CINE › MATTEO GARRONE HABLA DE SU PELíCULA GOMORRA, GANADORA DEL GRAN PREMIO DEL JURADO DEL FESTIVAL DE CANNES
“Versión complementaria”, según Garrone, del libro homónimo escrito por Roberto Saviano, Gomorra se interna en el corazón de la Camorra napolitana, una de las tantas sociedades secretas que proliferan en Italia. “Es un mundo aparte”, dice.
› Por Sergio Labba
“Se destinó dinero de la Camorra a la reconstrucción de las Torres Gemelas.” Tal vez allí, en la última línea del texto que cierra la película, haya que buscar la razón de que Gomorra –a la que nadie deja de considerar de lo mejor que el cine italiano dio en mucho tiempo– no haya alcanzado una nominación al Oscar al Mejor Film Extranjero, algo que todo el mundo daba por hecho. La carrera internacional de la película de Mateo Garrone se había iniciado en Cannes en mayo del año pasado, cuando se alzó con el Gran Premio del Jurado, llevándose, meses más tarde, cuatro de los premios al Mejor Film Europeo 2008. En Argentina, Gomorra se estrena con una salida de tamaño infrecuente para un film off-Hollywood. Lo cual habla de expectativas altas, en un mercado tradicionalmente bien dispuesto para el cine italiano.
Como es sabido, Gomorra es la versión cinematográfica (aunque su realizador prefiere hablar de “versión complementaria”) del libro homónimo, escrito por Roberto Saviano y editado en castellano por Debate. A los 30 años, Saviano vive en la clandestinidad. Está amenazado de muerte por la Camorra napolitana, una de las tantas sociedades secretas que proliferan en Italia, y que el resto del mundo agrupa, por razones prácticas, bajo el simple nombre de mafia. Paradójico destino, el del escritor napolitano, que junto con la condición de best seller alcanzó la de condenado a muerte. Desde la publicación de Gomorra –en mayo de 2006, cuando Saviano tenía sólo 27 años– se estima que se vendieron, solamente en Italia, más de dos millones de ejemplares. Una cifra que en el mundo entero debe multiplicarse al menos por diez, al día de hoy.
Habían pasado cuatro meses de la salida del libro y la más antigua organización criminal italiana (con orígenes que se remontan al siglo XVIII) había decretado ya la condena a muerte del infidente. Desde ese momento Saviano anda por el mundo como un paria, semioculto e hipercustodiado. Aun sin alcanzar las bestiales cifras de recaudación de su hermana mayor, la película marcó un record de asistencia en su país y fue unánimemente saludada por la crítica del mundo entero, que ensalzó en ella la preferencia por el estudio minucioso, antes que la denuncia escandalosa. Esa es una de las razones por las cuales no pocos consideran a Gomorra, la película, una versión mejorada de Gomorra, el libro. Algo poco frecuente, y semejante a lo que en su momento había sucedido, curiosamente, con El Padrino.
Nacido en Roma hace 40 años, Garrone –de quien años atrás había podido verse, en una de las ediciones del Bafici, la enfermiza L’imbalsamatore– habla aquí de las diferencias entre libro y película y del carácter secreto que en su país sigue teniendo la Camorra, además de su relación con el realismo, su rechazo del cine “de denuncia” y su convicción de que el cine puede funcionar como herramienta de conocimiento.
–¿Cómo llegó a sus manos el libro de Roberto Saviano en el que se basa la película?
–A través del productor, Domenico Procacci, que me lo recomendó a poco de publicado. Empezamos a trabajar en una adaptación, incluso antes de que Saviano recibiera amenazas de muerte y el libro se convirtiera en best seller. El libro describe la Camorra desde adentro, con gran riqueza de detalles, lo cual representaba una base sólida para trabajar. El hecho de tratarse de un libro de investigación me daba mucha libertad en el plano de la dramaturgia, donde era como que estaba todo por hacerse. De hecho, siempre pensé la película no tanto como una versión del libro, sino como dos instancias complementarias. De tal manera que aun quien haya leído el libro tendrá mucho para descubrir en la película.
–¿Cuánto sabía usted de la Camorra antes de leer el libro?
–Sabía lo que había leído en los diarios y visto en películas. La diferencia que sentí, al leer el libro de Saviano, fue que ahí me estaban contando la historia desde adentro.
–Usted es romano y Gomorra describe una realidad intransferiblemente napolitana. ¿Hizo algún trabajo de campo, investigación previa en el lugar de los hechos, para empaparse de esa realidad?
–Sí, una vez que terminé de escribir el guión viajé a Nápoles, para conocer el asunto de cerca. Y también para verificar que lo que había escrito funcionara, que fuera verosímil.
–¿Qué impresión le produjo la llegada a Nápoles?
