LITERATURA › BORIS IZAGUIRRE Y EL MELODRAMA COMO ESENCIA LATINOAMERICANA
El escritor venezolano, autor de Villa Diamante, novela finalista del premio Planeta, reconoce la influencia de Manuel Puig en su obra y asegura que dejó de ser autor para convertirse en médium de sus heroínas.
› Por Silvina Friera
En la habitación del Hotel Faena, el escritor y showman Boris Izaguirre, venezolano que adoptó a España como patria definitiva, parece que estuviera como en casa, rodeado por el lujo y la sofisticación del ambiente. En los ochenta, el niño mimado de la izquierda caraqueña –hijo de Rodolfo Izaguirre, director de la Cinemateca Nacional, y de la bailarina Belén Lobo– escandalizó a unos cuantos con su hedonismo desaforado en sus crónicas de sociedad, Animal de frivolidades, publicadas en el diario El Nacional. Diez años después, cuando decidió que se iría de Caracas, supo que nunca más volvería a vivir en esa ciudad. “Miré al monte Avila y le dije: Ahí te quedas. Y me fui”, cuenta el autor de Villa Diamante, novela finalista del premio Planeta, que acaba de publicarse en la Argentina y que lo trajo nuevamente a Buenos Aires, donde vivió entre 1990 y 1991, cuando Raúl Lecouna lo convocó para escribir el guión de la telenovela Inolvidable. “Siempre digo que lo que tuvo de inolvidable fue el título”, bromea el escritor.
Lo que ciertamente resultó inolvidable fue el año glamoroso en que experimentó la noche porteña. “Aunque había un menemismo muy salvaje, era un momento muy esperanzador, con muchas cosas que estaban surgiendo. Era como estar inmerso en una realidad muy convulsa y movida. Mis amigos de acá abrieron la discoteca El Dorado y todas las noches íbamos y pintábamos el suelo con témpera. Hasta organicé una fiesta en honor a una actriz fabulosa, María Aurelia Bisutti, que hacía un papel en la telenovela. Mi vida acá fue un delirio”, confiesa Izaguirre en la entrevista con Página/12.
Así como le dio la espalda al Avila para probar suerte en Buenos Aires, Izaguirre no puede hacer lo mismo con su propio Obelisco, El Dorado, donde se encontraba con Cecilia Roth o Susana Giménez. “Recuerdo que le dije a Susana que iba vestida como Gatúbela, y ella me dijo que amaba Venezuela porque había estado en Choroní, que es una playa fabulosa. Todo me parecía increíble, y lo curioso es que yo no sabía que iba a terminar fomentando el discurso de los famosos en la televisión”, señala el escritor, que en su periplo por la televisión española hizo varias escalas con Moros y cristianos, La noche por delante y Más madera, hasta que alcanzó el éxito y la popularidad por los desnudos que hacía en Crónicas marcianas. “Yo era proclive a la experimentación y estaba prácticamente experimentando con todo, menos con analgésicos y ácidos, que nunca fueron mi onda. Buenos Aires fue un lugar de educación sexual muy importante y extraordinario para mí, hasta fui heterosexual”, repasa el escritor, que hace dos años se casó con Rubén Nogueira.
De melodrama
Villa Diamante es mucho más que un melodrama protagonizado por dos hermanas (Ana Elisa, la menos agraciada; Ana Irene, la belleza rubia, perfecta, ideal) que, tras la muerte del padre y la internación en una clínica psiquiátrica de la madre, son adoptadas por la villana de la historia: la inescrupulosa Graciela Uzcátegui, casada primero con un nazi, después con un inspector de policía y torturador, un arribista que le sienta como anillo al dedo. Uzcátegui planificará un futuro a medida de la más linda de las hermanas, ignorando a quien, desde una silenciosa y lúcida observación de su entorno, terminará siendo la verdadera heroína. Nadie podrá alterar el plan trazado por Uzcátegui, ni siquiera su primer marido, a quien matará en el mismo momento en que viola a Ana Elisa, un asesinato que en boca de esa dama gris devendrá en un accidente. Mariano, ese débil hijo de Graciela que será una de las principales víctimas de la coyuntura política, se enamora de Ana Elisa, pero se casa con Irene. Con esta novela, Izaguirre posa su lupa implacable sobre la alta sociedad caraqueña del pasado –entre las décadas del ’20 al ’50–, especialmente durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, para proyectar imágenes dramáticas “que cada lector decidirá si tienen un reflejo o no en el presente del régimen bolivariano”, desliza el autor.
