Mar 21.04.2009
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CINE › PABLO FENDRIK PRESENTA SUS DOS PRIMERAS PELíCULAS

“Necesito transmitir una tensión casi constante”

Tiene en cartel El asaltante y está por estrenar La sangre brota. Ambas se vieron en el Festival de Cannes, pero aquí, hasta ahora, permanecían inéditas. “Me interesa la intensidad, que la película te enganche desde el principio y no te largue hasta el final.”

› Por Oscar Ranzani

Curioso caso el de Pablo Fendrik: tiene dos películas terminadas que tuvieron el privilegio de participar en sucesivas ediciones del Festival de Cannes, pero pasó bastante tiempo para sus estrenos en Buenos Aires. Una de ellas es El asaltante que, por estos días, puede verse exclusivamente en el Complejo Arte Cinema (Salta 1620). La otra es La sangre brota, que se estrena el 14 de mayo. Y también es curioso su caso porque ya tenía escrita la historia de La sangre brota, pero avanzó con El asaltante, que terminó siendo su ópera prima. Las dos tuvieron un amplio recorrido por festivales y llegan a la cartelera porteña con bastante atraso. “En el caso de El asaltante no tuvimos tiempo de ponernos a trabajar en el estreno porque siempre estábamos muy ocupados con La sangre brota”, señala Fendrik, en diálogo con Página/12. “Y ahora que surgió la oportunidad de estrenarla en Arte Cinema decidimos aprovecharlo, porque la aparición de esta sala representa todo lo que nosotros deseamos de lo que debe ser un circuito alternativo para películas como El asaltante. Si no, este tipo de películas casi no tendrían una salida decente posible.” En cuanto a su otro largometraje, Fendrik asegura que “simplemente estábamos esperando el mejor momento y la mejor opción de distribución, que terminamos siendo nosotros mismos.”

La idea de El asaltante le surgió a Fendrik de la lectura de una crónica periodística. “Mientras estaba queriendo hacer una película chiquita para sacarme las ganas de filmar, previo a La sangre brota que ya era un proyecto avanzado en desarrollo, pero que faltaba tiempo para concretarse, leí en el diario sobre un tipo que había asaltado dos colegios en veinte minutos, haciéndose pasar por padre de una alumna. Al día siguiente fui a tratar de averiguar a esos dos colegios, pero me echaron. Aunque finalmente conseguí enterarme de cómo habían sido los asaltos y, en base a eso, escribí un guión muy cortito, de cinco o seis páginas, con el cual empecé a trabajar.” La historia de El asaltante es similar y transcurre prácticamente en tiempo real: un hombre de clase media –interpretado por Arturo Goetz– recorre colegios privados durante una mañana y los asalta; pero por un motivo que no conviene detallar, su plan comienza a fallar. Filmado con una cámara en mano que sigue a este individuo a sol y a sombra, El asaltante tiene un ritmo vertiginoso.

Goetz es también uno de los protagonistas de la otra película de Fendrik. “En realidad, él ya estaba casteado para La sangre brota y cuando comencé con El asaltante también se me ocurrió hacerla con Goetz, porque cuando leí la noticia inmediatamente pensé que podía hacerlo”, explica Fendrik. En La sangre brota, Goetz encarna a un taxista de unos sesenta años, padre de familia de clase media venida abajo, que tiene dos hijos. Uno de ellos, Ramiro, vive en Houston. Al comienzo de la trama, Ramiro deja un mensaje en el contestador telefónico de la casa familiar pidiendo casi desesperadamente que le envíen dos mil dólares con urgencia porque “ya no aguanto más”. El hermano menor de Ramiro, Leandro (Nahuel Pérez Biscayart), piensa robarle los ahorros a su madre para vender droga en los boliches de la costa y poder obtener el dinero necesario para viajar a Estados Unidos y encontrarse con su hermano. Pero nada saldrá bien. “No es tanto que sea autobiográfica sino que tiene que ver con sensaciones y con tensiones que yo conozco o que recuerdo de mi época adolescente”, sostiene Fendrik acerca de la historia de La sangre brota.

–En cuanto a construcción cinematográfica, ¿El asaltante es más artesanal que La sangre brota? ¿Esta es más ambiciosa?

