CINE › HOMENAJES A OUSMANE SEMBENE, TERENCE DAVIS Y LOS HERMANOS DARDENNE
El Festival de Tesalónica tributa al padre del cine africano, el realizador británico y la dupla de cineastas de La promesa iluminando films desconocidos y revelando nuevas zonas de la obra de estos autores de culto.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Tesalónica
La lluvia y la niebla que cubren estos días el mar Egeo no logran ocultar una de las particularidades del Festival de Tesalónica: la calidad de sus retrospectivas. El año pasado hubo una integral se William Klein, que daba cuenta de la diversidad de la obra de este fotógrafo y cineasta neoyorquino radicado en París, y un repaso exhaustivo de la filmografía del gran maestro japonés Mikio Naruse. En esta edición, el festival griego –uno de los más antiguos de Europa, con 49 ediciones– pasa revista a varios directores de primera línea, algunos no suficientemente reconocidos. Es el caso, por ejemplo, del senegalés Ousmane Sembene, fallecido en junio pasado a los 84 años y considerado el padre del cine africano. Desde La noire de... (1966), todavía hoy un film moderno, hasta Mooladé (2004), su última película, que llegó a conocerse en Buenos Aires, Sembene –autor de un cine coral, de inspiración marxista– realizó una veintena de films que despertaron la conciencia cinematográfica de su continente y que aún hoy siguen demostrando su influencia, como se puede comprobar en Teza, del etíope Haile Gerina, que viene de ganar el Premio Especial del Jurado en la Mostra de Venecia de agosto pasado y que también integra la programación de Tesalónica.
Si a Sembene se lo ha llegado a llamar “el Brecht africano”, Terence Davis –que en estos días también es objeto de una retrospectiva en el muelle del puerto donde se asienta el festival griego– bien puede ser considerado el Proust británico, tal como lo prueba Of Time and the City, su esperado regreso a la dirección, después de ocho años de silencio. Para quienes hayan podido ver esta notable meditación sobre el paso del tiempo en el reciente Festival de Mar del Plata, quizás Davis sea una revelación, pero lo cierto es que no se trata precisamente de un recién llegado. Aunque algunos de sus films llegaron a conocerse en Argentina, en épocas lejanas, cuando el British Council aún consideraba al cine una de sus prioridades, hoy por hoy Davis –un director venerado por la cofradía cinéfila– es casi un desconocido en nuestro país. También lo era en Grecia, por lo cual la revisión completa de su obra que está haciendo Tesalónica –que arranca con la trilogía integrada por Children (1976), Madonna and Child (1980) y Death and Transfiguration (1983), donde Davis evoca su infancia, marcada por una traumática impronta católica, en el Liverpool de los años de posguerra– debe ser considerada un hallazgo.
Sembene y Davis no son los únicos homenajeados. Aprovechando la presencia en el festival de El silencio de Lorna, su película más reciente, premiada en mayo pasado en Cannes, Tesalónica ha preparado también una retrospectiva dedicada a los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne. Podrá argumentarse que, a diferencia de los dos casos anteriores, la obra de los realizadores belgas, dos veces ganadores de la Palma de Oro del Festival de Cannes, no es precisamente un misterio. Pero la diferencia está aquí no sólo en la posibilidad de rever aquellas películas que significaron su consagración internacional –como la excepcional Rosetta (1999), que mantiene incólume toda su fuerza y su verdad–, sino también en la de acceder a un puñado de títulos que casi no han tenido circulación fuera de Bélgica.
Para el mundo exterior, los Dardenne nacieron a la consideración pública con el descubrimiento de La promesa, en la Quincena de los Realizadores de 1996. Pero para entonces, los hermanos ya tenían fundada en Bruselas una compañía productora con la que habían desarrollado varios documentales y algunos ejercicios de ficción. Son estos últimos los que ahora ha exhumado Tesalónica, proporcionando una nueva perspectiva a un cuerpo de obra que marcó los últimos tres lustros del cine contemporáneo.
Es paradójico, por ejemplo, comprobar cómo los Dardenne, en su primer largometraje de ficción, titulado Falsch (1986), estaban en las antípodas del realismo puro y duro que es hoy su marca indeleble. Basada en una obra teatral de René Kalisky, que habla de la fantasmagórica reunión de los vivos y los muertos de una familia judía empujada a la diáspora por el nazismo, esta ópera prima luce hoy terriblemente envejecida. Algo parecido sucede con el corto Il courte, il court le monde (1987), un pequeño divertimento sobre los riesgos de la velocidad en el mundo moderno. Pero ya en Je Pense à vous (1992) aparecen los temas y se insinúa el tratamiento que tendrán después sus films más famosos.
Rodada en Seraing, una gris ciudad industrial en la que los hermanos crecieron, la película se interna de lleno en el mundo obrero y describe la alienación de un trabajador metalúrgico (Robin Renucci) que no se resigna a perder su puesto cuando la acería que forma parte de su vida –allí también se forjó su padre– termina cerrando sus puertas, por variables económicas que ni él ni nadie a su alrededor alcanzan a comprender. Concebido primero como un documental, el proyecto –tal como narró Luc Dardenne, el hermano menor, que fue quien se acercó hasta Tesalónica– fue adquiriendo, sin embargo, ribetes más complejos, que los decidieron a encarar una ficción, con la colaboración de Jean Grualt, guionista frecuente de Alain Resnais. El resultado es desigual, con momentos de gran fuerza expresiva –una masiva manifestación obrera en las calles de la ciudad, por ejemplo– con otros demasiado artificiosos o retóricos. Pero aun en todas sus imperfecciones, se pueden ver en Je Pense à vous los embriones –la relación padre-hijo, la desesperación por el desempleo crónico– de las que luego serían las mejores películas de los hermanos Dardenne.
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