LITERATURA › JOSE SARAMAGO, EN UNA VISITA A UNA ESCUELA PUBLICA
“La aventura es ser lector”
Ante doscientos alumnos de varias escuelas de Capital, el Premio Nobel habló, casi íntimamente, sobre su relación con la escritura, sus abuelos, su idea de la muerte y de la vida.
› Por Silvina Friera
En el barrio de Boedo, sobre la calle Juan de Garay al 3900, maestras y chicos esperaban la llegada del Premio Nobel de Literatura. “Bienvenido José Saramago”, se leía en una cartulina gigante en el hall de entrada de la escuela República de Colombia. El autor de La caverna ingresó con su esposa, la periodista y traductora Pilar del Río, al salón de actos, con esa calma imperturbable que lo caracteriza ante el asedio de cámaras y de micrófonos. Más de 200 alumnos, de pie, lo aplaudían a rabiar. El escritor portugués se sentó junto al ministro de Educación de la Nación, Daniel Filmus, y el jefe de Gobierno de la Ciudad, Aníbal Ibarra, dispuesto a responder las preguntas que los chicos habían preparado. Saramago dijo que estaba entusiasmado por estar rodeado de jóvenes: “Que mis libros los lea un lector adulto es normal. Ahora, que un niño se acerque para demostrar con sus preguntas que ha leído mis libros y que me conoce, es una emoción muy fuerte. Esto lo voy a recordar”, afirmó.
Sergio, de la escuela 14, le preguntó qué le gustaba leer. El escritor, antes de responder, recordó que su familia era pobre y analfabeta. “Los libros que yo he leído en mi juventud los he leído en la biblioteca pública: durante el día trabajaba y por la noche iba a leer. Leí de todo, todo lo que podía. No había nadie que me dijera ‘esta obra no te conviene, es demasiado pronto para ti’. La aventura era leer y leer”, comentó. El escritor destacó que “la literatura tiene mucho para enseñar. Enseña lo que tiene que ver con la persona: sus sentimientos, sus sueños, sus reflexiones, la alegría, la tristeza”, y admitió que “me gustaría que dentro de unos años algunos de vosotros entren en una librería o en la biblioteca de la escuela y pida un libro de José Saramago. Ese será un paso más”. Daniela Agüero, de la escuela 18, quiso saber de dónde sacaba el escritor portugués sus ideas para escribir. “Uno lleva adentro el niño que ha sido, que no se te olvide nunca la niña que has sido”, le recomendó. “En el fondo soy una antena ambulante que capta lo que está en el presente”, añadió el escritor, que está por publicar una nueva novela, Las intermitencias de la muerte (Alfaguara).
María del Mar, de la escuela 14, tomó el micrófono y le preguntó: “El cuento que usted leyó, cuando recibió el Premio Nobel, sobre sus abuelos, ¿tiene algo que ver con lo que piensa sobre la vida y la muerte, que la vida triunfa sobre la muerte?”. María pasará a la historia como la chica que logró emocionar a Saramago. “La relación abuelos-nietos es muy especial. Mi abuelo era pastor, analfabeto y sencillo –enumeró el portugués–. Y aunque era analfabeto, fue una especie de maestro. No me enseñó nada, pero yo estaba siempre con ellos y eso ha sido una experiencia que no olvidaré nunca, de tal forma que cuando tuve que hablar de mi propia vida y de mi obra, no empecé por la escuela o lo que había aprendido; quise rescatar el ejemplo humano de mis abuelos.” La voz se le quebró al recordar el último gesto de su abuelo, poco antes de morir. “Antes de irse a Lisboa, porque enfermó, mi abuelo bajó al huerto de la casa y se abrazó a los árboles, despidiéndose y llorando, porque intuía que no volvería más. Este hombre sencillo, nada sofisticado, que no sabía leer ni escribir, se fue al huerto para abrazarse a los árboles, me da qué pensar...”, subrayó el escritor que, durante unos segundos, no pudo seguir hablando.
“La vida está triunfando todos los días sobre la muerte. Yo no sé cómo terminará la vida de la humanidad, pero el único consuelo que tenemos es que cuando se muera el último ser humano se acabará la muerte”, aseguró. “Pero hay una cosa muy clara: no podemos vivir sin la muerte. Hay que aceptarla. Si estamos aquí no es porque haya una predestinación, sino porque hay un gas ligero e inodoro que con tiempo suficiente se convierte en ser humano.” Saramago señaló que la muerte es la negación, la imposición de la nada, pero que lo que caracteriza al ser humano es el saber construir. “Tal vez sea ésta la forma de vencer a la muerte –precisó–, pero individualmente vamos a ser siempre derrotados.” El escritor hasta se permitió bromear sobre su muerte. “Cuando yo me muera llegará aquí la noticia: ‘Ha muerto Saramago’, y alguno de ustedes dirá: ‘Ah, ese señor, que ha estado aquí, pobrecito’. Pero no pasa nada, yo he hecho unas cuantas cosas que quedaron en mis libros. Lo que cuenta es que vamos a continuar”, advirtió el autor de Ensayo sobre la ceguera. “Somos una especie de ola que viene desde el mar, pero cuando llegamos a la playa, la ola se convierte en algo más que el agua que pasa de un lado a otro. Otra ola vendrá después. Eso es la vida.” Al final del encuentro, un puñado de chicos le entregó al escritor unos ejemplares de unas revistas, con cuentos, relatos e historietas, realizada por la cooperativa Manzana Podrida. Saramago los alentó a seguir con esa clase de emprendimientos, firmó muchos libros, cuadernos, papeles y se puso el poncho que le regaló el ministro Filmus.