Dom 08.02.2009
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CINE › MARIANO DE ROSA PRESENTA AGUAS VERDES HOY EN EL FESTIVAL DE BERLíN

“Antes que ‘decir’, prefiero contar”

Fue el director de una de las cuatro historias de Mala época, pero le llevó diez años llegar a su propio largometraje. Hoy confiesa que la presencia de su film en la sección Forum de la Berlinale nunca había pasado de la mera ilusión.

› Por Oscar Ranzani

El joven cineasta argentino Mariano de Rosa tuvo su primera experiencia cinematográfica en 1998 cuando dirigió el episodio “Vida y obra”, una de las cuatro historias que integraron el film Mala época, en el que también participaron Nicolás Saad, Salvador Roselli y Rodrigo Moreno como correalizadores. Pasaron diez años para que salga a la luz su ópera prima solista, Aguas verdes, aunque el público argentino deberá seguir esperando para verla, ya que recién hoy se presentará en la Sección Forum del Festival de Berlín. De Rosa dice que era uno de sus objetivos que pudiera exhibirse en el prestigioso certamen internacional. “En el año tuvo varias posibilidades pero nunca se habían concretado, y yo directamente dije: ‘No me ilusiono. Si entra, bien’. Pero el hecho de que haya entrado es un espaldarazo muy grande”, señala en diálogo con Página/12. “Está bueno porque la película fue hecha con mucho esfuerzo personal y de un montón de gente, exprimiendo al máximo todos los recursos técnicos”, agrega el realizador.

Una multiplicidad de causas provocó que tuvieran que pasar diez años para que el director concretara su ópera prima solista. Al poco tiempo de realizar Mala época, nació su hija. Luego, De Rosa decidió cambiar de profesión ya que era editor profesional y pasó a ser docente de cine. “Dejar una profesión, quedar en banda con el tema laboral, con una familia a cuestas y todo eso me llevó un buen tiempo”, señala sobre su demorado regreso a cargo de las cámaras. Paralelamente, reconoce que le costaba mucho “encontrarles la vuelta a los engranajes de producción para hacer una película como yo quisiera. La producción influye mucho en la forma en la que se puede terminar una película. Y a mí me gusta trabajar lo más relajado posible. O sea, siempre con responsabilidad pero sin tener a alguien o a algún sistema que me esté coartando la libertad en filmación”. En el medio de ese proceso, De Rosa se preocupó por entender más todos los aspectos económicos y administrativos de una película. “Esta misma película se puede hacer de veinte mil maneras diferentes, y no me gustaba la idea de que no tuviera la suficiente cantidad de luces, de película o de lo que fuera, sobre la marcha, ya que es algo que me gusta prever desde el comienzo. Y eso define muchas veces la estética del film, no en todos sus campos pero lo hace”, explica, asegurando entonces que creció en su manera de entender la lógica de la producción. Mal no le fue: Aguas verdes ganó el premio para primeras películas del Instituto de Cine en 2004.

A pesar de que pasaron diez años para la filmación, De Rosa cuenta que la historia de Aguas verdes nació cuando estaba escribiendo el episodio de Mala época. Justo en ese momento, se le presentó una oportunidad para realizar una serie de historias fantásticas que no llegó a concretarse. Una de esas historias tomó luego autonomía propia, al quitarle justamente algunos elementos fantásticos y lograr que “bajara un poco más a tierra”. “Cuando la escribí me di cuenta de que era un largo, que no era un telefilm”, reconoce De Rosa. Y así se convirtió en su primer largometraje.

