LITERATURA › ENTREVISTA A GLORIA RODRIGUE, QUINTA GENERACION DE EDITORES
Después de haber trabajado durante cuarenta años en la editorial Sudamericana estaba dispuesta a jubilarse, pero la vocación pudo más. Acaba de lanzar junto a sus cinco hijas La Brujita de Papel, un sello dedicado a la literatura infantil.
› Por Silvina Friera
“Ah, esto es una sorpresa, Dios mío”, dice Gloria Rodrigué cuando la fotógrafa la saluda. Ya es hora de dejar las anécdotas y recuerdos familiares en suspenso, es el momento de sacarse las fotos, pero ella no puede con su genio y sigue recordando ese largo camino que ha transitado por el mundo de la edición de libros desde que tenía 16 años. Es de esas mujeres que por la manera de hablar, por el modo en que su cuerpo acompaña lo que va diciendo, transmiten la imagen de una persona hiperactiva, expansiva, con ganas de vivir y de hacer. Cuesta imaginarla quieta, encerrada en su casa, retirada del vértigo editorial. Quizá por eso hace casi dos años –en diciembre de 2005–, cuando dejó el puesto de directora editorial de Sudamericana, después de cuarenta años de carrera, dice que “convencida de que iba a dedicarse a cuidar a los nietos y a trabajar muy poco”, ni ella misma se creyó el argumento con el que explicaba en voz alta la decisión que había tomado. El papel de jubilada no le sienta bien a Rodrigué, quinta generación de editores. “Pero acá estoy –confirma desde su escritorio de la editorial Edhasa, empresa que dirige su marido, como siempre, rodeada de libros–. Me encanta el trabajo, para mí la edición es un vicio.” Y ese vicio que le pegó tan fuerte la hizo reincidir con una nueva editorial, La Brujita de Papel, dedicada a la literatura infantil, que acaba de lanzar junto a sus cinco hijas.
“Los cuarenta años que estuve en Sudamericana fueron muy fructíferos; empecé a los 16, cuando se murió mi papá. La empresa era de mi abuelo, pero mi papá, hijo único, se murió de un infarto. Mi abuelo estaba tan desesperado que le dije que me iba a poner a trabajar con él. Y eso lo animó a empezar de vuelta, motivado porque era la nieta mayor y tenía que enseñarme –recuerda Rodrigué en la entrevista con Página/12–. Tenía mucha afinidad con mi abuelo y, como me gustaba mucho leer, comencé a trabajar. Lo único que sabía hacer era escribir a máquina y me puso de secretaria, pero poco a poco fui aprendiendo y me fui inclinando por la parte editorial.” Quinta generación de editores, el contacto “genético” de su familia con los libros empezó con su tatarabuelo, Antonio López Bernagosi, y su bisabuelo, Antonio López Venturas, “dos editores de Barcelona que hicieron unas revistas muy importantes en catalán, muy de vanguardia, que se llamaban La Campana de Gràcia y L’ Esquella de la Torratxa”, apunta Rodrigué. Su abuelo, Antonio López Llausas, exiliado español que llegó a Buenos Aires en 1939 de la mano de Victoria Ocampo, fue el fundador de Sudamericana, y su padre, Jorge López Llovet, también trabajó en la editorial.
No fue fácil vender Sudamericana al grupo alemán Bertelsmann en 1998. Ese proceso fue tan doloroso para Rodrigué y toda su familia –su abuelo había conseguido con empeño y audacia congregar en muy pocos años a muchos de los mejores autores de la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX– como inevitable. “Cuando vendimos la empresa, por contrato, me tuve que quedar cinco años más trabajando. Y pasaron los cinco años y seguía pero, cuando cumplí cuarenta años en la editorial, me pregunté qué estaba haciendo ahí –confiesa la editora–. El trabajo se había vuelto muy estresante, con muchos viajes y con metas muy duras: 30 libros por mes y más 30 reediciones. Era una máquina de producir libros, y a mí me gusta más trabajar los libros de manera artesanal, conversar con el autor y darle su tiempo a cada libro. Es imposible en un lugar donde se hacen tantos libros darles el tiempo que necesitan.”
Entonces, Rodrigué no dudó: “Suficiente, etapa cumplida”, se dijo, pero entre que tomó la decisión de irse y la transición, que duró casi un año, hasta que dieron con su reemplazante, se preguntaba qué iba a hacer de su vida después de Sudamericana. “En un momento mi marido me propuso trabajar en Edhasa, que recién se había instalado en la Argentina, y le dije que sí, pero me daba lástima dejar el departamento de Literatura Infantil y Juvenil, que habíamos creado con Canela en Sudamericana. Le habíamos puesto mucha energía, muchas ganas e ilusión, y el departamento había crecido, se habían hecho cosas muy lindas. Entonces pensé en crear una editorial infantil”, señala Rodrigué. “Se lo conté a mis seis hijos, cinco mujeres y un varón, y las chicas se engancharon un montón. ‘Dale, mamá, hacelo’, me decían. A todas les gusta mucho leer, todas se criaron en un mundo de libros.” Rodrigué cuenta que volver a empezar con La Brujita de Papel fue algo milagroso. “Se generó un clima muy especial entre nosotras. Trabajamos después de hora y hasta los fines de semana. Yo soy la que más tiempo le dedico, pero mis hijas les roban tiempo a sus chicos, a sus trabajos y al sueño.”
