Vie 05.10.2007
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LITERATURA › UNA RECORRIDA POR LA TERCERA FERIA DEL LIBRO ANTIGUO

Paraíso del cazador de reliquias

El Museo de Arte Hispanoamericano es la sede de un encuentro dominado por la singular emoción ante un volumen añejo.

› Por Silvina Friera

“¡Ay, qué locura!”, exclama la señora, cuando Alberto Casares saca de la vitrina una joya que le permite lucir su encantadora estirpe de librero. Como si estuviera dando cátedra de cómo seducir en sólo cinco segundos, sus dedos rozan el lomo de Facundo, de Domingo F. Sarmiento –editado por la Sociedad de Bibliófilos Argentinos en 1935, con aguafuertes originales de Alfredo Guido–, con esa inconfundible fruición con que los fanáticos exhiben los objetos de su devoción. Mientras la mujer hojea el libro y lo contempla con el mismo placer estético con el que se disfruta una obra de arte, un señor que mira La ciudad sin Laura, de Francisco Luis Bernárdez –publicado por Sur en 1938–, le pregunta al librero si tiene otros poemarios del autor. “En la librería, sí”, le contesta. Así comienza un intercambio de opiniones sobre la mala fortuna del poeta y su poesía de inspiración religiosa. “Sabe lo que pasa, alguien me dijo que nombra demasiado a Dios”, acota Casares, entusiasmado. El admirador de Bernárdez asiente y agrega: “No corrió la misma suerte que Marechal”. Estas pequeñas escenas de la vida cotidiana de anticuarios, bibliófilos y coleccionistas transcurren en el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco (Suipacha 1422), donde se desarrolla la Tercera Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires. Organizada por la Asociación de Libreros Anticuarios (Alada), presidida por Casares, hasta el domingo, de 14 a 20, el público podrá recorrer los 17 stands y encontrarse con la flor y nata de los anticuarios del país.

“Nosotros estamos enamorados de estos libros, que son una obra de arte total”, explica Casares, que en 1975 fundó la librería que lleva su nombre. “Todo lo que esté relacionado con el papel, la encuadernación, los grabados, las aguafuertes, nos enloquece. Lo nuestro es esteticismo puro, una pasión fijada en el objeto-libro”, dice el librero a Página/12. En su stand, entre otras preciosuras, se exhiben Don Quixote, cuatro volúmenes de la edición inglesa del libro de Cervantes, de 1820; un ejemplar de la primera edición de Fervor de Buenos Aires (1923), de Borges; del mismo autor, la primera edición de El idioma de los argentinos (1928), y los poemas de Laberinto de amor, de Marechal, con dedicatoria del autor. “No debe haber algo más excitante que el aroma a libro antiguo”, señala Silvia Fajre, ministra de Cultura de la Ciudad, que en esta tercera feria acompaña la iniciativa de Alada con la edición del catálogo y actividades paralelas, como las visitas guiadas a las bibliotecas del Colegio Nacional de Buenos Aires, la Iglesia San Francisco, la Legislatura porteña y el Senado de la Nación. “Los viejos volúmenes poseen un encanto especial, que tiene que ver con el amarillento de sus páginas, las irregularidades del papel y hasta el manoseo de los relieves de la impresión. Sólo aquel que ha tenido la virtud y constancia de conservar ejemplares añejos sabe del placer inconmensurable de mirarlos y acariciarlos una y otra vez.”

Armando Vites, anticuario de Rosario, es uno de los pocos que en un par de horas vendió Carnet La Coruña, de Picasso, un facsímil (perfecta reproducción o imitación de un texto manuscrito o impreso) de uno de los cuadernos del artista a un coleccionista argentino, que lo compró a 3000 pesos, y Altazor, de Vicente Huidobro, la primera edición de 1931, a 1400 pesos. Un señor se acerca a la vitrina y trata de ver de quién es la obra completa, pero aunque achica los ojos y se esfuerza, pronto pide ayuda. “Perdón, soy Emilio Perrot, ¿me podrían decir de quién es la obra completa?” Vites le informa a su mítico colega que tiene nada menos que los cinco volúmenes de las Obras completas de Esteban Echeverría, editada por Carlos Casavalle entre 1870 y 1874, a 1400 pesos. Una de las rarezas que el anticuario rosarino muestra con la avidez de sorprender a sus potenciales clientes –pares en ese extraño y misterioso culto de celebración del libro antiguo– es la plaqueta Dos odas elementales, de Pablo Neruda, firmada y dedicada por el poeta chileno en Jesús María, Córdoba, en 1956. Otro de los expositores, Imago Mundi, ofrece Il calcio, sobre el deporte originario de la ciudad italiana de Florencia, que se practicó durante los siglos XIV y XVII y que influyó en varios aspectos en el fútbol actual, no sólo por sus reglas sino incluso por el ambiente de fiesta en que se jugaban estos encuentros, y el Decreto de libertad de vientres de la Asamblea de 1813, entre otras rarezas. ¿Cuánto modifica el valor de la primera edición de un libro si está dedicado por el autor? Uno de los expositores, que pide no ser mencionado, sintetiza la cuestión: “Depende del escritor, pero un Borges, por ejemplo El idioma de los argentinos, que cuesta 3000 pesos, si tuviera la firma de época ascendería a los 8000”.

“En una época en la que el goce de descartar parece haber superado el de acumular, y en la que la fascinación por lo virtual sepultó, en incontables cabezas, el interés por el presente y el pasado, me conmueven estos seres que han hecho del goce de la preservación y del culto de la singularidad de sus objetos, la materia de tanto entusiasmo y desvelo”, subraya Santiago Kovadloff en Ensayos de intimidad. “En ellos veo, si no a héroes de este tiempo, sí a seres que han tenido el coraje del gusto personal en un momento de predilecciones fuertemente masificadas y casi abstractas.” Con mucho esfuerzo, la librería de Avila, Helena Buenos Aires, Librería del Plata, Víctor Aizenmann, Lord Byron, Cueva Libros, Librería Anticuaria L’Amateur, Luis Figueroa, Poema 20, Armando Vites, Fernández Blanco, Librería El Ventanal, Imago Mundi, The Antique Book Shop, Alberto Casares, Manos Artesanas Comunicaciones y Martín Casares –los 17 expositores– han conseguido instalar La Feria del Libro Antiguo, con sus tesoros que dejan boquiabiertos a más de uno, en la agenda cultural de la ciudad. Según Casares, no es necesario ser un gran coleccionista para alcanzar la condición de bibliófilo, “basta tener amor por el libro”. Hasta el domingo hay tiempo para comprobar que amor es lo que sobra en el Museo de Arte Hispanoamericano. Y, claro, como en el bolero, también habrá tiempo para “perder la cabeza” en ese pequeño laberinto de libros que, con sus páginas remotas y amarillentas, son la extensión de la memoria y la imaginación.

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