CINE › “TODO SUCEDE EN ELIZABETHTOWN”, DE CAMERON CROWE
Un menú que pierde sabor
› Por H. B.
¿De qué habla Todo sucede en Elizabethtown? ¿De la crisis de un adolescente (demasiado) tardío, capturado por su familia? ¿De la angustia que genera vivir en una sociedad que sólo venera el éxito? ¿Del redescubrimiento que un treintañero hace de su padre, una vez que éste murió? ¿De la promesa de cambio que parece prometer la aparición de una chica providencial? ¿De la mezcla de bochorno y fascinación que puede llegar a producir una mamá con una tendencia demasiado marcada al unipersonal?
No es que la película de Cameron Crowe (o cualquier otra) no pueda tratar todos estos temas. Y un montón más, entre los que habría que incluir la familia como locura y refugio afectivo, la empresa como cancelación de ambas cosas y la permanente acechanza de la soledad y la incomunicación. El problema, lo que motiva que la nueva película del autor de Jerry Maguire y Casi famosos no llegue a ser la maravilla que debió haber sido, es que Mr. Crowe parece tan enamorado de todo el menú que no puede decidir cuál será el plato principal, cuál la entrada y cuál el postre. Con lo cual lo que empieza como banquete, al promediar la comida pierde sabor y bastante antes de los postres uno ya quiere llamar al remís para apurar la vuelta a casa.
Crowe venía de su mejor película (Casi famosos) y de la peor, la más inexplicable (Vanilla Sky), y Todo sucede en Elizabethtown termina resultando, al mismo tiempo, una furibunda recuperación y un inesperado traspié. Los primeros 45 minutos son deslumbrantes. Desde el momento en que Drew Baylor (Orlando Bloom, a quien Crowe le arranca una sensibilidad insospechada) se presenta en la empresa en que trabaja, repitiéndole a todo el mundo “Estoy bien” –mientras en off lanza una tirada autorreflexiva, sobre las diferencias entre el fracaso y el fiasco– el espectador se siente intrigado, enganchado y arrastrado con un relato que muestra cartas, esconde otras y avanza, frena y se desvía a la velocidad que se le antoja, disparándose hacia lugares imprevisibles. Y siempre acompañada por esa exquisitez musical alla Crowe, capaz de mezclar Ryan Adams con temas de Elton John cuya existencia nadie recordaba.
En esos 45 minutos (y recordando tal vez demasiado a Jerry Maguire), Drew pasa de la gloria a la nada, pierde a la novia, inventa un complicadísimo sistema para cometer seppukku y cuando está por hacerlo se entera de que la muerte que debe atender no es la suya, sino la de su padre. Tras un paso por casa de mamá (Susan Sarandon, cada día más linda), Drew termina tomando el avión hacia Elizabethtown, el pueblo natal donde papá eligió morir. Lu-A-Vul, Lu-A-Vul, le repite la azafata, enseñándole cómo pronuncia Louisville la gente de la zona. La azafata se llama Claire, la interpreta Kirsten Dunst y, después de Kate Hudson en Casi famosos, confirma que lo que le gusta a Crowe son las rubias caídas del cielo. Y un poco tocaditas. A los 45 minutos clavados y después de un velorio que es pura locura familiar, se perciben los primeros síntomas de que Elizabethtown irá de acá para allá, pero jamás terminará de rumbear.
La escena culminante –en la que Sarandon hace uno de esos shows por los cuales los actores suelen dar más de una libra de carne– no hace más que confirmarlo. Todos parecen disfrutarla enormemente. Menos el espectador, a quien Crowe se olvidó de darle el password para participar de ella.
6-TODO SUCEDE EN ELIZABETHTOWN
Elizabethtown EE.UU., 2005.
Dirección y guión: Cameron Crowe.
Música original: Ryan Adams y Nancy Wilson.
Intérpretes: Orlando Bloom, Kirsten Dunst, Susan Sarandon, Alec Baldwin, Bruce McGill, Judy Greer y Jessica Biel.