Lun 03.10.2005
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LITERATURA › ENTREVISTA CON HECTOR AGUILAR CAMIN

“En estos tiempos hay que soñar, pero no demasiado”

El autor mexicano vino a presentar La conspiración de la fortuna, novela que le permitió escarbar los pliegues ocultos del poder.

› Por Silvina Friera

Quizá Santos Rodríguez, el protagonista de La conspiración de la fortuna, la nueva novela del escritor mexicano Héctor Aguilar Camín, sea un político anómalo por su excepcionalidad, pero la soberbia y la desmesura lo conducen al fracaso. “Soy hijo bastardo de la Revolución, lo que quiere decir que soy su hijo legítimo”, señala Santos, sin advertir, por entonces, que su mayor “tragedia” tendrá que ver con no ser dueño del futuro ni de sus actos. La ficción le permite a Aguilar Camín repasar medio siglo de la vida política mexicana y escarbar en los pliegues ocultos del poder, que él considera como uno de los grandes espectáculos de la vida y de la historia. “La realidad política, en esencia, es la misma en todas partes; las reglas cambian, pero el tipo del juego es fundamentalmente el mismo: gobernar a otros. En México, actualmente, hay una situación paradójica porque la gente está muy desencantada de las muchas esperanzas que suscitó la democracia y al mismo tiempo le da un reconocimiento de aprobación importante, por arriba del 60 por ciento, al presidente Fox de cuyo gobierno está desencantada”, dice Aguilar Camín en la entrevista con Página/12.
–¿Cómo explica esta paradoja entre el desencanto y la aprobación?
–Es posible que la gente tenga razón en las dos cosas. Fox ha sido un presidente bastante normal como persona, no ha tenido grandes iniciativas, grandes actitudes; es una persona muy llana, muy simple, muy promedio; no ha agraviado a nadie, no tiene una imagen de corrupción, no ha presionado, no ha hecho negociados, por lo menos eso no está en la discusión pública. Pero ha sido muy ineficaz como político, ha fracasado en todas sus iniciativas importantes de transformación. Su esposa es un foco de cierto escándalo personal porque es una mujer que tiene ambiciones muy por encima de las que su situación o su condición de primera dama le permitiría, y desde luego muy por encima de lo que ha sido hasta ahora su carrera política. No es como el caso de la esposa del presidente Kirchner, que independientemente de que sea “la” esposa, tiene su propia carrera política. Ese no es el caso en México. Fox, que iba a ser el presidente del cambio, resultó ser el presidente de la estabilidad.
–¿Por qué le interesan los personajes “excepcionales”?
–Todo novelista quiere que sus personajes sean inconfundibles, únicos. Me interesa el hombre de talento retado por sus propias limitaciones y por la adversidad promedio del mundo en que vive. A Santos le pasa que se levanta demasiado por encima de sus contemporáneos y pierde con aquellos que desprecia porque esa superioridad se manifiesta como una forma de la soberbia. Y la soberbia, bien vista, es una forma de ingenuidad; implica no reconocer las dificultades que ofrece la propia vida. Me recuerda un poco a un amigo que decía: “Soy el mejor poeta de mi generación”. Le pregunté cuándo iba a publicar su primer libro, y él me contestó: “Esas son minucias”. La soberbia de este poeta era del tamaño de su ingenuidad porque pensaba que podía ser un gran poeta sin escribir un libro.
–¿Esa soberbia se puede pensar como un vicio de los políticos respecto de los ciudadanos?
–No sé, creo que los políticos están arrinconados por el desprestigio y por las exigencias de sus ciudadanos y me parece muy bien que estén sintiendo que la gente les exige mucho, y que les va a costar caro cualquier error, cualquier desliz o corruptela. Es una buena idea que los políticos estén contra la pared, recibiendo las demandas de su sociedad. También sería una buena idea que hubiese conciencia de que los políticos profesionales son un mal necesario, de que es imposible ordenar una sociedad sin una clase política de cierta calidad, de cierta profesionalidad y que el oficio político requiere gente realmente comprometida, porque el otro riesgo de este oficio es que a todo el mundo se le ocurra que podría legislar o dirigir un ministerio. A nadie se le ocurre que puede manejar un coche de carreras, pero a todo el mundo se le ocurre que puede hacer política. Tampoco me parece válida la esperanza de que habrá cambios fundamentales a partir de que se elige a alguien. No es que los países no puedan cambiar mucho en poco tiempo, pero los cambios nunca son espectaculares cuando los ves acumulados. No hay tal cosa como soñábamos en mi generación, en los años 60, de que era posible fundar otra vez la historia, empezar de nuevo y construir “el paraíso en la tierra”. Eran fantasías, bagatelas, sin las que no se puede vivir. Nadie puede vivir sin ilusiones importantes y fundamentales y ahí está la contradicción de estos tiempos: hay que soñar, pero no demasiado. Hay que practicar el anarquismo de la imaginación y el conservadurismo de la conducta.
–¿Esta práctica entre anarquismo y conservadurismo la aplica también en la escritura?
–Sí, quiero ser muy ambicioso y muy conservador en la manera en que escribo. La tentación de mi generación fue la de construir estructuras narrativas muy complejas y desafiantes que muestran mucho la habilidad verbal, experimental, la destreza técnica del escritor, pero que son piruetas que no significan nada más que confusión para el lector. Y como decía el escritor Isaac Bashevis Singer, no hay gran arte en confundir al lector. Hay que ser claro, lo que no quiere decir ser simple, ni tampoco sencillo, hay que tender hacia una complejidad accesible, diáfana.

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