Mar 18.09.2007
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LITERATURA › LISPECTOR SEGUN BATTELLA GOTLIB

“Leerla es un encuentro con lo desconocido, atemoriza”

En Clarice, una vida que se cuenta, biografía de una de las más grandes escritoras del siglo XX, Gotlib retrata el alma y la obra de Lispector.

› Por Silvina Friera

“Una amiga mía quiso retratar a una bahiana y ella no se dejó: ‘Usted no retratará mi alma’...” Esta anécdota la contó Clarice Lispector (1920-1977), “mujer insoluble”, lisérgica y visionaria. No es casual que la recuerde Nádia Battella Gotlib en Clarice, una vida que se cuenta, la biografía de una de las más grandes escritoras del siglo XX, publicada por Adriana Hidalgo, cuando se están a punto de conmemorar los treinta años de su muerte. La biógrafa consigue retratar tanto el alma como la obra de Lispector, “un casi todo”, en un libro donde deconstruye las múltiples, complejas y ambiguas imágenes (con sus correspondientes mitificaciones) de la escritora, que surgieron de las declaraciones, artículos, ensayos, entrevistas, noticias en diarios y revistas, decenas de fotografías reunidas y los innumerables testimonios de intelectuales, escritores, músicos y amigos. Battella Gotlib, del mismo modo que su biografiada, cuestionaba los paradigmas de la literatura brasileña, opera desmontando las numerosas tensiones que encuentra en las novelas, cuentos, cartas, crónicas y anotaciones sueltas de la autora de Revelación de un mundo. El resultado está a la vista: 530 páginas en las que conviven una notable investigación documental y crítica.

Antonio Callado describe a Lispector como una extranjera, pero no porque haya nacido en Ucrania. “Criada desde niña en el Brasil, era tan extranjera como no importa qué. Clarice era extranjera en la tierra. Daba la impresión de ir por el mundo como quien desembarca de nochecita en una ciudad desconocida en la que hay una huelga de transporte.” El escritor y psicoanalista Hélio Pellegrino subraya que para la autora de La manzana en la oscuridad y Agua viva “se abrían las puertas de la percepción, de modo que el mundo se transformaba en un espectáculo de vertiginosa complejidad, profundidad y vigor”. Y agrega: “Clarice veía demasiado, y el sufrimiento le brotaba de la crispación de sus retinas expuestas a las agujas de la luz que saltan del corazón salvaje de la vida. Vidente y visionaria, Clarice era castigada –crucificada– por el exceso de estímulos, conscientes e inconscientes, que debía domar”. Profesora de la Universidad de San Pablo, Battella Gotlib señala en la entrevista con Página/12 que la lectura de Clarice exige cierta disponibilidad, una puerta de entrada que implica dejar en el umbral los presupuestos de orden racional. “Lo planteo desde mi experiencia como profesora con alumnos que tenían que leerla, tratando de eludir las amarras de la formación muy positivista de nuestra educación. Creo que esa es la mayor dificultad; yo también tuve que vencer estos obstáculos”, confiesa.

“Lo más difícil de enfrentar en la literatura de Clarice es la desarticulación de los cánones. Leerla es un encuentro con lo desconocido y eso atemoriza a las personas. Pero lo que siempre me interesó de Clarice fue la percepción que ella tenía respecto de las relaciones familiares. Publicó los cuentos de Lazos de familia, justamente después de separarse de su marido. Ella misma se sorprendía con los textos que escribía y tenía conciencia de lo que había hecho después de que alguien le hacía una observación”, explica Battella Gotlib.

–¿Qué otros textos, además de Lazos de familia, rescata de la producción de Lispector?

–La pasión según G. H. y La hora de la estrella. La pasión... porque no era casual que escribiera esa novela una mujer que estaba sola y que, como decimos en portugués, tuvo que “engullirse un sapo”. Aunque hay muchos sentidos posibles en esa escritura, todos encarnan una alteridad, otra forma de ver la realidad diferente de lo anterior. Abrirse a esa alteridad no digo que fuera la gran lección, porque ella no quería enseñar a nadie, pero es la gran clave para percibir la literatura de Clarice. La hora de la estrella es un puñetazo en el estómago porque muestra de una manera muy directa la pobreza que reina en Brasil, y la convivencia muy difícil entre los que tienen y no tienen, muy distinto al trabajo de los novelistas de los años ’30 que hicieron literatura social.

–¿La obra de Clarice logró sobrevivir en el tiempo, a diferencia de los que escribieron literatura social?

–Todos sobreviven, pero Clarice es diferente. La diferencia es que ella es más radical porque deconstruye, va hasta lo más recóndito, nada sobrevive en su narrativa, ni siquiera ella misma, porque desmonta el canon y los géneros. Escribe cuentos clásicos, pero en el interior de esa narrativa deconstruye lo clásico. Hay una desmitificación y deconstrucción constante de la propia literatura; una propuesta de desficcionalización, de llegar a La materia viva pensante, que es una expresión que está en una de sus novelas, que no es la palabra, sino la experiencia pura. Es una literatura suicida porque tiene que desmontar la propia palabra para intentar llegar a las pulsaciones. Es también una literatura dramática, pero como en su recorrido utiliza los recursos de la ironía, encontramos la risa y la tragedia con toda su complejidad y ambigüedad. Y de todo esto lo que resta es un cuestionamiento crítico que aporta más percepciones respecto de la condición humana: todo lo que hay de malo, pero también las virtudes.

–Se podría afirmar que en Lispector hay una actitud muy chejoviana en la narración.

–Es cierto, hay una cuestión con el tiempo que se detiene como si no estuviera pasando nada, que es una sensación característica de lo que produce la lectura de Chéjov. Pero la influencia más evidente es la de Katherine Mansfield. En muchos cuentos de Mansfield hay un tiempo en suspenso, donde las cosas están aconteciendo, pero es una intuición de lo factual y es muy difícil trabajar en ese filo de la navaja: mantener el equilibrio narrativo mientras se ven las cosas como una intuición o como una vaga idea. Como sucede con Katherine, leer a Clarice requiere de muchas sutilezas, porque ella tenía la capacidad de traducir ese semitono de la narrativa y los detalles del tiempo, del instante, sin preocuparse por la velocidad.

–Daría la impresión de que el estilo tan peculiar de Clarice debe obstaculizar bastante la posibilidad de que tenga epígonos...

–No, al contrario, tiene muchos epígonos, pero no son escritores consagrados. Uno de ellos es Caio Fernando Abreu, un autor que nació en Rio Grande do Sul, que escribió varios libros de una manera muy clariceana, con un discurso muy sensible. Sin embargo, no hay tantas mujeres influidas por Clarice. No creo que haya una buena Lispector en la literatura brasileña actual. Sí tenemos muy buenos cronistas, como Rubem Braga, que fue un gran amigo de Clarice.

–¿Por qué hay tanta y tan buena tradición de cronistas en Brasil?

–Se debe a la tendencia que tenemos a la oralidad. La crónica parte del presupuesto de la posibilidad de hablar como si se estuviera en casa, conversando con amigos. Una de las cosas que colabora para entender esa soltura es el compromiso con asumir la escritura de acuerdo con ciertos presupuestos, cierta levedad, que no están en consonancia con lo que se espera de un escritor, contrariando la expectativa de la consagración con textos muy elaborados. Es una hipótesis, pero a los brasileños nos gusta narrar casos, como en la tradición oral. Esa oralidad que tenemos quedó plasmada en la crónica.

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