se había desinflado. “Aquella cosa sucia, arrugada e informe era realmente el mundo”, escribe Saramago, acaso enojado con esa evocación o con el eco de esas risas. A veces parece demasiado implacable con ciertos episodios de su infancia e impregna esas reminiscencias con un severo tono moral, imponiéndose la mirada sancionadora del adulto por sobre la vivencia del niño en ese paisaje. Aunque admite que tenía mala puntería para cazar aves y que era torpe para pescar, no sucedía lo mismo con las ranas del río Almonda, a las que mataba a piedrazos. “¿Qué mal podrían hacerme esos inocentes batracios?”, se pregunta.
Desde Madrid, Saramago confirmó que no habrá un segundo o tercer libro porque en Las pequeñas memorias –traducido por su esposa, Pilar del Río– recoge la etapa menos conocida de su vida en apenas 179 páginas. “No quería hacer literatura; es un libro austero que busca decirlo todo con el mínimo de palabras posibles”, explicó el autor. Y aunque aseguró que no cambió nada en su vida al escribir estas memorias, admitió que su intención fue hacer un pequeño homenaje a todas las personas que se cruzaron en su vida y que hoy están muertas. “Era gente muy pobre y humilde; campesinos que no habían dejado nada que los recordara”, agregó Saramago. “De alguna forma los resucité; no tenían más vida y empezaron a tenerla a la hora de entrar en este libro. He podido dar un alarido de vida para aquellos que habían desaparecido y eso es mucho más importante para mí que haber dejado constancia de lo que me ha ocurrido en la vida.” El escritor portugués admitió que decidió escribir sus memorias porque “mi tiempo se está acabando”. Cuando desde Buenos Aires se le recordó la escena en la que su abuelo, que intuye que se va a morir, se despide de cada uno de los árboles de su huerto (ver textual), y se le preguntó de quién se despediría, el Premio Nobel se permitió bromear sobre el asunto. “A lo mejor la muerte me da tiempo para despedirme de mi mujer, de mi hija y mis nietos, pero cuando eso ocurra ya lo podrás contar, aunque es medio pronto.”
En un fragmento de su libro, Saramago confesó los maltratos frecuentes que recibió su madre: “Supongo que por haber sido atónito y asustado testigo de algunas de esas deplorables escenas domésticas jamás he levantado la mano contra ninguna mujer. Me sirvió de vacuna”. Cuando lo consultaron sobre el tema, el autor de Ensayo sobre la ceguera reconoció que aunque tuvo muchas dudas a la hora de escribir sobre este tema, optó por contarlo porque “ese maltrato psicológico y físico sobre la mujer me ha hecho mucho daño”.
La paciencia de Saramago para responder todo tipo de preguntas es ilimitada. Cualquier conferencia que lo tiene como protagonista, por más que presente un libro, pasa de la literatura a los temas actuales con una gran elasticidad. En su libro recuerda que cuando comenzó la Guerra Civil española, Saramago tenía un mapa en el que, de acuerdo con los resultados de los combates, iba clavando banderitas de colores diferentes, hasta que comprendió que estaba siendo engañado por los militares portugueses que, al censurar a la prensa, sólo informaban a la población las victorias de Franco. El joven, decepcionado con las mentiras, arrojó el mapa a la basura. “No se puede hablar de desengaño político a los 13 años –señaló el escritor–. No se puede comparar este episodio con la decepción que significó para mí el derrumbe de la Unión Soviética.”
La ética, la moral, la mala educación y los límites de la libertad fueron varios de los temas que fue desgranando durante la hora y media que duró la conferencia. “La humanidad es parte de un rebaño que necesita reglas y pedir la libertad absoluta, como sucedió en Mayo del ’68 en Francia, es un error porque la libertad de uno termina donde empieza la del otro”, opinó el escritor, discrepando con la consigna “prohibido prohibir”. Sobre la situación política en España, Saramago planteó que “se quiso tirar al gobierno (socialista) a la hoguera”, aludiendo a la reciente marcha contra la medida adoptada por el presidente Rodríguez Zapatero, quien decidió aliviar las condiciones de detención del dirigente de la ETA Iñaki de Juana Chaos. Y denunció que el Partido Popular no “llevó una política digna cuando tuvo la oportunidad y ahora hace gala de su mala educación”. Para el escritor portugués, “la mala educación hoy en día es un comportamiento generalizado”. Más irónico que a la hora de hablar de sus memorias, arremetió contra el presidente norteamericano. “Hay líderes políticos muy bien educados que son muy malos. A lo mejor, Bush no es una persona mal educada, pero le está haciendo mucho daño al mundo”, dijo.
“Espero que el espíritu del zapatismo sobreviva, porque sería una esperanza para México y toda Latinoamérica”, aseguró el escritor, que calificó al Subcomandante Marcos, líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), de “llanero solitario”. Y en la misma sintonía añadió que le gustaría que el movimiento insurgente de todo el estado sureño de Chiapas tuviera eco en las comunidades indígenas del continente. “Los indígenas de América eran los dueños de la tierra y luego llegaron los otros. Los mapuches y mayas deben tomar la palabra porque por siglos han sido humillados y ofendidos, y esto debe acabar”, afirmó el autor de Ensayo sobre la ceguera.
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