–Son proyectos muy diferentes. El asaltante surgió siempre para hacer algo previo. Fue como un exabrupto, que dije: “¡Ah, hagamos esa película!”. Fue como un ataque de ansiedad que pudimos canalizar y salió bonito. Quedó bien y nos gusta cómo está. Más que artesanal, fue una manera guerrillera de hacerla: calle todo el tiempo, sin ningún permiso, un equipo de ocho personas en nueve días, dos semanas de preparación para todo. Y La sangre brota es una película más preparada porque tiene un guión, meses de ensayo con todos los actores, con todo un equipo. No es más ambiciosa en ese sentido: es una película normal en cuanto a estructura, desarrollo y la forma en que la hicimos. Sí se parece un poco a El asaltante en que es una película muy callejera, que se hizo también con la cámara oculta filmando en la calle. Pero no porque sea más grande es más ambiciosa. Simplemente fue un proyecto que siempre estuvo pensado en esa escala.

–La sangre brota parece apuntar a espectadores más bien jóvenes, mientras que El asaltante parece tener un abanico de edades más amplio. ¿Considera que apuntan a públicos diferentes?

–Puede ser así. No era mi intención, simplemente se terminó dando así. La sangre brota es una película que conecta evidentemente mejor con un público más joven, hasta aproximadamente los cuarenta años. Por supuesto que esto es generalizando, pero por arriba de los cuarenta años a la gente se le complica un poco más la película, cosa que no ocurre con El asaltante. En esta última, todo el mundo parece coparse con la propuesta.

–¿Por qué decidió que ambas historias transcurrieran en un solo día?

–Es que eso como recurso dramático es muy potente. Concentrás la acción en unas pocas horas y eso te obliga a elegir muy bien qué momento del día de esos personajes vas a mostrar. Y eso también me obliga a ponerme muy riguroso con la estructura narrativa. Si tenés toda la vida de un personaje, o toda una etapa en su vida para contar lo que le pasa o para desarrollar un conflicto, te podés poner un poco menos intenso. O no. Pero a mí lo que me interesa como director es estar en el momento del día más importante en la vida de esos tipos; o en el día más importante del final o en el comienzo de un proceso nuevo. Quiero estar ahí cuando el salto evolutivo, la mutación, se produzca. Y por lo general eso ocurre en un día o en unas pocas horas.

–Si bien la utiliza más en El asaltante, en La sangre brota también usa cámara en mano. ¿Se podría decir que es una característica de su cine?

–Se podría decir que es una característica de las dos películas que hice. No me atrevería a hablar de “mi cine” porque no tengo idea de cómo sería eso. Pero estas dos películas me pedían que me acercara de una manera urgente y nerviosa. Y necesitaba transmitir una cierta tensión casi constante. El uso de la cámara en mano es sólo uno de los rasgos más visibles o que se destacan más de toda una serie de recursos que uno utiliza para conseguir cierta tensión, cierto suspenso, cierto ritmo. Hay un montón de otras cosas que uno usa: el montaje, la música, la forma en que marcás a los actores, etcétera. La cámara, por supuesto, ayuda muchísimo, pero no me atrevería a decir que es mi forma favorita de filmar. Pienso en mis próximos proyectos y, posiblemente, no filme de esa manera.

–¿Otra característica puede ser su gusto por narraciones vertiginosas, por ejemplo?

–Vertiginosas por momentos. Sí me interesa la intensidad. Me importa que narrativamente sean intensas, que tengan un ritmo constante donde uno no se aburra ni tenga ganas de irse a la mierda, o de bostezar, sino que la película te enganche y te atrape desde el principio y no te largue hasta el final. Porque es lo que me gusta que me pase a mí cuando voy al cine. En ese sentido, soy bastante obvio: filmo lo que me gusta ver como espectador.

–Teniendo en cuenta que La sangre brota tiene códigos urbanos, ¿es una historia más local que El asaltante? ¿Esta última podría transcurrir en otro lado?

