CINE › ESTA NOCHE SE ENTREGAN LOS PREMIOS OSCAR DE LA ACADEMIA DE HOLLYWOOD
Slumdog Millionaire es la gran favorita de la ceremonia, donde puede pesar el voto sentimental de los académicos de Hollywood, sensibilizados por la pobreza colorida de la India y la muerte temprana de Heath Ledger.
› Por Luciano Monteagudo
¿Quién no sabe que ¿Quién quiere ser millonario? es la favorita? Los premios Oscar cumplen esta noche 81 años y a esta altura ya se le conocen las mañas. Desde las votaciones en los blogs hasta los apostadores en Las Vegas, pasando por los encuestadores profesionales y los analistas de Hollywood, todos los porcentajes que se barajan en la web dan abrumadoramente a favor de Slumdog Millionaire.
Pero hay además una vieja teoría que circula por allí que dice que, con su voto, los 6000 miembros plenos de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood de alguna manera están escribiendo el guión de la ceremonia. Cada votante pone sus cruces en soledad, de acuerdo con su leal saber y entender (o al menos así debería ser, al margen de la creciente influencia de las campañas promocionales previas), pero al mismo tiempo no pueden dejar de ser conscientes del impacto colectivo de su decisión. No hay sociedad del espectáculo –como diría Guy Debord– más consciente de serlo que la Academy. Y ya se sabe que los momentos culminantes no son precisamente los números musicales –durante los cuales hasta los asistentes al Kodak Theater aprovechan para ir al baño– sino los premios, sobre todo aquellos que llegan al final de la noche.
Siguiendo esta teoría, entonces, no resulta difícil imaginar la calculada emoción con que los habitantes de las mansiones más lujosas de Beverly Hills pueden recibir la noticia de la estatuilla mayor para una película que transcurre en los callejones más pobres pero coloridos de Bombay. Slumdog Millionaire es lo que su título indica: una fábula, un cuento de hadas, el sueño de encontrar dinero (mucho) y amor aun siendo un “perro de la villa”. Y no hay tradición más arraigada en Hollywood que la del happy end. Y no hay final más feliz este año que el de la película de Danny Boyle, todo cantado y bailado, en rutilante Technicolor.
Hay otros factores que también pueden sumar: Slumdog Millionaire es –a pesar de lo que opinan en su país de origen, donde la consideran “pornografía de la miseria”– la película del consenso, la del sincretismo entre Occidente y Oriente, entre Hollywood y Bollywood. ¿Qué mejor en la naciente era Obama que premiar el sacrificio y la abnegación de Jamal Malik, un musulmán bueno, laico y apolítico, cuya única obsesión no es convertirse en mártir del Corán sino reencontrarse con aquella niña que siempre imaginó como su primera novia? No hay por qué dudar entonces de que, al margen de los premios, las cámaras de esta noche van a reparar más de una vez en la tez oscura y la sonrisa blanca del elenco de la película de Boyle.
¿Y El curioso caso de Benjamin Button? Sí, es verdad, tiene la mayor cantidad de candidaturas, pero hasta su mismo número (13) parece condenarla a la mala suerte. Las últimas encuestas no le podrían dar peor. ¿Y El lector (la única de las cinco hasta ahora no estrenada en Argentina)? La adaptación de la novela de Bernhard Schlink –que simplifica aquello que en el texto es complejo– es casi tan deprimente como las tres horas de metraje de la de Fincher, con el agravante de que ahora ha comenzado a circular el run-run (muy nocivo en Hollywood, donde tiene tanto peso la opinión de la comunidad judía) que en su ambigüedad podría leerse cierto perdón a los perpetradores anónimos de la Shoah. A su favor, en cambio, podría anotarse un detalle que siempre sensibiliza a Académicos varios: la redención de la protagonista a través de la literatura. En todo caso, El lector juega sus mejores cartas en la categoría de mejor actriz, en la que Kate Winslet –a quien hasta ahora este premio siempre le fue esquivo– aparece como favorita, por encima incluso de la eterna nominada Meryl Streep, que por otra parte ya tiene en su casa dos estatuillas.
Mientras, Frost/Nixon y Milk se disputan no tanto los premios –a los que no parecen tener muchas chances– como las inclinaciones políticas. En la película de Ron Howard se viene a descubrir que Richard Nixon era, por supuesto, un viejo taimado, pero humano al fin, a pesar de haber mandado incinerar con napalm a medio Camboya. Por su parte, Gus Van Sant propone –en su película más literalmente académica de los últimos años– una introducción didáctica a la historia de la militancia gay en los Estados Unidos, en la línea de lo que Spike Lee ya había hecho con el black power en Malcolm X. Al progresismo hollywoodense nunca le fue muy bien en la ceremonia del Oscar, pero esta vez Sean Penn puede arrimar agua al molino como candidato al mejor actor, por su esforzada composición de Harvey Milk.
Pero aquí vuelve a cobrar importancia la teoría del voto emocional, de lo que el votante querría que sucediera con su boleta en el escenario y en la platea del Kodak Theater. ¿Cómo no imaginar la ovación de pie con la que la Hollywood es capaz de volver a cobijar en su seno a una oveja descarriada como Mickey Rourke? ¿Cómo no anticipar el momento de puro y fugaz espectáculo que puede significar el protagonista de El luchador revoleando su primera estatuilla y el viejo zorro de Jack Nicholson –en su histórico asiento de la primera fila– celebrando con su sardónica sonrisa de siempre este regreso al hogar de Rourke? Hay algo eminentemente hollywoodense en este comeback que la ceremonia no debería desaprovechar.
Y ni qué hablar del finado Heath Ledger, número puesto para el premio al mejor actor de reparto por Batman, el caballero de la noche. Las encuestas lo dan por ganador en una proporción de 9 a 1. Y no sólo por la inapelable calidad de su Guasón. Es la oportunidad de otro punto alto no sólo en la emoción de la noche sino también en el rating. Las cinco películas candidatas a los premios principales no recaudaron juntas lo que Batman hizo por sí sola y la temprana muerte de Ledger, hace ya un año, terminó convirtiéndose en un circo mediático. Si alguna vez, allá lejos y hace tiempo, la ceremonia del Oscar fue un acontecimiento masivo, ésta es –necrofilia mediante– la posibilidad, durante unos minutos, de volver a serlo.
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