Lun 24.10.2005
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LITERATURA › ENTREVISTA CON EL ESCRITOR URUGUAYO MAURICIO ROSENCOF

“Todo es memoria, el olvido no existe”

El autor, ex militante tupamaro, habla de su última novela, El enviado del fuego, pero también de las estrategias que utilizaba para escribir durante los trece años que pasó detenido, en calabozos bajo tierra, durante la dictadura.

› Por Silvina Friera

Nunca pudo estar en un manicomio, pero imaginó un hospital psiquiátrico y escribió una novela, El enviado del fuego (Alfaguara), en la que un personaje entrañable, Fosforito, hecho a imagen y semejanza de Chaplin, le cuenta a su novia catatónica que Carlitos fue enviado por Dios para enmendar las fallas de fábrica de su creación. “En la Biblia no hay optimismo ni ternura, no hay humor”, dice Mauricio Rosencof. “El discurso de Chaplin en la escena final de El gran dictador merece estar incluido como el quinto evangelio por su ternura, su belleza y su humanidad”, propone Rosencof, fundador del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), junto con Raúl Sendic, y actual director de Cultura de la Intendencia de Montevideo. El escritor uruguayo, uno de los dirigentes Tupamaros encarcelados por la dictadura militar en 1972, cuenta en la entrevista con Página/12 cómo hizo para escribir, a pesar de haber estado preso 13 años –en calabozos bajo tierra–, sin poder leer, ni ver el sol.
–En un momento, Fosforito señala que no existe un Premio Nobel por hacer reír. ¿Qué lugar le asigna usted al humor?
–Es fundamental, el humor y la risa son productos desmonetizados. Eugene O’Neill no quiso cederle la mano de su hija a Chaplin porque era un cómico. Hablo por experiencia propia: una de las cosas que nos sostenía a los que estuvimos 13 años bajo tierra, detenidos, era el humor. Le sacábamos partido a todo; el humor es un acto de distensión. Nunca le creas a alguien que te habla con contundencia y seriedad, hay mucho cariño comunicativo, no en reírse de otro, sino en hacer reír.
–¿A qué se refiere cuando dice que le sacaban partido a todo?
–Le cuento una anécdota político-administrativa-carcelaria. Estábamos en el noveno de caballería, Ricardo Ehrlich (el intendente de Montevideo), de un lado del muro, y yo del otro. Nos comunicábamos con golpes de nudillos a través de la pared. De pronto, sintió que yo estaba a las carcajadas y me preguntó si me sentía bien, si me pasaba algo. Yo le contesté: “No, nada, el Quijote”. Estaba leyendo el libro y no podía parar de reírme.
–¿Cómo hizo para escribir en esos trece años?
–Estaba bajo tierra, en un calabozo de un metro ochenta de largo por sesenta centímetros de ancho. En una oportunidad irrumpió la guardia del calabozo y una voz perentoria me dijo, con esta construcción semántica: “Ordena decir el sargento, si usted es el escritor”. Contesté tímidamente “Sí, señor”, y el mismo guardia me dijo: “Ordena decir el sargento que le escriba una carta a su novia”. A la novia del sargento. Entonces me trajeron papel, escribí la carta y la convencí, la seduje (risas). A partir de entonces empezó a desfilar toda la tropa, que cambiaba de guardia cada 72 horas, y eso tuvo un valor de cambio formidable: un cacho de pan, dos cigarrillos. Me daban el lápiz y tenía que devolverlo enseguida, entonces me especialicé en acrósticos: me decían el nombre de su novia y le hacía el verso obligado. Yo aspiraba a que alguno, con más confianza, me dejara la parte de adentro del bolígrafo. En una oportunidad lo tuve por 72 horas, y saqué un par de obras de teatro (Los caballos, El hijo que espera) que las escribí en hojillas de fumar con letra muy chiquita y de corrido. También compuse La margarita, que canta Jaime Ross, y además 32 sonetos con toda una historia de amor de barrio. Esas hojillas las envolvía en el dobladillo de la camiseta con un pedazo del nailon, y cada mes y medio se la mandaba a la vieja para que la lavara, y mis amigos pasaban lo que yo había escrito. Pero también escribí otras cosas que se perdieron: una novela, una obra de teatro y algunos poemas.
–A partir de la búsqueda de los restos de la nuera del poeta Juan Gelman, se ha extendido el debate sobre la dictadura uruguaya en amplios sectores de la sociedad. ¿Qué piensa de esta situación?
–Las nuevas informaciones que se están produciendo ahora no nos toman de sorpresa. En este momento se está plasmando la investigación de algunas cuestiones que sabíamos, como “el segundo vuelo” o un “posible tercer vuelo” o tal vez más. Las características de la dictadura uruguaya fueron distintas a la de Chile y a la de Argentina. Uruguay tuvo el más alto porcentaje de presos por habitantes: uno de cada 54 uruguayos pasaron por los calabozos, hubo 20.000 presos en un país de 3 millones de habitantes. Todos pasaron por el tacho, por la picana, y hubo compañeros que murieron o que enloquecieron en los interrogatorios. Nunca pensamos que la dictadura uruguaya fuera liviana. La diferencia fue metodológica: aquí aplicaron el terror, las desapariciones; en Uruguay fue distinto, pero fue muy cruel. No hay familia uruguaya que no esté tocada por un hijo, un sobrino o un amigo que haya desaparecido, que haya estado preso, torturado. Yo creo que el olvido no existe, que todo es memoria.
–¿A qué atribuye el descenso de popularidad de Tabaré que se registra en las encuestas?
–Los que estamos en política hace mucho tiempo sabemos que las cosas no se pueden cambiar de un día para otro. De cualquier manera, la aceptación de Tabaré es muy alta y el tiempo de asunción es muy poco, y como dice el Eclesiastés, en el proverbio número 47, “cuando el carro entra a andar, los zapallos se arrugan al sol”. Es la primera vez que se gobierna y te encontrás con una realidad mucho más grave de la que suponías desde la oposición. Es el momento de proyectar grandes planes y plasmarlos. Nosotros en Uruguay, a la uruguaya: tenemos un gobierno estable que está llegando hasta donde nunca se pudo llegar. Y nosotros no vamos a parar en la búsqueda de los desaparecidos.

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