CINE › TELSTAR, DE NICK MORAN, Y LA VIDA DEL PRODUCTOR INGLES JOE MEEK
La película, que pudo verse en el último Bafici y ahora se estrena en Inglaterra, hace foco en “el Phil Spector inglés”, responsable junto a The Tornados del primer single inglés que llegó al número uno en Estados Unidos, antes que The Beatles.
› Por Geoffrey Macnab *
En una descuidada parte de la Holloway Road en el norte de Londres, a sólo unas cuadras del Emirates Stadium del Arsenal, está el piso en el que el productor discográfico Joe Meek vivía y trabajaba. En una húmeda mañana de abril apenas puede verse la plaqueta que conmemora su presencia: “El hombre de Telstar... vivió, trabajó y murió aquí”. Está situada en una pared entre el Holloway Express Grocery Store y el Titanic Café y Restaurant, conocido por ofrecer sus “desayunos ingleses todo el día”. Parado frente al 304 Holloway Road, nadie podría creer que en este edificio ruinoso The Tornados grabó “Telstar”, la canción favorita de Margaret Thatcher y el primer single de un grupo inglés que ocupó el número uno en los Estados Unidos. Ciertamente, no se siente como si se estuviera frente a Graceland.
Este año se estrenará en Inglaterra Telstar, película de Nick Moran que cuenta la corta y atormentada vida de Joe Meek, y que en la Argentina pudo verse en el último Bafici. Es sólo uno de varios lanzamientos que incluyen libros, documentales, obras teatrales e incluso canciones realizadas sobre el artista desde su suicidio. Meek, muerto en 1967, habría cumplido 80 años este mes. A menudo se lo define como “el Phil Spector inglés”, un cumplido bastante apropiado y a la vez mordaz si se tiene en cuenta que Spector acaba de ser hallado culpable de homicidio. Sin dudas, los estudiosos de las coincidencias morbosas en la historia del rock and roll deben haber notado el espantoso hecho de que Spector le disparó a Lana Clarkson el 3 de febrero de 2003: fue también un 3 de febrero cuando Meek mató a su ama de llaves y luego se suicidó. Y también fue un 3 de febrero, pero de 1959, cuando Buddy Holly murió en un accidente de avión. Quizá sea ése el día en que la música murió.
No es difícil entender por qué la historia de Meek ha obsesionado a cineastas y artistas: su biografía puede ser leída como una pieza de Joe Orton. Tiene todos los elementos, sexo, muerte y rock and roll, mezclados con abundantes dosis de excentricidad británica. Moran tuvo la idea de hacer Telstar (que primero escribió como obra de teatro) al tomar un taxi en la Holloway Road en una alcoholizada tarde de mediados de los ’90, y ver la incongruente placa sobre el número 304. La Pared de Sonido de Spector se construyó en estudios de grabación de Hollywood con el más elaborado equipamiento. Por contraste, Meek creó “Telstar” en un diminuto piso al norte de Londres. No es que usara ollas y sartenes viejas para buscar su sonido (era un mago de la electrónica que había trabajado para la Royal Air Force como operador de radar), pero ciertamente no contaba con los mismos recursos que Spector tenía a su disposición.
“Estaba corto de dinero e hizo lo mejor que pudo con la plata que tenía”, dice Ken Ledran, actual presidente de la Joe Meek Appreciation Society. Meek aisló el piso, colocó cortinas acústicas y placas de goma en los entrepisos. Uno de los artistas de Meek, Screaming Lord Sutch, solía contar historias sobre las condiciones de grabación dentro del 304 Holloway Road. En el pisito derruido podía haber un bajista en las escaleras, mientras Meek estaba en los controles hechos por él, el guitarrista tocando en el cuarto delantero, el cantante en algún otro lugar –o moviéndose por todos lados– y la percusión extra surgiendo del baño: no resulta sorprendente que los rivales de Meek nunca pudieran descubrir cómo conseguía su sonido.
