CINE › AVI MOGRABI, DIRECTOR DEL IMPACTANTE DOCUMENTAL Z32
En el film que se verá hoy –en el marco del docBsAs– en la sala Lugones, el director retrata a un joven israelí responsable de un crimen impiadoso. Pero va más allá de la demonización y señala aquello que está podrido en la institución.
› Por Horacio Bernades
“No hay un solo ciudadano israelí que no esté relacionado con algún crimen de guerra. Sea porque lo cometió él mismo, siendo soldado, o porque tiene alguien cercano que lo cometió o, en el menor de los casos, porque guardó silencio frente a algún crimen. Finalmente, la ocupación misma es un crimen de guerra, e Israel es un país ocupante.” Alto y de mirada firme, Avi Mograbi es uno de esos tipos que se expresan con una claridad que sólo puede definirse como pavorosa. Eso en persona, ya que su ética de documentalista da por resultado unas películas llenas de preguntas, insinuaciones o paradojas, pero jamás de afirmaciones y otras explicitudes. Incluso cuando se enfrenta con quien se reconoce como criminal de guerra. Ese es el caso en Z32, la película más reciente de Mograbi y motivo de su segunda presencia en Buenos Aires.
Nacido en Tel Aviv en 1956, autor de extraordinarios documentales en los que indefectiblemente vincula lo personal y lo político –Cómo aprendí a superar mi miedo y amar a Arik Sharon, Feliz cumpleaños, Mr. Mograbi y Agosto: un momento antes de la erupción se conocieron en distintas ediciones del Bafici–, la primera visita de Mograbi fue en 2005, cuando en el docBsAs se proyectó su film Venganza por uno de mis ojos. Ahora el docBsAs vuelve a traerlo para acompañar las exhibiciones de Z32, que viene de estrenarse en el Festival de Venecia y tras su presentación de ayer se verá por última vez hoy a las 22 en la sala Lugones, en presencia del autor. Si en Venganza por uno de mis ojos estudiaba la pervivencia de la Ley del Talión en Medio Oriente, en Z32 Mograbi focaliza en sus consecuencias. El protagonista es un joven ex soldado del ejército israelí que durante un operativo junto con otros miembros de su escuadrón de elite –encarado para cobrarse un atentado previo– ejecutó a tres agentes palestinos, uno de ellos desarmado.
Nunca convencional, a la estructura de documental/entrevista con el ex soldado contando su experiencia, Mograbi le suma la presencia de la novia del muchacho, que funciona como conciencia crítica. Ambos aparecen enmascarados, gracias a una sofisticada truca digital que, Mograbi confiesa ahora, “me dejó un agujero en el bolsillo”. A todo ello y como de costumbre, el autor de Agosto... le añade su presencia en el living de su casa, esta vez no sólo planteando toda clase de dilemas morales y cinematográficos, sino... cantándolos. Como una versión unipersonal de un coro griego, Z32 incluye una suerte de oratorio que el propio autor (des)entona en cámara, llegando a poner sus intenciones en tela de juicio.
–¿Por qué Z32?
–Es el nombre del archivo donde está clasificado el caso de este muchacho. Di con él en la sede de una ONG a la que estoy vinculado desde hace unos años, cuyo nombre es Rompiendo el Silencio. De lo que se ocupan es justamente de sacar a la luz crímenes de guerra, que tienden a ocultarse. Todos los archivos están clasificados bajo la letra Z, no sé muy bien por qué (la X no les gustaba, la Y era demasiado femenina), y me pareció un título adecuado. Que haya un archivo Z32 presupone la existencia de un archivo Z31 y otro Z33, y así sucesivamente.
–Una manera de afirmar que no se trata de un caso único.
–Ni único ni privativo de Medio Oriente: casos como éste se dan en todo el mundo. En eso consiste la formación de un soldado: tomar chicos jóvenes y prepararlos para matar a otros, a los que necesariamente se deshumaniza, porque de otro modo el crimen no sería soportable. La preparación (dieciocho meses, en el caso del ejército israelí) genera tanta presión alrededor del momento del enfrentamiento que sucede lo que el soldado de Z32 cuenta que le pasó: estaba que se salía de la vaina por tener un enfrentamiento con el enemigo y lograr aquello para lo que lo capacitaron, matar palestinos. En eso consiste un ejército, no sólo el ejército israelí. Y ojo, que no se trata de asesinos, sino de buenos chicos, a los que el ejército convierte en máquinas de matar.