–El hecho de haber sido finalista del premio Planeta y de las expectativas que se puedan generar sobre su futuro como escritor, ¿lo terminarán alejando de la televisión?
–El premio fue un shock, nunca había asistido, ni como público ni como invitado. De repente noté que la excitación era rotunda, y que cuando se leyó mi nombre, hubo un murmullo como si no pudiera ser. ¿Por qué no podía ser, si era mi octavo libro y mi cuarta novela? El premio ha ayudado mucho a que la novela existiera porque de otra manera creo que no la hubiera escrito. Lo que más me sorprendió fue que al día siguiente, en el gimnasio, me decían: ‘¡pero yo no sabía que escribías, eres escritor!’. Puedo conjugar la escritura y la televisión bastante bien. Para mí la televisión es el medio de comunicación más importante y es un grave error del intelectual de hoy no estar en la televisión, pienso que se equivoca muchísimo. La televisión es el ojo de este momento, es el sistema que permite las narraciones, que ha hecho de la vida una narración. El intelectual tiene que estar dentro de este fenómeno para saber cómo funciona.
–En Villa Diamante, el narrador opta por una de las hermanas, Ana Elisa. ¿Usted también prefiere a la menos agraciada?
–Es que yo dejé de ser autor, siento que me convertí en un médium de Ana Elisa, que esa mujer estaba buscando a quien sería su transmisor. Es un personaje fascinante porque es la que menos posibilidades tiene de conseguir ser la persona que realmente quiere ser, que es para mí lo que significa el éxito, que tú seas realmente lo que quieres ser. Y, sin embargo, ella vive una serie de tragedias increíbles, pero consigue convertirse en un personaje extraordinario. Lo bueno de Ana Elisa es que ella no se conforma con las cosas propias de ser mujer, como su hermana Irene, que acepta que su belleza le va a abrir puertas. Ana Elisa lucha y eso la convierte en una heroína. La verdad es que tengo una gran fascinación por las heroínas y me dejé seducir por ella. El truco en la vida está en que tú encuentres lo que quieres ser; ella se da cuenta de que debe tener un talento, que la vida no puede ser una cosa efímera, entonces decide buscar la permanencia, cuál va a ser su legado, su cometido.
–¿Usted encontró ese legado en la literatura?
–Sí, es mi auténtica voz, sobre todo porque no tengo que oírme; odio oírme, termino mareado porque tengo una manera muy especial de hablar que es agotadora. Nunca estaría conmigo veinticuatro horas (risas). La literatura es mucho más silenciosa, más ágil y abierta. A mí me gusta verme como una persona felizmente latinoamericana, eso es lo que realmente me importa en la vida. Mi cometido es ser un escritor latinoamericano.
Caraqueño
–En el personaje de Graciela Uzcátegui parece condensarse el mundo de las apariencias de la clase alta caraqueña de los años ‘40 y ‘50. ¿Cómo es ahora esa clase? ¿Sigue siendo tan mediocre?
