Mar 04.03.2008
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LITERATURA › EUGENIO MANDRINI, FLAMANTE GANADOR DEL PREMIO OLGA OROZCO

“Esta poesía escarba en el silencio”

El autor, distinguido en el certamen que organiza la Universidad Nacional de San Martín por Conejos en la nieve, se define como un hombre lleno de fantasmas cuyos textos generan “estupor e interpelación”.

› Por Silvina Friera

“Soy un tipo molto particulare, estoy lleno de fantasmas”, dice el poeta y narrador argentino Eugenio Mandrini, ganador por unanimidad con el poemario Conejos en la nieve de los 9000 pesos del premio de Poesía Olga Orozco, organizado por la Universidad Nacional de San Martín (UNSaM) a través de su revista Nómada y la Cátedra Abierta de Poesía Latinoamericana, que contó con un jurado de lujo: el poeta español Francisco Gamoneda, el argentino Juan Gelman, el chileno Gonzalo Rojas –los tres premio Cervantes– y Jorge Boccanera. Con esa particularidad se refiere a su reticencia a publicar, aunque escriba muchísimo en esa estruendosa Remington que ama, y no en cualquier papel, ¡qué herejía!, no en esas hojas finitas y resbaladizas. El poeta lleva su obsesión hasta el límite de elegir aquellas hojas que tengan una sutil rugosidad, como el efecto de la piel. El personaje no fagocita al poeta, pero le imprime un estilo sui generis. ¿Cuántos definirían como una “pesadilla” el hecho de ganar un premio? Quizá pocos, pero Mandrini, acaso fiel a su eclecticismo a lo Frankenstein, lo hace. “Estoy asombradísimo por lo que me pasó, voy a tener que esperar un par de días para pasar de la pesadilla al sueño y descender del sueño a la realidad para convencerme de que he ganado y que con este premio voy a derrumbar infinitos fantasmas. Publiqué poco y ya tengo muchos años, como 135, así que esto es algo asombroso que no puedo domeñar, como decían los españoles”, bromea el poeta a Página/12.

“Esta poesía, entre el estupor y la interpelación, escarba en el silencio, en el enigma cotidiano, en el anhelo, en el corazón de los otros –plantea el jurado en el fallo del premio–. Intenso ejercicio de preguntas, Conejos en la nieve es la metáfora del escritor frente a la hoja desnuda, y la del hombre inmerso en un tiempo de desolación. La voz que oscila –a veces clamorosa, a ratos ceñida a la reflexión– propone diálogos múltiples en un lenguaje de imágenes inusitadas, que alterna el tono lírico con los pasajes narrativos.” Mandrini, aficionado y entusiasta de la pintura y la música clásica, aclara que el título del poemario es una imagen netamente pictórica, blanco sobre blanco. Libro que considera “enternecedor y grave”, el poeta y narrador pronostica los efectos que podría generar la lectura de esos poemas. “Puede enamorarte, desconcertarte o agobiarte porque tiene muchas irradiaciones, y como soy muy ecléctico, otro monstruo Frankenstein hecho con infinitos pedazos, el libro se derrama por todos lados y es un poco difícil atraparlo del todo.” Mandrini, autor de Criaturas de los bosques de papel y Campo de apariciones, cuenta que busca en el poema un efecto similar al de la pintura. “Entiendo que cada poema debe tener una estructura visual, si es posible alcanzarla; el poema es un edificio, quiero ubicarlo en la hoja de determinada forma, si me lo permite el tema y el contenido”, precisa el poeta, fanático del “Dios Shakespeare” y un “enamorado” del galés Dylan Thomas, y de los argentinos Raúl González Tuñón y Enrique Molina, a quien define como “un gran poeta de lenguaje vehemente y celebratorio”.

–¿Por qué escribe a máquina?

–La hoja en blanco es mi fantasma, yo le escapo a la computadora, pero tampoco tengo paciencia para escribir a mano, soy un obsesivo, choco con los muebles y las puertas de mi casa (risas). Escribo con una estruendosa Remington, a la que amo. Necesito tocar la hoja y elijo los papeles para escribir que tengan una muy sutil rugosidad, que no sean lisos y resbaladizos, sino que tengan algún efecto de piel. ¿Cómo voy a escribir en la computadora si soy un extraviado, y si pongo el dedito mal y se me borra todo? Yo no sé guardar, además, ¿qué pueden guardar los poetas más que palabras usadas?

–¿Mandó el original tipiado en la Remington al concurso?

–¡Ey, no soy tan antiguo! (risas), mi hijo lo pasó a la computadora.

–Aclaremos el tema de la edad. ¿Cuántos años tiene?

–En realidad digo que tengo 135 años porque yo soy mi padre. Tengo 71, pero parece que tuviera 70 (risas). Mi padre dejó en mi vida huellas de gliptodonte por donde dificultosamente camino. El me enseñó a leer y me hizo crear un interlocutor, que soy yo mismo. Cada loco con su tema y su laboratorio, pero cuando termino de escribir me quedo sentado en la silla, llamo a mi interlocutor y le hago leer en voz alta, mientras se pasea por las habitaciones, y yo escucho el poema. Porque el oído es el colegio y la universidad del poeta, sin oído no se puede hacer nada. Vos escribís o leés un poema y es el ojo el que se mueve, el que penetra, pero el ojo no tiene sonido, el sonido viene al oído, y cuando vos lo escuchás, encontrás que no es el mismo poema que leíste, es otro, puede ser mejor o peor.

–Alternar lo lírico con lo narrativo, como fundamenta el jurado ¿es otra de sus obsesiones?

–Claro, estoy haciéndome casi un especialista del denominado microcuento o cuento brevísimo, que es el género del tercer milenio porque reúne en sí mismo, por su característica proteica de cambio permanente, todos los otros géneros existentes: el aforismo, los fragmentos de las novelas, los cuentos, el poema emboscado en cuento, el cuento emboscado en poema. Es un género lateral tan fantástico que no sé si en Conejos en la nieve lo embosqué, pero puse narratividad, que es algo que me fascina. Como escribo con frases anchas, parecería que me resultara fácil lo narrativo.

“La poesía es el género por excelencia de la literatura, pero tiene algo dado a la superchería”, explica Mandrini. “Como se puede hacer un poema en diez líneas, en cinco o en cuatro, como hizo Ungaretti, que tiene un poema de cuatro líneas, que además es de cuatro palabras, se presta a la facilidad. Pero también hay mucha hojarasca en la poesía, siendo el género arquetípico, la quintaesencia de la palabra”, opina el poeta. “Faulkner decía en un reportaje que quería ser poeta, y no pudo, que quiso ser cuentista y no pudo, ahí miente porque escribió cuentos notables, y entonces se hizo novelista. Muchos grandes novelistas como Malcolm Lowry, Víctor Hugo, Hemingway, escribieron poesía, pero les causaba vergüenza.”

–¿Por qué?

–Volvemos a los fantasmas, seguramente se preguntarían: ¿Y si no les gusta este giro que hice? ¿Y si piensan que esta imagen que creo haber creado no es mía y pertenece a la reminiscencia de la memoria? Ese es el drama, el misterio y el salvajismo que tiene la hoja en blanco.

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