En Aguas verdes, una típica familia de clase media, compuesta por un matrimonio, un chico y una hija adolescente, se prepara para irse de vacaciones a la costa. Cargan las valijas en el auto del padre, Juan, y parten rumbo a un balneario situado en Aguas Verdes. En un momento, Juan detiene el coche en la ruta para cargar nafta en una estación de servicio. Justo, un joven extraño se acerca con su moto a conversar con su hija, Laura, pero Juan lo mira con desconfianza. Al llegar a Aguas Verdes, la familia hace la rutina típica de vacaciones veraniegas: vida de playa, videojuegos para los chicos y momentos de placer para la pareja. Pero Roberto, el joven que había conversado con Laura, irrumpe con su moto en el balneario. Allí comenzará un estado paranoico de Juan que, en principio sin mediar motivos, ve al extraño como una amenaza para su familia, mientras ésta y los amigos que conocieron días atrás lo ven como alguien agradable e intentan sumarlo al grupo. Juan persiste en su paranoia y la situación se terminará yendo de las manos.

–¿Qué tiene de universal y, a la vez, de local esta historia?

–Yo creo que es una historia universal. Se podría filmar en cualquier parte, sea un balneario o un lugar donde la familia se vaya de vacaciones. No tiene mucho de local a nivel de costumbrismo. Ahora, a nivel de idiosincrasia argentina, sí tiene de local lo que les pasa a los personajes. Mucha gente en los balnearios me decía: “Es algo típico lo que le pasa a este hombre”. Me lo decían los bañeros, la misma gente del lugar, algún que otro turista. Y lo que tiene de universal es que justamente trata un hecho universal, pero sin ampulosidad. O sea, siempre me concentré en la historia, no en lo que quiero decir. No creo en el cine que quiere decir. No es que lo descarte, pero a mí me gusta el que cuenta una historia. Entonces, tiene como trasfondo la idea de qué es lo que tiene que hacer un padre, para qué sirve un padre, cuándo falla un padre. Más o menos, sería su función. Y además, estaba la idea de bucear en un esquema familiar: para mí no es una familia disfuncional ni atípica. Es una familia que está justo en un momento de crisis: hay un padre que tiene un punto débil muy claro y lo que le pasa es el colmo de lo que le podría suceder a una persona así.

–¿Por qué considera que no es una familia disfuncional?

–No coincido con la idea de catalogar. Me parece que Juan es un tipo que tiene un problema claro, es un paranoico. Pero no lo catalogaría como el típico paranoico. Se le dispara eso cuando ve que le pueden tocar a la nena, pero no es un tipo que vive perseguido, para nada.

–¿Juan representa también el estereotipo del porteño, hosco, antisocial, conservador?

–No lo veo así. Algunas veces, parto de generalizaciones, pero cuando llego a trabajar con los actores en los personajes evito esa generalización. Trabajo en concreto con lo que le pasa a cada uno. Ese background social lo trae cada actor consigo mismo. Lo vi a Alejandro Fiore (que interpreta a Juan) en una entrevista, relajado. Le puse barba, un par de kilos de más y vi que podía ser. A partir del momento en que se comprometió, fue espectacular.

–¿La función de Laura es mostrar un poco el despertar del deseo adolescente, y cómo esto incide en los padres?

–En realidad, es el disparador concreto en la historia, pero no fue la idea hacer un retrato de eso, sino que traté de hacer un buen retrato del conjunto de la situación. Y jugar todo el tiempo con los pensamientos sucios, ocultos o no permitidos de un espectador, pero siempre acotando. Si se ve cada escena, no pasa mucho ni nada grave, pero la acumulación de lo que no se ve va creando todo un imaginario que, en general, es coincidente con Juan. Pero muchas veces, es coincidente con otros personajes.

–¿En el fondo termina siendo una lucha de poder entre Juan y Roberto?

–No sé si Roberto pesa tanto. El es el disparador pero, en realidad, Juan tiene el problema con su esposa. Obviamente, hacia el final de la película sí lo tiene con Roberto pero, en realidad, el problema es que Juan no tiene un plan común con su mujer. Ahí hubo algo que me gustó tematizar: ver cómo dos personas que son expertas en ciencias sociales (una psicóloga y un asistente social) hacen agua. O sea, supuestamente no debería ocurrir y tendrían que ser expertos en esa situación. Y no. Eso me interesaba.

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