–Creo que ambas historias pueden ocurrir en cualquier parte del mundo. Del que yo conozco, al menos... nunca estuve en la India. En todos los países que conozco hay escuelas privadas y públicas. Y en todos los países que conozco hay familias con problemas, adolescentes aislados, violencia doméstica y tendencia al abuso, y todos los temas que abarcan una y otra película. Los localismos pueden estar puestos en otras cosas. Por ejemplo, hay un personaje que trabaja en un locutorio. Y un locutorio no es una cosa que sea tan popular en Europa o en Estados Unidos. Pero son locaciones. No tiene tanto que ver con las historias.

–¿Y en cuanto al manejo de los códigos de las relaciones?

–Eso tampoco lo veo tan localista. Sí tal vez el trasfondo, el background de las historias, la cuestión de la escenografía social es más característica de la Argentina. Mucha gente afuera, sobre todo en Francia, que les encanta hablar de las sociedades ajenas, decía de La sangre brota: “Esta familia es un producto de la crisis. La crisis económica los llevó a ese lugar y, a partir de ahí, todo lo que ocurre está muy empapado de crítica social”. Y lo mismo decían de El asaltante: “Como la educación pública está tan degradada en la Argentina, el asaltante hace lo que hace”. Yo nunca lo pensé así, pero lo fui viendo como posibilidad de las devoluciones de públicos extranjeros.

–¿Los personajes de La sangre brota son más oscuros que los de El asaltante?

–Alguno que otro, puede ser. Pero más que oscuros son gente compleja. El asaltante también es un personaje bastante complejo. Pero a él lo vemos menos tiempo. La gente es compleja si la ponés bajo la lupa. Cualquiera es complejo si lo estudiás con el nivel de detalle que yo le pongo a La sangre brota. Nadie zafa de ser un bicho raro en ese sentido.

–¿En qué consiste su método de “dar la parte por el todo”?

–Es como una cosa pretenciosamente científica. Un arqueólogo estudia una pieza muy pequeña de algún material y, en base a ese detalle, tiene que reconstruir un ornamento que existió hace muchísimos años. Y, a partir de ahí, deducen, en última instancia, cómo funcionaba esa sociedad. A mí me interesa ese tipo de aproximaciones en el laburo: muestro algo de una determinada manera para inducir al espectador a reconstruir el todo a partir de eso. Por supuesto que para eso hace falta un público activo con una cierta iniciativa propia también.

–Que no reciba todo digerido...

–Exacto. Una persona que está acostumbrada a ver un cine premasticado por otro, lo más probable es que se quede afuera de unas cuantas cosas.

–La sangre brota destila violencia urbana. ¿La idea fue reflejar cómo se manifiesta la violencia doméstica? En ese sentido, ¿tiene algún referente para este tipo de construcción narrativa?

–Mi idea con la peli no era reflejar la violencia sino hablar de cómo la no aceptación de la peor parte de cada uno puede derivar en situaciones muy desagradables, muy contraproducentes y, en algunos casos, muy violentas. En todo caso, la violencia es una consecuencia, pero no era un fin. Y es urbana porque esta gente vive en la ciudad, pero podría suceder en cualquier parte. Más que nada la esencia era hablar de este tipo que lleva una bestia adentro y que hace mucho tiempo está tratando de tenerla calmada y dominada, y éste es el día en el cual la bestia sale. Y a partir de ahí, él podrá, tal vez en un futuro, aceptarse a sí mismo y tener una vida diferente. La violencia es un efecto colateral.

–Si en El asaltante la violencia del personaje de Goetz se exterioriza inmediatamente, en La sangre brota está como más contenida hasta que finalmente estalla en Goetz. ¿Lo ve así?

–Puede ser así. En El asaltante, el tipo tiene un plan ideal que es hacer todo de una manera muy elegante, casi poética. Y lo que ocurre es que su plan en la mitad falla y se le complica un poco. En base a esas complicaciones, se disparan en él y se catalizan ciertas tensiones que, evidentemente, este hombre viene acumulando. La diferencia fundamental es que en El asaltante es como un momento de descarga que él tiene, pocos minutos después reflexiona, vuelve sobre sus pasos, y trata de arreglar lo que hizo y de enmendar la mala acción que acaba de cometer. Y luego vuelve a su vida normal. En el caso de La sangre brota, la vida del personaje de Arturo cambia para siempre a partir de ahí: él nunca va a volver a ser la misma persona. No hay vuelta atrás.

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