CINE › LEONERA, NOTABLE FILM DE PABLO TRAPERO, PROTAGONIZADO POR MARTINA GUSMAN
La nueva película del director de El bonaerense es no sólo la mejor de su obra sino uno de los picos más altos alcanzados hasta ahora por lo que podría llamarse “generación del ’90”. Martina Gusman a su vez aporta una actuación consagratoria.
› Por Horacio Bernades
“Usted sabe muy bien lo que hizo”, le dice el juez a Julia. Pero lo único que sabe Julia es que la otra tarde encontró en su departamento los cuerpos del novio y un amigo, en medio de un charco de sangre. Sabe también que la policía halló un cuchillo ensangrentado y todas las pruebas la incriminan. Por eso la llevan a prisión, sin condena. En la cárcel descubrirá algo más: está embarazada. En una curiosa sincronía, a la heroína de Leonera le sucede, al comienzo de la película, lo mismo que a la de la nueva película de Lucrecia Martel, con la que compartió la competencia en Cannes: parece una mujer sin cabeza. El modo en que la recupera –encontrando que ya no es la misma cabeza de antes, sino otra nueva– es el tema de Leonera. Que tal vez sea no sólo la mejor película de Pablo Trapero, sino uno de los picos más altos alcanzados hasta ahora por lo que podría llamarse “generación del ’90”.
No se dice nada de esta curiosa coproducción argentino-coreana-brasileña si se la describe como “drama carcelario”. Hay, sí, prisioneras y guardiacárceles, luchas de poder, un motín y alguna escena de lesbianismo. Pero todo eso está atenuado, desdramatizado, corrido de lugar, convertido en otra cosa. A Trapero no parecen interesarle en lo más mínimo el género y su canon, la escabrosidad y el sensacionalismo. Lo único que le interesa es qué le sucede a esa mujer en esa situación, el modo en que Julia debe lidiar con la circunstancia que le toca vivir. Al comienzo de la película, que Trapero escribió con tres de los directores de El amor, primera parte (Alejandro Fadel, Martín Mauregui y Santiago Mitre), Julia (Martina Gusman, esposa del director y productora ejecutiva, en actuación absolutamente consagratoria) está en estado de embotamiento, producto del shock en que la dejó su roce con la muerte. Estudiante universitaria, empleada en una biblioteca, Julia no es la clase de chica equipada para afrontar una experiencia como ésa.
Como le sucedía al Rulo de Mundo grúa, a Zapa en El bonaerense, al clan entero de Familia rodante, a Santiago en Nacido y criado, la abrupta caída en la realidad obligará a Julia a reinventarse. Primero rubia y después morocha, con una panza que parecería crecerle demasiado rápido para lo que está preparada, su iniciación está hecha de rituales. Rituales de humillación en el ingreso a la cárcel, de agresión enseguida, cuando las prisioneras la reciben con gritos amenazantes, y de reacomodamiento, de allí en más. Deberá aceptar la condición de embarazada, que rechaza, porque no tiene idea de cómo fue que quedó, ni con quién. Deberá hacerse un lugar en el pabellón de madres, donde advierte la conveniencia de aceptar la protección de Marta, interna más veterana (Laura García, todo un hallazgo), con la que formará pareja. Nunca antes en una película de cárcel, pocas veces en cualquier clase de película, una relación lesbiana se impuso como algo tan natural e inevitable, tan despojado de morbo o juicio moral.
El último reacomodamiento que Julia debe practicar es en su relación con el mundo que dejó atrás, representado por su madre (la uruguaya Elli Medeiros, inmejorable), su abogado, el amigo de su novio (el brasileño Rodrigo Santoro, cuya aparición no parece justificada). A todos, Julia les pondrá límites, seguramente porque ya no es la misma. Ahora es una leona, como lo evidencia la escena en la que parece a punto de tirar la cárcel abajo, al enterarse de que su madre se llevó al hijo. Operada por el notable Guillermo Nieto (brazo derecho de Trapero, de El bonaerense en adelante), la cámara establece, no sólo con Julia sino con el mundo en general, una relación tan estrecha, tan fluida y ajustada, que parecería constituir un único organismo, un brazo de la protagonista quizás. O más precisamente sus ojos. Pero también los del espectador, que tanto observa a través de la mirada de la protagonista como la observa a ella, curioso desdoblamiento de punto de vista que tal vez represente el de la propia heroína, en pleno proceso de cambio de piel.
El acendrado realismo de Trapero lo lleva a no imponerle ningún programa estético a la realidad, sino más bien a proponerle algunas cosas, aceptando otras: exactamente la misma clase de relación que Julia establece con el entorno. A veces la cámara observa quieta y a distancia, como en el extraordinario plano final, pero en otras ocasiones acompaña en ansiosos travellings el desplazamiento de la protagonista, como sucede durante un traslado. A veces se coloca en una posición elevada, como en cierta escena de apriete durante la ducha, y en otras lo hace desde el punto de vista de un chico, como cuando los hijos de las internas juegan en el jardincito del penal. Traza largas panorámicas descriptivas, narra en planos-contraplanos o se mantiene fija.
En una película en la que no hay un solo rubro técnico que no rinda a la mayor altura (la música de Intoxicados, Chango Spasiuk y Los Palmeras, el montaje del propio Trapero y Ezequiel Borowinsky, el casting, la dirección de arte de Coca Oderigo, y así siguiendo), el trabajo de cámara es de una maestría tal, que de aquí en más debería tomarse como modelo en cada escuela de cine. Otro tanto debería suceder con el de Martina Gusman. Dirigida por quien antes que ella descubrió al Rulo Margani, a Jorge Román, a Graciana Chironi, a Guillermo Pfenning, sin dejar de estar presente en un solo plano a lo largo de dos horas, Gusman pasa del embotamiento a la decisión extrema, con el corazón en la boca. Entre una cosa y otra, el descentramiento, la maduración, la furia y la ternura. Gusman afronta semejante extenuación con la mayor naturalidad, sin que se note el esfuerzo ni en un solo momento. Como quien pisa la cuerda floja en el punto justo, con una rara mezcla de fragilidad y dominio. Es lo que sucede no sólo con ella, sino con la película toda.
9-LEONERA
Argentina/Corea del Sur/Brasil, 2008.
Dirección: Pablo Trapero.
Guión: Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre y P. Trapero.
Fotografía: Guillermo Nieto.
Música: Intoxicados, Chango Spasiuk, Los Palmeras.
Intérpretes: Martina Gusman, Elli Medeiros, Rodrigo Santoro, Laura García, Leonardo Sauma y Tomás Plotinsky.
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