–“Me sentía un robot”, dice en un momento. “Era como estar en un parque de diversiones.”
–Exacto. Un parque de diversiones, y también un videojuego: en un momento él cuenta que, cuando corría hacia los palestinos, se vio desde arriba, prendiéndole fuego a un depósito. Una imagen de videogame...
–Hay un documental reciente del estadounidense Errol Morris sobre la cárcel iraquí de Abu Ghraib, Standard Operating Procedure, donde también se ve a soldados que parecen muchachos perfectamente normales confesando crímenes horribles.
–Exacto. Todos los ejércitos forman a sus soldados para eso: para, llegado el caso, cometer crímenes horribles. Siempre habrá algún perverso o algún sádico, pero la mayoría de los soldados son chicos comunes y corrientes, a los que convirtieron en eso. No sólo los ejércitos de ocupación: lo mismo pasa con cualquier ejército de liberación.
–¿También con el palestino?
–Desde ya.
–Llama la atención la afirmación, viniendo de usted, que siempre fue un defensor de la causa palestina.
–Lo sigo siendo. De lo que estoy en contra es de la violencia. No sólo yo: mi hijo, cuando lo convocó el ejército israelí, se negó a concurrir y estuvo varios meses en prisión.
–¿Pero eso no había sido por considerar que el israelí es un ejército de ocupación?
–Sí, originalmente la razón fue ésa. Pero después mi hijo se hizo pacifista, y yo también. Llegamos a la conclusión de que lo que está mal no es el ejército israelí, sino la institución ejército, en sí misma. Es un orden no democrático, funcionando en el interior de regímenes democráticos.
–¿Cree entonces que el conflicto árabe-israelí puede resolverse por medios pacíficos?
–Sí, siempre lo creí. Ojo: eso no quiere decir que piense que aquí y ahora, tal como están las cosas, haya perspectivas concretas de resolución pacífica.
–¿Cómo ve la situación?
–Cada día que pasa es peor que el anterior. No porque la situación empeore: que siga igual es malo, porque es una forma de consolidar el statu quo.
–Durante toda la película, el rostro del protagonista aparece enmascarado, gracias a una técnica digital sorprendente. ¿Esto obedeció a una necesidad de anonimato de parte del soldado o a un planteo dramático de su parte?
–A ambas cosas. El necesitaba mantener su anonimato, de allí que tampoco se lo nombre en ningún momento. Yo, a su vez, jugué con la idea del enmascaramiento y desenmascaramiento. La máscara la diseñé con mi hijo en la computadora, y lo que hicimos fue darle rasgos de otros, manteniendo sólo sus ojos y, bastante velada, su boca.
–¿Las escenas en las que el muchacho y su novia hablan a cámara fueron filmadas por ellos mismos?
–Sí. El chico me dijo un día que se daba cuenta de que frente a cámara no contaba las cosas como habían sido. Entonces le di una grabadora de video para que se filmara en su casa. Ahí invitó a participar a su novia. Lo cual me vino muy bien, porque ella funciona como mirada crítica, muy dura por momentos. Ella piensa que se comportó como un asesino. Pero a la vez lo quiere, no está dispuesta a abandonarlo. Es más o menos lo que sucede en la sociedad israelí en relación con los soldados.
–Hay otra pareja en la película, que funciona como espejo de ellos dos: la pareja que integran usted y su esposa.
–Sí, ella aparece en segundo plano en alguna escena, cuestionándome que le dé voz a un asesino. Y yo, como hace el chico, me cuestiono a mí mismo, en esa operita que compuse, junto al músico que aparece conduciendo una orquesta, en el living de mi casa.
–Living que aparece en todas sus películas.
–Hay dos lugares que aparecen en todas: mi país y mi living.
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