LITERATURA › LA VIDA Y LA OBRA DE HECTOR TIZON
El libro Un ejemplar de frontera reúne las conversaciones de Ana Da Costa con el notable autor, en su casa de Yala.
› Por Angel Berlanga
Para que unas conversaciones sean casi una autobiografía es necesario contar con ese enfoque del interlocutor hacia el protagonista y acaso, también, con la admiración por el personaje retratado. Eso se trasluce en Héctor Tizón. Un ejemplar de frontera, el primer libro de la periodista Ana Da Costa, presentado el lunes pasado en el Centro Cultural de España en Buenos Aires. Como los entrevistadores de látigo y tapón de punta son más llamativos, impactan, tienen mejor prensa y muchas veces pretenden probar cuánto más sabios son que los entrevistados, conviene aclarar temprano que aquella primera afirmación inicial, que esboza el talante del volumen editado por De la Flor, no conlleva implícita una carga peyorativa; de hecho, a veces, con tiempos y paciencias, es esa confianza construida la que provoca el surgimiento de recuerdos, revelaciones e interrelaciones. Un ejemplar de frontera contiene estos surgimientos y también mucho de lo ya dicho por Tizón a innumerables medios y eso, entonces, lo constituye como eficaz y abarcadora aproximación a lo que cuenta de su vida y de su obra.
A lo largo de diez días de fines del otoño de 2003, Da Costa dialogó con el escritor en su casa de Yala, su lugar en el mundo desde los comienzos, y en San Salvador de Jujuy, donde ejerce como juez de la Corte Suprema provincial. “Me llevó dos años poder tomar distancia del personaje”, le dijo la autora a la periodista Silvia Hopenhayn, su interlocutora en la presentación. “Es un escritor notable, un narrador de provincia, un autor universal; pero, por sobre todo, es un ser humano entrañable. Su humildad, su sabiduría son infinitas”. La frase, que anota Da Costa casi al final del libro, da cuenta de ese intento por tomar distancia. “De él aprendí que es imprescindible respetar los silencios en una conversación –agrega–. En varias oportunidades, al concluir la respuesta, él se sumergía vaya a saber uno en qué pensamiento. Pero al cabo de unos minutos el mutismo se quebraba para contar anécdotas o reflexiones maravillosas que, de haber mediado cierto apuro por reanudar el diálogo, nunca hubieran sucedido.” La periodista –que conduce Manchas de tinta, el programa radial de la Biblioteca Nacional– contó que Tizón accedió al proyecto para armar este libro apenas se lo propuso y que, poco después, viajó a Jujuy. “A partir de esta larguísima entrevista de Ana se va armando una historia autobiográfica que estaba como germen en sus novelas y cuentos”, terció, en la mesa de presentación, la editora y traductora Nora Dottori, que trabajó junto a Da Costa en el armado de Un ejemplar de frontera, de cuyo prólogo es autora. En efecto, el formato que campea en el volumen es el tradicional pregunta-respuesta de la entrevista periodística, registro al que se le van intercalando otras vertientes que enriquecen: tramos de la narrativa del escritor, textos suyos o de otros que recuerda, trae y lee en el momento, breves descripciones de sensaciones, detalles y situaciones, toques de cronista de Da Costa. Familia, infancia, oficios, lecturas, exilio, intimidades, lugares, creencias, libros: eso y bastante más entran en el recorrido de estos diálogos, e incluso notas para relatos que todavía no escribió y un tramo inédito de El resplandor de la hoguera, el libro de memorias literarias de Tizón: “Por alguna razón –escribió el narrador–, casi todos mis amigos en las letras fueron y han sido poetas, no prosistas. Yo mismo, luego del intento de escribir un relato sobre un hombre que en el desierto debe sacrificar a su mula por haberse quebrado una pata entre las piedras del camino, lo hallé tan arduo que me propuse dedicarme a la poesía, y de inmediato conjeturé que, para escribir buenos versos, uno debía enamorarse primero, y asumí esto como un deber, algo así como estudiar logaritmos”.
Hubo un antes y un después de esta mesa de presentación. En la previa se reprodujeron tramos de un documental sobre Tizón, grabado en Yala, emitido en Canal à. “Yo creo que la memoria llega a ser una especie de verdugo y que hay que dosificarla de manera que a uno no lo paralice”. dice allí, “Es un instrumento fabuloso para no confundir las cosas, separar la paja del trigo, aprender a caminar hacia delante; pero cuando la memoria se apodera de uno y pretende dirigir los pasos, o tiranizarlos, se convierte en una verdadera tortura”. Luego, en la última parte, los actores Jorge Marrale e Ingrid Pellicori leyeron tramos de las conversaciones entre Da Costa y Tizón y así surgieron recuerdos, historias, sueños: la bestialidad de una maestra que cacheteó a una nena por pintar una ballena de azul, las enseñanzas de unas niñeras indígenas, la búsqueda de argumento legal para un puestero que mató a un gaucho borracho que le prendió fuego a su perro, el temor de descubrirse ante el espejo como un impostor. El editor Daniel Divinsky contó que, cuando lo invitó a la presentación, Tizón se rehusó: “Sería como asistir a mi propio funeral”, le dijo. “Más allá de eso –concluyó Divinsky–, creo que la presencia de Héctor hoy, aquí, con nosotros, fue más que evidente”.
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