Dom 16.09.2007
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LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR ESPAÑOL ENRIQUE VILA-MATAS

“Soy un explorador de mi abismo”

El autor vuelve al cuento después de 12 años, un cambio de género que coincide con un giro vital tras la enfermedad que padeció el año pasado, y que lo puso al borde de la muerte.

› Por Carles Geli *

El teléfono sonaba todo el día. Enrique Vila-Matas, arrastrando el enojo de quien no anda bien de salud, le pidió a su esposa que no lo descolgara, pero ante la insistencia, ésta lo desobedeció. Era el médico del seguro, con unos resultados. El escritor atendió: “Usted debe de encontrarse muy mal, ¿no?”, dijo el especialista. El informe fue tal que Vila-Matas se ofreció a ingresar en el hospital al día siguiente. “Es que le quedan sólo horas de vida”, obtuvo como respuesta: sufría un colapso renal. Parecía vivir uno de sus episodios metaliterarios, pero era la realidad. En 2006, el escritor se asomó al precipicio. Y ni un alquimista de la vida y la literatura como él podía quedar inmune. El impacto se nota en Exploradores del abismo, regreso al cuento tras doce años de ausencia del género y en donde entre personajes funambulistas de la vida (usuarios de autobús, autistas, maldecidos por profecías...) hay jirones de forma y fondo que dejan entrever otro Vila-Matas tras la enfermedad.

–¿Con qué Vila-Matas hablamos?

–En lo íntimo, con una persona más serena. En lo literario, hay sólo ligeros cambios: nunca nadie cambia radicalmente. Pueden ser necesarios años antes de que el artista dé con los códigos y equilibrios correctos y pueda entrar y salir libremente de la visita a su propia obra. Aunque con la trilogía de la Catedral Metaliteraria, como la bautizó mi editor Jorge Herralde (Bartleby y compañía, El mal de Montano y Doctor Pasavento), había dado con una receta bastante idónea para entrar y salir de mis temas, decidí hace un año no caer en el error de otros de instalarme en mi propia fórmula. El resultado es Exploradores del abismo, exploración de mi abismo y de nuevos métodos para buscar el más allá de mi escritura.

–¿Esa necesidad fue fruto de la enfermedad?

-Sucedió que, tras haber especulado tanto con la desaparición del doctor Pasavento, el doctor Pasavento y Vila-Matas desaparecieron de verdad tras el colapso. No tuve más que situarme en el nuevo espacio en que me había colocado la vida.

–¿Qué le ha hecho la enfermedad ver o sentir distinto de antes?

–Al salir del hospital empecé a valorar cada instante. Recuerdo que me emocioné al ver el verde de los árboles del hospital, insólito porque nunca había reparado en la función clorofílica. Pero no quisiera que se interpretara el libro como la caída de San Pablo; hay en Exploradores... una continuidad con Pasavento, fuera de que no es novela y hay menos contaminación en lo metaliterario.

–¿Y la influencia de este episodio en su comportamiento cotidiano?

–Soy aún un explorador de mi propio abismo. Bueno, quizá sí puedo hablar de renacimiento. Este libro va a la búsqueda del renacimiento personal y literario. Cuando hablé tras el colapso lo hice como desaparecido que reaparecía convertido en otro. Con el tiempo, eso se fue moderando. No creo que se haya roto mi ADN literario.

–Pero se entrevé en Exploradores... un dejo más sentimental.

–Es deliberado. Decido ser sentimental y tierno porque no estoy negado para serlo. Controlo mucho las apariencias que quiero presentar en cada cuento. De nuevo me vuelvo a esconder mucho. Tenía la impresión, en los últimos meses, de que había perdido intensidad en mi rareza e incluso llegué a leerme a mí mismo en la época en que era realmente raro para recordar cómo era mi rareza. Ahora que me doy cuenta, todo lo de mi supuesto cambio seguramente es una ficción más.

–O sea, una pirueta más con la metaliteratura.

–La nouvelle Porque ella no lo pidió es el caso más claro del libro. Es rizar el rizo de ficción y realidad, porque presento como ficción lo que ocurrió en la realidad: el encargo que me hizo la artista francesa Sophie Calle para que escribiera una historia para ella vivirla. Me hubiera gustado que la hubiera llevado a cabo. Ese episodio me bloqueó.

–¿Por qué?

–Si ella no ponía en marcha la historia yo no podía escribir. Como resultó que había tomado nota del proceso, decidí contarlo como ficción para seguir escribiendo. O sea, para salvarme a mí mismo. Su propuesta fue paradójica: tras años de juguetear con la literatura y la vida, encuentro que alguien quiere quedarse con mi literatura para pasarla a la vida... pero a la suya, con lo cual yo lo perdía todo. Por eso, para salvarme, escribí ese relato.

–Sophie Calle también se lo propuso a Paul Auster...

–Sí. Auster hizo una cosa ligera, porque me confesó que si hubiera escrito que se tirara desde el puente de Brooklyn, ella lo hubiera hecho. Pero también se lo propuso a Jean Echenoz, Olivier Rolin y hasta a Ray Loriga. Y ninguno lo llevó a cabo. Curioso: todos son escritores de personalidad encantadoramente frágil; y yo debo estar en esa línea, como Auster. Una personalidad en la cuerda floja.

–En el aspecto formal, su escritura es aun menos exuberante que antes.

–Lo cargué menos de referencias culturales para distanciarlo de la trilogía. Y son cuentos más libres, hay mezcolanza de géneros. Antes eran más ortodoxos, más para aprender a contar que para contarme a mí mismo. También hay mucho trabajo de corrección. Aspiro a escribir más fácil.

–La vida cultural y artística es definida como “una carrera enloquecida hacia la nada”...

–El arte también da sentido a la vida. Lo preocupante es la ausencia de pensamiento y de que no se escucha a la intelligentsia desde hace un siglo. A nadie hoy le interesa que le expliquen las cosas que no comprende o sabe. De ahí su ausencia.

–¿Quién es el culpable?

–El poder. Y esas clases sociales que son víctimas del poder y de esa educación nula que se hace desde arriba para dar seres nulos que tampoco, claro, están interesadas en la palabra de la persona que piensa. Todo eso conduce a los intelectuales a ser muy minoritarios y a algunos a intentar aventuras como las plataformas políticas para escapar de su nulo papel como intelectuales, pero son aventuras condenadas al fracaso. Por eso esta ausencia de elites intelectuales que dirijan los países.

–O, quizá, porque tampoco hay tantos intelectuales que sepan leer bien el mundo de hoy.

–Eso es más resultado de que se separó, desde hace un siglo, poder y pensamiento. Eso conduce hacia la nada, es la nada misma.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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