CINE › OPINION
› Por Constanza Tabbush *
Donna Haraway, una de las feministas más creativas e irreverentes de las últimas décadas, nos propone jugar con los contornos entre ficción y realidad a través de lo que llama su propia blasfemia: la imagen del cyborg, un menjunje posmoderno e irónico de animal, máquina y mujer. Hace poco, en un cine de Belgrano con unos aparatosos anteojos negros puestos, pensé si Donna habría visto alguna vez una película en 3D.
Sentada tras los vidrios 3D para ver por primera vez El extraño mundo de Jack fue como sumergirme de cabeza en la dimensión del cyborg, de la ironía, la intimidad y la perversión. Los an-teojos negros eran el ingreso a un mundo donde las fantasías de los otros se acercaban y entrelazaban, acosándome peligrosamente y en momentos claves se convertían en parte de mi realidad más cotidiana y personal. Tamaña experiencia sólo me pareció comparable a la intensidad de los amores no correspondidos, en donde una se deja llevar por las pequeñas confusiones, donde siempre gana la utopía, y finalmente la angustia frente a los mínimos indicios que lo revelan todo. ¿Cuántas veces una se ha dejado convencer por la ilusión de que el otro, en el fondo, “solo tiene miedo a enamorarse”? (por otro lado, un tema tan trillado en las pelis 2D).
En ambas situaciones una termina preguntándose hasta dónde dejarse llevar por el placer de la confusión “posmoderna” y cuándo ponerse el traje clásico de la modernidad e intentar diseccionarla. La segunda vez que fui a ver una película 3D confieso que la vi en dos; ya no había sorpresa ni emoción, y mi visión se había acomodado a lo conocido.
Ahora pienso que estos mundos y amalgamas tan tridimensionales como utópicos no son ingenuos sino los hijos ilegítimos de cierto militarismo y espíritu patriarcal de nuestro tiempo. ¿Cómo se disputan esos bordes? La respuesta llegó de un modo inesperado, durante ciertas visitas a las cárceles de mujeres, que para alguien ajeno a ese mundo suponen también el ingreso a otra dimensión donde la fantasía-realidad adquiere la tonalidad del horror abyecto. En las cárceles viven también monstruos, princesas de trapo, amistades y mundo paralelos. ¿Puede celebrarse el placer de esa confusión fantástica sin obturar la responsabilidad en la construcción de esos bordes? En esta amalgama de ironías y sueños-cyborg, ¿es posible enamorarse, mirar 3D y desear un mundo mejor? Así como nos lanzamos a gozar, jugar y dejarnos llevar, también es necesario saber cuándo ver en 2D y cuándo en blanco y negro.
* Crítica cultural. Universidad de Londres.
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