–La mediocridad es la gran verdad de Venezuela, es la diferencia con Argentina, que tuvo una clase rica más o menos leída, no me atrevería a decir culta. Los venezolanos no leyeron nada ni supieron crear un disfrute de sus privilegios a través de la sensibilidad artística, y ésa es la razón por la cual Venezuela es un país subdesarrollado, y es lo que más me importaba reflejar en la novela. Siempre he pensado que la sociedad de mi país es profundamente superficial, iletrada y lo único que le interesa es el dinero. Chávez no se hubiera podido sostener si la alta sociedad de Venezuela no hubiera explotado al país de la manera en que lo ha hecho, desde un punto de vista tan mediocre, tan falto de cultura y de interés por compartir el bienestar.
–¿Es completamente crítico hacia Chávez o rescata algo del fenómeno que ha generado en Venezuela?
–Lo que rescato de Chávez es que le dio voz a gente que estaba muy oprimida. En los años ’90, en Venezuela, se empezaron a construir edificios con cubiertas de cristal. De repente abrías las ventanas de cristal de unos salones decorados con lo más moderno, y veías reflejada la favela que estaba a dos kilómetros. Pero ellos no la veían, volvían a cerrar la ventana. Lo primero que pensé es que esa gente no podía seguir viviendo así, obviando dónde estaban metidos. Y de golpe llegó Chávez y fue la primera vez que la gente abrió los ojos a esa profunda desigualdad que muchos pasaban de largo.
–Una parte de la novela, al menos para un lector argentino, remite mucho a La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig.
–A mí me pareció fantástico que dos mujeres, dos marginales sacadas de sus mundos, se encontraran y fueran amigas. Evidentemente Joan Crawford era una gran madre de esta situación porque es la gran distinta, no era bella, su manera de ser no era normal, su carrera tampoco, ella inventó un género nuevo, es el Humphrey Bogart femenino del cine. Puig es mi gran maestro de donde he bebido prácticamente todo.
–En Villa Diamante se percibe la voluntad de recuperar el melodrama en la narrativa latinoamericana. ¿Qué es para usted el melodrama?
–El melodrama es una fiesta eterna en donde puedes contar una historia íntima, una historia macro, una saga, un momento político; puede ser Ben-Hur cuando se acerca a esa gruta de los leprosos y ve a su hermana y a su madre, y también puede narrar una épica religiosa desde el punto de vista melodramático.
–¿Por qué el melodrama está tan emparentado con los países latinoamericanos, como si fuera nuestro ADN cultural?
–Nos sentimos víctimas y el melodrama no puede existir sin víctimas. Nosotros nacemos víctimas, es muy difícil que seamos héroes desde el principio. La telenovela es la forma de melodrama que más conocemos, y pese a todos los prejuicios que genera, ha sido una de las formas culturales propias de Latinoamérica. Hay telenovela en Cuba, México, Venezuela, Argentina, Colombia, Chile; la telenovela forma parte de lo latinoamericano, de nuestra manera de pensar, es nuestra reflexión ante el gran melodrama de Francia y Hollywood.
–¿Por qué el futuro parece ser una obsesión de todos los personajes de Villa Diamante?
–El futuro es una idea muy latinoamericana, Latinoamérica es siempre el futuro, pero el futuro no existe, siempre nos da la espalda. Es una situación literaria cruelmente hermosa el hecho de que apuestes y mantengas una esperanza que nunca se materializa. Es muy cruel, pero hay una belleza para narrar eso, como esa frase de Bolívar de arar en el mar. Esa inutilidad de todo lo que nos rodea en Latinoamérica para mí, literariamente, es muy alimenticia. En todas mis novelas aparece el tema del futuro, pero sé que ahora viene el gran interrogante: ¿hasta cuándo Latinoamérica va a seguir siendo la gran protagonista de mis libros? Tengo una trilogía de novelas caraqueñas: El vuelo de los avestruces, Azul petróleo y Villa Diamante. Quizá lo invisible y al mismo tiempo lo presente de ese futuro sea un tema fabuloso que no está agotado. Este es mi continente, mi eslabón con el mundo y tengo que seguir investigándolo.
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