Lun 16.02.2009
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CINE › RICHARD DREYFUSS, UNA HISTORIA CON ALTOS Y BAJOS

Crónica de una vida complicada

El actor estadounidense fue objetor de conciencia en tiempos de Vietnam, lo que le valió que lo acusaran de “zurdo”. Sufrió adicción a las drogas y le fue diagnosticado un desorden bipolar. Pero en los últimos años su figura se revalorizó. Su trabajo en W. fue notable.

› Por David Usborne *

Desde Londres

Para muchos, el nombre de Richard Dreyfuss en los créditos de un film o en la marquesina de un teatro es un bonus instantáneo. “Buen elenco”, se murmura con énfasis. Forma parte de una generación de actores estadounidenses que parecen imbuir su arte con una intensidad casi demente, y a la vez no sienten vergüenza de tomar papeles populares, en su caso con Tiburón y Encuentros cercanos del tercer tipo. Entonces, ¿cómo puede ser que Dreyfuss (61 años), que reinó por años como el actor más joven en conseguir el Oscar al mejor actor –por La chica del adiós– haya empezado a irritar más que complacer a Gran Bretaña, donde últimamente pasa mucho tiempo actuando y enseñando en el St. Anthony College de Oxford?

El “difícil” Richard Dreyfuss, apuntó un periodista en un diario. El “alguna vez confiable”, pegó una reseña de su última puesta teatral, Complicit, que acaba de subir a escena en el Old Vic. Quizá sea sólo snobismo de la vieja escuela. Más allá de ser un “zurdito” de Hollywood, Dreyfuss lleva un buen tiempo en su lucha personal por impulsar la enseñanza de civismo y la mecánica de la democracia, evangelizando en los campus de universidades de su país. Eso está bien, pero parece levemente absurdo que hasta hace poco fuera miembro asociado de un colegio de Oxford. ¿Y qué es lo que esperan encontrar los actores yanquis en el West End en lugar de Broadway? Lo mismo podría preguntársele a Kevin Spacey, quien como director de Complicit comparte el dolor por la serie de frías críticas que recibió la obra.

Dreyfuss dijo que tomó el trabajo en Oxford “porque estaba en Inglaterra viendo qué hacer, y porque me lo ofrecieron”. Es necesario apuntar, de todos modos, que estaba en algo parecido a un callejón sin salida desde los sucesos de octubre de 2004, cuando a último momento abandonó su rol de Max Bialystock en la puesta de Los productores del West End. La razón esgrimida entonces fue “dolor de espalda”, pero Dreyfuss debió admitir después que había sido despedido porque no podía cubrir la demanda física del show. Su reemplazo fue el tampoco muy ágil Nathan Lane. Así que a los argumentos contra él debe sumarse el de “no confiable”. Eso parece tener sentido a la luz de la pésima publicidad que ha recibido gracias a Complicit, donde encarna a un periodista de diario norteamericano bajo presión legal para que exponga sus fuentes en una historia sobre torturas a sospechosos de terrorismo. La función de prensa fue postergada una semana para permitir “más tiempo de desarrollo” al director Spacey. Según los rumores, Dreyfuss olvidaba sus frases. Para colmo, la noche del estreno el actor tenía un discreto audífono para evitar que sus líneas volvieran a escapar. “Los actores que no pueden recordar su texto no deberían estar en el escenario”, atacó el Daily Mail.

El Mail no se impresionaría demasiado con las excusas que Dreyfuss podría ofrecer para sus blanqueos ocasionales, relacionadas con el daño que sufrieron sus neuronas durante sus años de salvaje abuso de drogas. La verdad es que su carrera y su alma –le fue diagnosticado un desorden bipolar– han pasado por tiempos de turbulencia extrema. Se casó tres veces, alcanzó raras cumbres de estupefacción como adicto y recientemente se retiró de la actuación, sólo para retomarla de pronto... lo cual es de agradecer, teniendo en cuenta su performance como Dick Cheney en W. Y eso sin mencionar los titulares del año pasado, que daban cuenta de que había iniciado un juicio contra su padre y su tío reclamando cuatro millones de dólares por un préstamo hipotecario de 870 mil hecho 25 años atrás. Eso pareció demasiado. “Hay cosas de mi vida de las que no me arrepiento”, señaló hace poco, agregando que de alguna manera su personalidad adictiva contribuyó a su carácter de tener un “tornillo flojo”. En esa entrevista dijo que “sobre otras cosas, es distinto. Las drogas, la arrogancia. Esas cosas. ¿Pero acaso vive alguien una vida de constante triunfo?” El triunfo, de todos modos, también fue suyo.

