Mar 02.10.2007
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LITERATURA › ANA MARIA SHUA, “EL PESO DE LA TENTACION” Y LAS RAZONES PARA ESCRIBIR SOBRE LA OBESIDAD EN LOS TIEMPOS MODERNOS

“Se nos impulsa a comer de más porque hay que consumir”

La escritora admite que hay un par de detalles autobiográficos en la historia que refleja y que al terminar el primer capítulo le costó mucho avanzar hasta el final. “Evidentemente, me interesa trabajar con gente que está encerrada más o menos contra su voluntad, que se ve sometida a una autoridad injusta, que padece situaciones de humillación”, dice.

› Por Silvina Friera

Comer o no comer es uno de los dilemas de la vida, que puede devenir en calvario cuando el descontrol aleja cada vez más la posibilidad de alcanzar el cuerpo soñado. En la ilustración de El peso de la tentación (Emecé), la nueva novela de Ana María Shua, los pies de una mujer disparan el marcador de una balanza hasta casi los cien kilos. Podrían ser los pies de Marina, la protagonista, quien, como toda persona con sobrepeso, tiene complejas relaciones con la balanza. “Jamás se pesaría por la mañana antes de orinar. Tampoco lo haría después de bañarse: el pelo mojado pesa más.” ¡Qué no ha probado Marina para adelgazar! Con su primer dietólogo, a los once, aprendió a pesar los alimentos que iba a comer. Claro que bajó un poco, pero pronto volvió a subir. Y así pasaría de médico en médico, de tratamiento en tratamiento: cápsulas que le quitaban el apetito, diuréticos, laxantes, anorexígenos, tratamientos hipnóticos y todas las dietas que proponían las revistas (la de la luna, de la manzana, del pomelo, de la papa y hasta dietas líquidas). Cansada de tantas dietas fallidas, con más de cuarenta años y más de noventa kilos, Marina se interna en un centro de adelgazamiento, Las Espigas. Allí está el “malo de la historia”, el Profesor, con sus métodos severísimos: ayunos casi totales y brutales ejercicios físicos.

“Cómo voy a hacer con esta novela para hablar de literatura, seguramente voy a terminar hablando de obesidad”, bromea Ana María Shua en la entrevista con Página/12. “El tema de los gordos o de la obesidad no es prestigioso. Inmediatamente surge la idea de que se trata de una cuestión menor, de algo liviano, probablemente cómico, entonces los escritores le escapan al asunto, y por eso mismo no quería escribir esta novela”, cuenta la escritora. “Al final, uno no puede escribir sobre cualquier cosa. Cuando empecé a escribir, pensaba que todos los temas eran posibles. Mi primera novela, Soy paciente, tenía que ver con alguien que se internaba en un hospital, que también quedaba encerrado y atrapado en una maraña burocrática. Pensaba que era uno de los miles de temas que se me iban a ocurrir. Y no es así, porque cada uno tiene su propio mundo y se mueve dentro de ciertos límites. Evidentemente me interesa trabajar con gente que está encerrada, más o menos contra su voluntad, que se ve sometida a una autoridad injusta, que padece situaciones de humillación. La relación con la autoridad es algo que vuelve una y otra vez en lo que escribo, y también la medicina y la situación de sometimiento del paciente.”

Aunque El peso de la tentación no es una novela autobiográfica, Shua confiesa que ha pasado buena parte de su vida haciendo dietas. “Nunca fui obesa, pero sí pastillera”, aclara. “Hasta hace tres o cuatro años tomaba medicación anorexígena. Lo que es rigurosamente mío del personaje es la historia clínica, nada más, porque yo nunca estuve internada en un lugar así. Quise internarme para ver cómo funcionaba, pero era carísimo. Como salía cerca de 3 mil pesos un fin de semana, hace tres o cuatro años, me dije: ‘Mejor me lo imagino’.”

–¿Hay una dictadura no sólo con respecto al hecho de estar flaco sino también sobre las comidas naturales y la salud?

–Más que una dictadura, lo que hay es una especie de obsesión, que en la mayoría de los casos se vuelve ridícula. Incluso hay una nueva enfermedad que se llama la ortofagia, las personas que piensan que sólo tienen que comer determinados tipos de alimentos para no enfermar. Hay toda clase de trastornos y delirios alimentarios. Pero la verdad más obvia y evidente en las estadísticas es que la población del mundo está engordando. Me contó Moacyr Sclair, un gran escritor brasileño, que cuando Lula largó el plan de “Hambre Cero” se hicieron estudios para buscar dónde estaban los focos de hambre. Y descubrieron que, si bien hay graves problemas de desnutrición, a nivel sanitario es mucho más grave el problema de la obesidad que el del hambre, empezando por la obesidad en la pobreza. Y si uno se fija bien, simplemente lo que tenemos alrededor, de los barrios más ricos de la Capital hacia el conurbano, la gente va engordando.

–Aunque la obesidad no sea un tema prestigioso para los escritores, en la novela se mencionan varios textos que han abordado el tema.

–El tema del comer o no comer, del control o descontrol, está presente en toda la literatura universal. Desde el gozoso descontrol de Rabelais, que es con un gran festejo, hasta ese texto bíblico tan terrible y monstruoso del Deuteronomio, en que Dios amenaza al pueblo judío con el canibalismo porque habrá tanta hambre que los padres se terminarán comiendo a los hijos, lo que implica un paso atrás en la humanidad, es la deshumanización más absoluta. En el descontrol, en la imposibilidad de reprimir el instinto, hay una suerte de deshumanización, porque si hay algo humano por excelencia es la represión del instinto.