–Que a sólo dos horas de Roma hubiera gente que vivía en estado de guerra me produjo una gran sorpresa, y traté de trasladar esa sensación al espectador.
–¿Cuánto sabe el público medio italiano sobre la Camorra?
–Poco y nada. Ni siquiera los napolitanos saben mucho. Es un mundo aparte. La película fue un shock para los propios italianos.
–Roberto Saviano participó del guión. ¿Qué clase de participación tuvo? ¿Cómo se organizaron para trabajar?
–Cuando escribimos el guión él ya estaba bajo amenaza, lo cual enrarecía mucho la situación, ya que lo obligaba a restringir mucho los desplazamientos y no ir a ninguna parte sin sus guardaespaldas. Estuvimos de acuerdo en el enfoque básico, que consistía en contar la historia desde la misma altura que los protagonistas. Y que los protagonistas no fueran capomafias o sus lugartenientes, como se estila en el cine de mafia, sino tipos del montón. Otro precepto básico era que la historia transcurriera en una zona gris, en la que el bien y el mal se confunden y cualquiera puede quedar atrapado. Nos propusimos no hacer una película “de denuncia”, sino una que mostrara el funcionamiento de la Camorra, desde adentro. Mostrar cómo las elecciones de los personajes inciden sobre el modo en que funciona.
–Hablando de elecciones, ¿puede detallar cuáles fueron las suyas, a la hora de adaptar el libro, y en qué se basaron?
–De entre los muchos personajes que presenta el libro, elegimos algunos a los que les dimos un desarrollo propio: dos adolescentes con ambiciones, un chico que empieza a trabajar como mandadero, el que se ocupa de pagar las pensiones de los que están en la cárcel, un sastre que “traiciona” a los suyos, uno que está en el negocio del vaciamiento de productos tóxicos, un universitario que no sabe muy bien en lo que se mete, y así.
–La película no condena a nadie.
–No, porque se trata de personajes y yo lo que busco con un personaje es relacionarme con él, no juzgarlo. Me interesa seguirlo, estar cerca de él, comprender qué hace y por qué. Puedo estar o no de acuerdo con lo que hace, pero para mí lo importante es entender.
–¿Qué fue lo que entendió, estando durante medio año en el lugar de los hechos?
–Que estando ahí, metido en esa situación, es muy fácil equivocarse, caer en la trampa. Por eso es que no se puede juzgar.
–¿Qué pensaba la gente del lugar de tener un equipo de rodaje en casa, filmando una película sobre la Camorra?
–El cine tiene la ventaja de que despierta mucha fascinación. La gente del lugar estaba encantada de tener un equipo rodando una película en el lugar donde ellos viven. No sólo eso: también los hacía felices hacer plata, alquilándonos la casa o trabajando como extras. Realmente nos ayudaron. Estaban siempre en el set, mirando por el monitor o asistiendo al rodaje.
–En términos de estilo es notoria su opción por el realismo, su rechazo de la espectacularidad, de los clichés típicos del cine de gangsters. ¿Todo eso formaba parte de una postura previa, o se fue clarificando a medida que el proyecto avanzaba?
–La propia película me fue dictando la forma. Me di cuenta de que un exceso de estilo hubiera sido tranquilizador para el espectador, le hubiera impedido meterse en ese mundo que yo quería mostrar. Lo que me interesaba era que el espectador pudiera meterse a fondo en cada escena, al punto de casi sentir el olor del lugar. Para ello debía narrar esa historia como si fuera un informe desde el frente.
–Y en relación con los estereotipos propios del género, ¿qué se planteó?
–Pasa algo interesante con eso, y es que los propios camorristas se rigen por clichés de género. Las referencias a Scarface, por ejemplo. Eso está en el libro y lo mantuve en la película, con la intención de mostrar a la vez que se trata de modelos que ellos no están en condiciones de reproducir, porque no tienen relación con su propia realidad.
–Uno de los clichés que la película sortea victoriosamente es el relacionado con la forma en que se muestra la violencia. ¿Cómo encaró esta cuestión?
–Lo encaré de manera funcional. Traté de que la violencia fuera acorde con lo que pedía cada escena, cada personaje. Me propuse que nunca fuera gratuita ni glamorosa ni escabrosa por la escabrosidad misma. Descubrí, durante el propio rodaje, que el fuera de campo puede ser mucho más efectivo, más violento que la violencia mostrada explícitamente.
–¿Y cómo definiría el estilo de Gomorra?
–Bueno, no creo ser la persona indicada para eso, me cuesta definir qué estilo tiene la película. No sé, un amigo dice que es como si Roberto Rossellini hubiera filmado una de gangsters.
Traducción, adaptación e introducción: Horacio Bernades.
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