–¿Por qué cree que la literatura infantil hoy genera más entusiasmo que la de adultos?
–En nuestro país, la literatura infantil y juvenil estuvo muy relegada, y en los últimos años se empezó a crear un movimiento con autores nuevos. También aparecieron muchos ilustradores y se generó una conjunción entre autores e ilustradores que le dio una nueva dinámica. Empezaron a aparecer nuevos sellos, las editoriales grandes hicieron departamentos infantiles, la Feria del Libro Infantil cada vez tiene más éxito, las librerías empezaron a dar un espacio que no tenían. Antes los libros infantiles iban a la última mesa y estaban tirados sin ningún orden. Ahora casi todas las librerías importantes tienen un sector dedicado a los chicos con gente especializada, vendedoras que conocen el material. La sociedad se dio cuenta de que los chicos no estaban leyendo y que había que motivar la lectura de alguna manera. También los suplementos literarios empiezan a tener un pequeño espacio, en algunos colegios las maestras están trabajando muy bien, hay un horario de lectura recreativa, no como obligación sino como entrenamiento y recreación. Todos estos elementos hicieron que exista una efervescencia más grande.
–¿Cómo influyó el fenómeno de Harry Potter?
–Vino a sumar, abrió un mundo para un montón de chicos que no pensaban que podían leer un libro tan largo y esperar la continuación. Cuando vas a la Feria de Frankfurt o a la de Bolonia y ves el catálogo que exhiben los sellos alemanes, tienen libros para chicos con 400 o 500 páginas como si no fueran nada. Y acá era impensable que un chico leyera tantas páginas hasta que apareció Harry Potter.
–Lo curioso de este fenómeno es que quizá muchos padres no son lectores, pero igual les compran libros a sus hijos, los animan a leer.
–Es verdad, los padres van a la Feria Infantil con sus hijos y eligen libros, pero muchos de esos padres quizá no compran libros para ellos o leen poco. Una vez que el chico adquiere el hábito de la lectura, pide libros, pide leer más. Y esto es fantástico.
–¿Existen riesgos de que se piense la literatura en términos muy pedagógicos, por el papel que está teniendo la escuela en la difusión de los libros y los autores?
–No creo; los maestros, a la hora de elegir, buscan el mejor cuento, el más entretenido, el que despierta la imaginación. La literatura infantil es muy noble: una vez que lográs implantar algunos autores y textos, perduran muchos años. No es lo que pasa con los libros para adultos, que se venden mucho y desaparecen con rapidez. El libro infantil se vende más lentamente, se va imponiendo de a poco y perdura mucho más en el tiempo. Si observás cómo se comportan los chicos en la feria del libro infantil, te das cuenta de que les gusta seguir una colección o a un autor. Los chicos son lectores muy fieles.
–Se podría pensar dos etapas del fenómeno de la literatura infantil: hace veinte años había que instalar nuevos autores, ahora parece ser el momento de los ilustradores.
–Sí, igual siempre hubo muy buenos ilustradores, pero ahora son más conocidos y gracias a Internet pueden trabajar en cualquier parte del mundo. Por ejemplo, el escritor e ilustrador Pablo Bernasconi, que publicó con nosotros Hipo no nada, vive en Bariloche y nos manda sus trabajos por mail. O’Kif, que vive en la provincia de Buenos Aires, ilustró el libro de Cecilia Pisos, que estaba en México y ahora se fue a vivir a Canadá. Yo recibo ofertas de ilustradores que están en cualquier lugar del mundo, y muchos de nuestros ilustradores están trabajando para España, Canadá y Estados Unidos sin ninguna barrera.
–¿Cómo definiría el perfil de La Brujita de Papel dentro de las editoriales del género?
–Es un espacio para soñar, para que los chicos se entretengan. Tratamos de hacer libros muy buenos, bien hechos, porque consideramos que el niño es un lector importante que no hay que menospreciar. ¡Me costó tanto hacer estos libros! Fue más duro que un parto (risas). Los libros de Cecilia Pisos (Las cajas mágicas y Concurso hechizado) nos llevaron 14 meses hasta que logramos publicarlos. Fue un parto muy largo...
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