–¿El discurso imperante es comer poco y sano?

–No, hay otro discurso, más subliminal, que es lo contrario de lo que parece. Se nos está impulsando a comer sin medida, a comer todo lo que podamos porque hay que consumir. Eso se ve claramente en Estados Unidos, donde la industria alimentaria produce 3800 calorías por día por persona y la tienen que colocar, incluyendo a los bebés. Ahora me doy cuenta de que las adicciones no son sólo un problema psicológico sino que hay que verlas también desde el punto de vista sociológico. La droga no entra por demanda sino por oferta. Así como los chicos consumen drogas porque se las dan, todos tendemos a comer de más porque hay sobreoferta de comida.

–¿Cómo fue trabajando la relación de los gordos con sus cuerpos, sus emociones y sus vínculos?

–En la novela no tomo partido por la idea de que “es importante ser flaco” o que “lo importante es quererse a uno mismo”. Más bien estoy mostrando una situación que está sucediendo en la sociedad, y la trabajé literariamente del modo que me gusta, llevando todo hasta las últimas consecuencias. Pero la desesperación por comer no es exagerada en la novela, es verdaderamente lo que sucede. En mi historia personal vivo arrepentida de lo último que comí y con la gozosa anticipación de la próxima comida (risas). Nunca fui obesa, pero tengo una hermana que con un metro cincuenta y dos pasó los ciento cinco kilos. Ella, verdaderamente, sufrió mucho, aunque en este momento está un poco mejor. Pero un obeso recuperado es como un alcohólico que está siempre al borde del abismo. También estuve en la clínica de Ravenna, para bajar de peso, donde hay una gran cantidad de personas obesas, y es muy interesante escucharlas. Esta experiencia fue muy importante en la escritura de la novela. Una de las sensaciones que tenemos los que luchamos contra los kilos es que es injusto que uno engorde por lo que comió y que no cuente nada todo lo que no comió. Porque todo el tiempo estás no comiendo cosas que quisieras comer.

–¿Cuál fue el desafío más grande al que se enfrentó para escribir El peso de la tentación?

–No quería que fuera solamente una novela cómica. Una vez estaba pensando en un guión para una película y necesitaba una situación que fuera graciosa. Una de mis hijas me dijo: “Poné a una gorda”. Los gordos son cómicos, el problema de los gordos es cómico, su angustia es cómica, su hambre es cómica, sus dietas son cómicas. Un gordo siempre va a ser un actor cómico, es muy raro ver a un gordo en un papel dramático. Un gordo hace reír mucho más fácilmente de lo que hace llorar. El gran desafío era cómo contar una historia que no fuera solamente cómica sino tratar de entender el problema en su dimensión más profunda. Escribí el primer capítulo de la novela y durante un año no pude escribir nada más porque me costó mucho imaginarme cómo sería Las Espigas, me costó tomar decisiones respecto del espacio, cómo iban a ser las comidas y quiénes serían los personajes. Pero los libros se escriben “en el pensamiento” antes de llegar al papel.

Shua repasa las mentiras y excusas de los adictos. “El fumador te va a decir: ¡cómo voy a dejar de fumar ahora que se enfermó mi hijo!, ¡cómo voy a dejar de comer ahora que tuve un accidente con el auto! Siempre hay una buena excusa para no dejar de comer, de fumar, o lo que sea. Los adictos no sólo les mienten a los demás sino que se mienten a sí mismos. Conozco muy bien todas las conductas del obeso porque a mí me han pasado en pequeña escala, como no comer la comida en una fiesta y después llegar a casa y agarrar un pedazo de pan viejo y roerlo detrás de la puerta”, señala la escritora. “Es muy típico de los dieteros intentar hacer ayuno porque es mucho más fácil cortar totalmente con la droga, que consumirla en cantidades moderadas. Cualquier fumador sabe que es más fácil dejar de fumar, que fumar dos cigarrillos por día. Fumar dos cigarrillos por día es estar siempre al borde del abismo. A veces es más fácil no comer, que comer poco o moderadamente. En Estados Unidos se ha trabajado mucho con las dietas de ayuno total, pero tienen muy malos resultados a la larga. Los ayunos duran hasta tres meses y se hacen absorbiendo unos líquidos que contienen proteínas y minerales. Pero cuando las personas vuelven a estar en contacto con la comida, se desesperan, tienen mucho miedo, y en general vuelven a caer. La comida no es como otras drogas, de las que uno puede hacer la supresión total. Con la comida siempre hay que estar en contacto porque la comida no es una droga; la adicción está en el exceso.”

–¿Es diferente la relación que tienen con la obesidad y con sus cuerpos los hombres respecto de las mujeres?

–Sí, y voy a repetir algo que le escuché decir al doctor Ravenna. El hombre que está muy gordo, y que come como una bestia, se siente precisamente una bestia, y en ese sentirse una bestia hay algo positivo, un elemento de virilidad. En cambio, la mujer que está muy gorda se siente una mierda. La gordura se le permite más al hombre que a la mujer.

–¿Qué opina de programas como Cuestión de peso?

–Lo vi muy poquito, pero más que analizarlo en relación con el problema de la obesidad hay que verlo en función de cómo todo se ha vuelto espectáculo. Así como la gente se divierte, para mí misteriosamente, viendo Gran Hermano, también se divierte viendo cómo los gordos luchan por bajar de peso, o se fascinan viendo las cirugías estéticas espantosas que se hace la gente. Tiene que ver con el circo televisivo. Ya no alcanza la representación; ahora la representación se tiene que fingir auténtica, real, porque la gente busca más circo que teatro.

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