Nació en Brooklyn como Richard Dreyfus: nótese la diferencia en el apellido. Dreyfuss, judío, sostiene que es pariente lejano de Alfred Dreyfus, el capitán erróneamente acusado de espía y confinado en la Isla del Diablo en Guyana Francesa. Sus padres, Norman –abogado y restaurador– y Geraldine –activista política– lo criaron en Los Angeles. En la adolescencia, fumando porro, tuvo una epifanía sobre la importancia absoluta de terminar con todas las guerras, que disparó una necesidad de participar en política que nunca más lo abandonaría. Dreyfuss se convirtió en objetor de conciencia, escapando del enrolamiento de Vietnam y en lugar de ello prestando servicio como ordenanza en el sótano de un hospital de Los Angeles. Allí fue donde tuvo su primera experiencia con una nueva variedad de drogas, y pastillas para mantenerse despierto. Las drogas y el alcohol habitaron a Dreyfuss durante buena parte de los ’70, una época que se encuentra entre sus más exitosas.

Dreyfuss consiguió un pequeño papel en El graduado en 1967, pero fue su aparición en American Graffiti en 1973 lo que lo puso en las grandes ligas. Luego llegó su colaboración con Steven Spielberg, quien le dio papeles protagónicos en Tiburón (1975) y Encuentros cercanos del tercer tipo (1977). La chica del adiós llegó ese mismo año: gracias a ese film, Dreyfuss mantuvo el record como el ganador más joven del Oscar al mejor actor hasta 2003, cuando Adrien Brody, de 29 años, ganó por El pianista. Los primeros ’80 quedaron largamente perdidos en la rehabilitación, pero Dreyfuss hizo un retorno al celuloide en 1986 con Un loco suelto en Beverly Hills. En 1991 consiguió un rol de comedia, oponiéndose a Bill Murray en la aclamada ¿Qué tal, Bob?, y cuatro años después fue nuevamente nominado al mejor actor (aunque no ganó) por Querido maestro.

La historia más usual sobre cómo Dreyfuss logró limpiarse empieza y termina con un accidente de auto en 1982: incrustó su Mercedes en una palmera y se despertó colgando del auto. La vergüenza de que la policía encontrara cocaína y pastillas de Percodan en el choque lo llevó directamente a rehab. Por supuesto, fue algo más complicado que eso, como el mismo Dreyfuss explica en las páginas de Moments of Clarity (“Momentos de claridad”), un libro sobre gente conocida escapando de la adicción escrito por Christopher Kennedy Lawford. Como otros en el libro, Dreyfuss escribe sobre sus experiencias en primera persona. En la época del choque, dice, se había convertido en “un miembro estable, podría decirse que el Presidente de Admisiones, del Centro de Pelotudos”. La humillación lo abochornaba, pero en pocos días caía de vuelta en los viejos trucos, tomando y asistiendo a orgías sexuales condimentadas con cocaína. Donde fuera, el actor estaba acompañado por la visión de una niña en vestido rosa y con gafas redondas. Ella estaba incluso en una de esas orgías y estaba el día en que Dreyfuss se hartó de sí mismo. “Sabía que esa nena era la que no había matado esa noche en que perdí completamente el control del auto, o la hija que todavía no había tenido. Lo sabía como si fuera un hecho de la realidad.” Y entonces revela: “Me limpié definitivamente el 19 de noviembre de 1982. Mi hija nació el 19 de noviembre de 1983. Mi hija usa gafas redondas”.

En esas páginas, Dreyfuss también habla de tener 16 personalidades diferentes y de la búsqueda de la fórmula química que toma aún hoy, legalmente prescripta, para tratar su condición. Ahora parece haber arribado a un punto de razonable paz. Sigue actuando, persigue sus pasiones sobre los deberes cívicos y se acerca al tercer aniversario de su tercer casamiento, con la rusa Svetlana Erokhin. En su retorno al escenario londinense, les dijo a los reporteros que estaba “muy excitado por tener la chance de no ser despedido tras el estreno”. Y aunque supieron apuntar el asunto del audífono, los críticos no tuvieron nada malo para decir de su actuación.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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