Jue 17.11.2005
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CINE › “VANIDAD”, DE MIRA NAIR, CON REESE WITHERSPOON

Más que una trepadora, Becky Sharp parece una montañista

Hay dos maneras de encarar un clásico: como si fuera un diamante inmaculado, tallado de una vez para siempre o, por el contrario, como si se tratara de un organismo vivo, moldeable, que todavía no terminó de decir todo lo que tiene para decir. La primera vía, a la que se conoce con el nombre de “académica”, suele dar por resultado piezas de museo, polvorientas y siempre iguales a sí mismas, mientras que es la segunda opción la que brinda a esas piezas una segunda vida, un aquí y ahora desde el cual vuelven a hablarnos, como si nunca antes lo hubieran hecho. Segunda transcripción de Feria de vanidades al cine sonoro (la anterior fue hace setenta años, y se trató de la primera película de Hollywood en Technicolor), Vanidad no sólo recupera para la novela de William M. Thackeray enormes dosis de gracia, filo y energía, sino que también parecería hablarle al presente mismo del espectador, con inusitada convicción.
Como suele suceder con la literatura inglesa de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, nunca es posible determinar hasta qué punto Becky Sharp es la heroína o la villana de Vanity Fair, y el hecho de que sea ambas cosas a la vez hace de la novela una suerte de bombón envenenado. Si de bombones envenenados se trata, qué mejor decisión que darle el papel de Mrs. Sharp a la arrolladora Reese Witherspoon. Que –como define en algún momento una de las muchas víctimas del huracán Becky– “más que una trepadora parece una montañista”. Sí, claro, para encarnar a Becky, Witherspoon ha debido dejar de ser legalmente rubia, luciendo bucles color zanahoria y reconvirtiendo su fraseo sureño en una dicción very british. Pero el chisporroteo de su mirada, desbordante energía y mandíbulas all american son el vehículo ideal para comunicar la clase de determinación que se requiere para llegar hasta lo más alto de una pirámide clasista. ¿Para llegar a Hollywood? No, hasta el corazón de la aristocracia inglesa, a comienzos del siglo XIX.
A lo largo de 30 años, el espectador de Vanidad asiste al irresistible ascenso de la recienvenida. Que ese ascenso se presencie con una suerte de repugnancia empática debe agradecerse tanto a la dorada ambigüedad de Mr. Thackeray como al contagio que producen la señorita Witherspoon y la señora Mira Nair. Desde ya que hay varias galaxias de distancia entre esta lujosa, opulenta, colorida Vanidad y aquella Salaam Bombay hecha de miseria y chicos de la calle, que consagró a Nair hace casi veinte años. No se trata tanto de traición a los orígenes (habría que medir, en tal caso, cuánto había de cálculo en aquella muestra de miserabilismo indio) como de fidelidad a un dios distinto. La tradición nacional que Nair honra aquí es la de Bollywood, planeta cinematográfico inconfundible con base en Nueva Delhi, en el que cada película se convierte en un festín de color, superespectáculo y energía a toda prueba. Si Bollywood se hace presente en Vanidad no es sólo por escenas extrañas al texto original, como ésa en la que Witherspoon se manda un baile digno de Madonna, toda rodeada de brillo y de coristas.
De lo que habla Thackeray –aquí y en Barry Lyndon– es del modo en que gira, loca, la rueda de la fortuna. Nair lo ha comprendido, aumentando ental caso la velocidad de giro, con Becky saltando de la pobreza a un instituto de señoritas, de allí a la rama pobre de una familia rica (Bob Hoskins está perfecto, como el tosquísimo Mr. Pitt Crawley), convirtiéndose luego en dama de confianza de cierta tía riquísima y excéntrica (la veterana Eileen Atkins provee un catálogo completo de dardos verbales de colección) y cambiando de candidatos (James Purefoy, Jonathan Rhys-Meyers, Rhys Ifans, el obeso Douglas Hodge) como de vestidos. Pero tan mala no puede ser Becky, considerando que lo que gira a su alrededor es una feria que no sólo de vanidades está hecha. La hipocresía, la falsa moral, el doble discurso y la discriminación del distinto imperan en esa Inglaterra que se lanza a combatir a Napoleón con la misma patriótica ceguera con que se emprende toda guerra nacional.

8-VANIDAD
(Vanity Fair) EE.UU./Gran Bretaña, 2004.
Dirección: Mira Nair.
Guión: Matthew Faulk, Mark Skeet y Julian Fellowes, basado en la novela de William M. Thackeray.
Música: Michael Danna.
Intérpretes: Reese Witherspoon, Eileen Atkins, Jim Broadbent, Gabriel Byrne, Jonathan Rhys-Meyers, Bob Hoskins.

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