Vie 31.10.2008
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CINE › CEGUERA, DE FERNANDO MEIRELLES, SOBRE LA NOVELA DE JOSE SARAMAGO

En la blanca oscuridad de la razón

Adaptación de Ensayo sobre la ceguera (1995), del Premio Nobel portugués, la nueva película del director de Ciudad de Dios carga como un lastre con todo el peso alegórico de la novela y la ilustra con un exagerado esmero visual.

› Por Horacio Bernades

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CEGUERA
(Blindness, Canadá/Brasil/Japón, 2008)

Dirección: Fernando Meirelles.
Guión: Don McKellar, basado en Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
Fotografía: César Charlone.
Intérpretes: Julianne Moore, Mark Ruffalo, Alice Braga, Gael García Bernal, Danny Glover, Don McKellar y Maury Chaykin.

¿Qué pasaría si la humanidad entera encegueciera?, era la pregunta que subyacía a Ensayo sobre la ceguera (1995), del portugués José Saramago. Como en Un mundo feliz, 1984 o Hijos del hombre, en esa novela –que en castellano editó el sello Alfaguara– el Premio Nobel de Literatura 1998 utilizaba el género de anticipación como plataforma, excusa tal vez para la especulación filosófica. En su tercera adaptación literaria en serie, después de Ciudad de Dios (2002) y El jardinero fiel (2005), en Ceguera –film de apertura en la última edición del Festival de Cannes– el paulista Fernando Meirelles mantiene esa hibridez del original, acentuando, seguramente más por vicio que por virtud, la subyacente intención alegórica.

“No es oscuridad lo que veo”, dice uno de los primeros afectados de Ceguera, “sino una blancura total, como si se hubieran encendido todas las luces al mismo tiempo”. Los científicos no logran determinar cómo ni por qué se produjo la pandemia que hace que, uno tras otro, los vecinos de una ciudad entera vayan perdiendo la visión. Daría la impresión de que es por contagio, pero ¿cómo puede contagiarse la ceguera? Como para que quede en evidencia hasta qué punto a la ciencia el asunto se le escapa de las manos, un oftalmólogo (Mark Ruffalo, en papel que rechazó Sean Penn) será uno de los primeros en perder la vista. El gobierno de esa urbe –armada por Meirelles, en alarde globalizador, con pedazos de San Pablo, Toronto y Tokio– no se anda con vueltas, confinando a los afectados a un edificio abandonado, más cárcel que hospital, donde los dejará librados a su suerte.

Como para que no queden dudas de la verdadera condición de los confinados, el edificio será puesto bajo custodia militar. En esas condiciones, en las que ni la atención médica, ni la alimentación ni la higiene están garantizadas, la lucha por la sobrevivencia descenderá forzosamente hasta los límites mismos de la inhumanidad, como si el siglo XXI se hubiera retrotraído sin escalas hasta la prehistoria del hombre. Conducidos por un autotitulado “Rey del Pabellón 1” (Gael García Bernal), los fuertes impondrán una variante salvaje de darwinismo, exigiendo mujeres a cambio de raciones. Como por alguna razón desconocida la esposa del oftalmólogo (Julianne Moore) no ha perdido la visión, ella devendrá la líder natural del resto. Si algo puede decirse de Meirelles es que está dispuesto a cuidar como ninguna otra cosa el aspecto visual de sus películas. El look, para decirlo en los términos que corresponden. Tratándose de un film sobre la visión (o la falta de ella), Ceguera de algún modo impone, o justifica, esa propensión.

Contando una vez más con el director de fotografía uruguayo César Charlone como brazo derecho, Meirelles impone aquí un efecto de ausencia de color, “quemando” la fotografía, de modo de comunicar la sensación de blancura que los afectados describen. También como en los films previos, Meirelles no fomenta la continuidad visual, sino lo contrario, apelando a un sistema de encuadres cambiantes, reencuadres, cortes inhabituales del cuadro y permanentes reflejos, en espejos o superficies que actúan como tales. Escrito por el canadiense Don McKellar, que cumple también un breve papel, el guión no logra remontar el peso alegórico del original, forzando la historia a contorsiones poco creíbles, tanto como a un remate que termina entregando el film a la sospechosa fórmula easy comes, easy goes.

Queda así más a la vista la falta de pulso dramático del realizador, que Ciudad de Dios disimulaba detrás del humo de los tiros y la falsa conciencia social y El jardinero fiel, bajo una arquitectura novelística que debía todo su armado a la pluma de John Le Carré. Con enormes dificultades para construir un verosímil propio, el efecto que Ceguera pueda producir sobre el espectador queda exclusivamente librado a la “importancia” de su tema. Con lo cual termina resultando, seguramente de modo no deseado, una adecuada correspondencia cinematográfica de la literatura de José Saramago.

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