La primera parte del film de Moran captura el alegre caos que caracterizaba los métodos de trabajo de Meek, a quien se agregaba su socio Major Banks, encarnado a la perfección en el film por Kevin Spacey, como la clase de inglés patricio que juzga a un hombre por su postura y la firmeza de su apretón de manos. El ama de llaves (Pam Ferris), mientras tanto, es la figura maternal y bulliciosa que cloquea a su alrededor y parece extraordinariamente indulgente con las flaquezas de Meek mientras prepara tazas de té y recibe a las celebridades menores que solían atestar el piso. Era la época previa a The Beatles: Meek conocía al manager Brian Epstein, pero rechazó la chance de trabajar con ellos (“Epstein tiene a este grupito del Merseybeat. Son una basura”, dice Meek en Telstar, mientras tira el demo al tacho de basura). Como Epstein, era gay en una sociedad en la que la homofobia era moneda corriente.
El actor Con O’Neill (que ya encarnó a Meek en teatro) brilla como el atormentado productor: es una figura febril, de voz aguda, con tendencia a los berrinches pero no sin encanto, que adula a sus músicos en el piso mientras intenta capturar el elusivo sonido que hace a sus grabaciones tan especiales. Buena parte del film se dedica a su relación con Heinz Burt, el cantante y bajista alemán que se convirtió en su protegido y amante. Interpretado por J. J. Feild, Burt es un personaje coqueto y narcisista, con habilidades musicales apenas moderadas. Meek, obsesionado con el film de terror Village of the damned (El pueblo de los malditos, 1960), lo persuadió de teñirse el pelo de rubio. Estaba determinado a transformarlo: despilfarró dinero en él intentando convertirlo en una estrella, pero los jóvenes ingleses se resistieron. Otro tema clave en Telstar es la preocupación de Meek por el espiritismo. Junto al compositor Geoff Goddard, el productor tenía la firme convicción de que su mejor trabajo estaba influido por “espíritus del otro lado”. Su fascinación por lo oculto pareció cómica al principio pero, a medida que descendía en la depresión y la locura, tomó un matiz cada vez más morboso.
En consonancia con su tema, Telstar es una película hecha contra todo pronóstico. Moran anunció sus planes de hacerla en 2002, todavía encandilado por su éxito como actor en Juegos, trampas y dos armas humeantes, pero sólo pudo ponerse al mando de las cámaras cinco años después, cuando Simon Jordan (presidente del club de fútbol Crystal Palace) se involucró como productor. “Edité la película en mi piso de Londres. Así como Meek convirtió su living en un estudio de grabación, yo convertí mi cocina en una sala de edición”, comentó Moran recientemente, cuando se exhibió Telstar en el Festival de Rotterdam. “Legendario” es un término que suele acompañar el nombre de Joe Meek, como para balancear la relativa oscuridad en la que cayó después. Es que a pesar del entusiasmo de sus fanáticos (que van de Alex Kapranos, de Franz Ferdinand, a Jake Arnott, que lo incluyó entre los personajes de su libro Delitos a largo plazo), y de los esfuerzos de documentalistas y sociedades con su nombre, Meek no es tan conocido. “Telstar” puede haber vendido millones de copias, pero una vez que aparecieron Los Beatles su figura quedó un poco fuera de moda.
Quizás haya sido que era demasiado visionario. “Lo otro es la cuestión gay –sugiere Anthony Wall, que produjo un documental sobre Meek en 1991–. Fue otro ejemplo de alguien en una posición directiva, relacionado con jóvenes de órdenes inferiores que de pronto se encontraron con un nuevo renombre. Es muy interesante que él, Brian Epstein y Joe Orton hayan muerto separados por cuatro meses en 1967. Y todos por una serie de factores directa o indirectamente relacionadas con las dificultades que tuvieron por ser quienes eran.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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