CINE › PARANOID PARK, NUEVA INCURSIóN DE GUS VAN SANT POR EL MUNDO ADOLESCENTE
La nueva realización del director de Elephant es, como su protagonista, una película solitaria, que no se ata a nada: ni a un único estilo visual ni a un repertorio prefijado de recursos formales ni a un determinado sistema narrativo.
› Por Horacio Bernades
Debe haber pocos cineastas tan monotemáticos como Gus Van Sant. Desde su primera película, Mala noche (1985), el realizador de Mi mundo privado ha resuelto dedicar su filmografía, casi sin excepciones, al estudio de un sujeto único y exclusivo: el adolescente errático, el grunge, el que no encaja en el entorno. Tras la excursión al cine mainstream del período que va de Todo por un sueño (1995) a Descubriendo a Forrester (2000), en su actual ciclo fílmico Van Sant viene dándole una vuelta de tuerca a su obsesión. Prolongando lo que ya era visible en Gerry, Elephant y Los últimos días (editada aquí en video), la mezcla de errancia, confusión, ensimismamiento y espíritu de fuga que distingue a sus protagonistas ya no determina sólo el tema, sino la forma misma de Paranoid Park.
Premio Especial del Jurado en Cannes 2007, el opus 12 de Van Sant le permite volver a su ciudad de adopción, Portland, Oregon, donde este nativo de Kentucky no filmaba desde hacía tiempo. Basada en una novela, hay sin embargo un fuerte componente documental en Paranoid Park. Existe un sitio de ese nombre en Portland, los actores son verdaderos skaters y hasta el propio realizador probó el patín en su juventud. Como sucedía en Elephant, el protagonismo de actores no profesionales refuerza este aire de realidad. Aire que, paradójicamente, la puesta en escena se ocupará de abstraer. Alumno de high school, Alex (Gabe Nevins) vive con la mamá y hermano menor, en momentos en que sus padres se están separando. Va al colegio (las largas caminatas por los pasillos traen el inevitable recuerdo de Elephant) y sabe que su novia no querrá seguir siendo virgen mucho tiempo más.
A instancias de su amigo Jared, Alex comienza a ir al sitio de patinaje conocido como Paranoid Park, en razón de las peligrosas curvas y pendientes de su trazado. Un día encuentran espantosamente muerto a un guardia de seguridad, hallándose huellas del ADN de Alex en el lugar de la muerte. Interviene un detective y se abre una investigación. En términos fácticos, eso es más o menos todo. Como los otros films que integran el presente ciclo fílmico del realizador, más que construir una narración Paranoid Park da la sensación de deconstruirla. Los hechos no sólo son mínimos sino que además se presentan dispersos, diluyendo ilaciones entre escenas y suprimiendo la linealidad. Una vez más, esto último no es caprichoso: está justificado por el punto de vista del protagonista. Si en Elephant el protagonismo colectivo justificaba solapamientos temporales y cambios de punto de vista, si en Los últimos días el estado de sopor químico en el que vivía el alter ego de Kurt Cobain se contagiaba al tono del relato, en Paranoid Park las fugas y vueltas atrás se corresponden con las del diario que Alex escribe.
No parece casual que ese diario tienda a una mayor linealidad, a partir del momento en que se descubre el crimen. Si hasta entonces Alex vivía los sucesos de su vida de modo anárquico, de allí en más la realidad se volverá acuciante, y esa presión de lo real lo llevará a ordenar los hechos de modo más tradicional. Su relato ha hallado un héroe y una víctima, una dirección de sentido, un motor dramático, un pathos y una posible culminación. Todo lo cual se traslada a la forma. La fragmentación (narrativa, pero también de la conciencia del protagonista) se ve duplicada, tanto desde la banda visual como la sonora. Así como utiliza fragmentos en súper 8 y video (como modo de remitir a los cortos que los skaters suelen filmar), en la banda de sonido Van Sant pendula, como un skater a bordo de su tabla, entre Beethoven y Elliott Smith, entre el blues y los paisajes sonoros, entre el folk y Nino Rota. A este último lo cita en reconocibles fragmentos de Julieta de los espíritus y, sobre todo, Amarcord.
Con el wongkarwaiano Christopher Doyle en dirección de fotografía (tomando el relevo del gran Harris Savides, que había estado en las cuatro películas anteriores) y momentos extáticos que llevan su sello (paseos en soledad por el campo, un inesperado rayo de luz, la caída de la tarde sobre un cuerpo tendido, un diálogo crucial que en lugar de oírse se ve), Paranoid Park es, como su protagonista, una película solitaria, que no se ata a nada. Ni a un único estilo visual, ni a un repertorio prefijado de recursos formales, ni a un determinado sistema narrativo. No se ata siquiera a romper las ataduras, como el pasaje de la desestructuración modernista del comienzo a cierta linealidad clásica del final parece atestiguar.
8-PARANOID PARK
EE.UU., 2007.
Dirección, montaje y guión: Gus Van Sant, sobre novela de Blake Nelson.
Fotografía: Christopher Doyle y Rain Lee.
Intérpretes: Gabe Nevins, Daniel Liu, Taylor Momsen, Jake Miller y Lauren McKinney.
Se exhibe en proyección DVD, en los cines Arteplex Centro, Arteplex Belgrano y Cineduplex Caballito.
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