Jue 14.05.2009
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CINE › ANGELES Y DEMONIOS, DIRIGIDA POR RON HOWARD

Illuminati al estilo Al Qaida

La saga de El Código Da Vinci consiguió esta vez el visto bueno del Vaticano. La Santa Sede es la principal amenazada en una película que, por evitar la pesadez de su antecesora, se pasa de rosca en la búsqueda de actos espectaculares.

› Por Horacio Bernades

La persecuta clase-B de ciertas voces eclesiásticas había llevado a alucinar, en El Código Da Vinci, toda una amenaza ideológica y política para la cristiandad. Que cunda la calma: unos días atrás el periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano, absolvió a su secuela, Angeles y demonios, dándole finalmente el lugar que le corresponde, el de mero producto mainstream de Hollywood. Corporación a la que no le interesa vaciar iglesias, sino llenar salas. Obviamente que la bula romana se vio facilitada por la reversión que el contenido de Angeles y demonios practica, en relación con la anterior. En lugar de postular que Jesús habría estado casado con María Magdalena, una alta autoridad pontificial predica, en ésta, la coexistencia pacífica entre ciencia y religión (católica), materializada en la nunca bien ponderada Partícula de Dios. Ego te absolvo, Hollywood, puedes dedicarte a hacer carradas de dinero sin culpa. Claro que esa bula no será buen negocio para Angeles y demonios: la buena prensa vaticana vende mal, y los pobres productores de la saga deberán conformarse con recaudar por debajo de los 750 millones de dólares que embolsó su antecesora.

Advertidos seguramente del posible veneno para la taquilla que hubiera representado mantener las plomíferas disquisiciones teológicas, pedagogía historicista y polémicas intereclesiásticas que anegaban El Código Da Vinci, los productores de la saga (entre quienes se cuentan el propio Brown y el realizador de ambas películas, Ron Howard) decidieron reducir el componente “erudito” de la fórmula, haciendo de Angeles y demonios un entretenimiento más tradicional. Aunque anclado, una vez más y con todas las comillas del caso, en “la verdadera historia” de la Iglesia Católica. Comillas que también convendría colocar sobre la palabra “entretenimiento”, teniendo en cuenta que la entera arquitectura narrativa de esta secuela está sostenida por una mecánica de programa de juegos de televisión. Salve el Vaticano, podría llamarse el programa. En él hay que correr a través de toda Roma, yendo de la estatua de un ángel a otra, para encontrar el arcano que permita desactivar, en tiempo de descuento, la amenaza de extinción que pesa sobre la sede universal de la cristiandad y sobre varios de sus máximos representantes.

Siempre maniqueo, el enfrentamiento de fondo no es esta vez entre representantes del Opus y del Priorato de Sion, como en El Código..., sino entre autoridades curiales y sobrevivientes de la secta racionalista de los Illuminati, que desde el siglo XVIII tendrían a la Iglesia entre ceja y ceja. Un papa “progresista” (sic) acaba de pasar a mejor vida y un concilio debe elegir a su sucesor. Gente de acción, los Illuminati aprovechan para secuestrar a los cuatro preferitti (los cardenales que cuentan con más simpatías entre los electores) y amenazar con ejecutarlos de a uno por hora. A la quinta hora harán volar el Vaticano en pedazos. ¿Con una bomba, tal vez? ¡Qué va! Versión mega del Coyote, los Illuminati cuentan con un superproducto Acme: la antimateria. Sí: la prueba con el colisionador de hadrones (los guionistas succionaron, a medida que se publicaban, las primeras planas de hace unos meses) permitió a los científicos de la Organización Europea para la Investigación Nuclear dar con la soñada partícula esencial del Universo, encapsulada en un cilindro digno del Dr. Neurus. Cilindro que los rápidos Illuminati se apresuraron a robar, y al que destaparán a una hora precisa, elevando a la catedral de San Pedro (y sus ocupantes) a una definitiva reunión con Dios.

Que una liberación de antimateria pueda hacer estallar un radio de sólo un par de manzanas es apenas una de las astracanadas de Angeles y demonios, donde una científica (la israelí Ayelet Zurer, haciendo de italiana) puede ingresar como acompañante al inexpugnable archivo del Vaticano, seguramente por lo sexy que es. Y, una vez allí, arrancar una página de un incunable de Galileo, recurriendo al viejo truco de la tosecita. Ya habrá tiempo para que el simbologista Robert Langdon (Tom Hanks) huya de ese archivo partiendo un ventanal hermético, montado sobre una biblioteca. Algo más deberá esperarse para que un alto dignatario eclesiástico se suba a un helicóptero, lo maneje como si toda la vida lo hubiera hecho y haga explotar una bomba en su interior, dándose tiempo para lanzarse al vacío en paracaídas y caer, vivito y con la sotana en su lugar, sobre la plaza San Pedro.

Como en El Código Da Vinci, el problema no es el disparate, sino el halo de seriedad que quiere colgársele alrededor. Seriedad que se pretende alcanzar no sólo con la multitud de referencias históricas, sino sobre todo con el tono, solemne y recogido, de los conciliábulos vaticanos. En ellos tiene preponderancia el Camarlengo irlandés Patrick McKenna que, tras la muerte del Papa, ocupa interinamente su lugar (Ewan McGregor). Convendrá prestar atención también al cardenal Strauss, presidente del Concilio Vaticano (el alemán Armin Mueller-Stahl) y al jefe de la Guardia Suiza, comandante Richter (el sueco Stellan Skarsgärd). Completando el european all stars, a uno de los rostros más reconocibles del Dogma danés, Nikolaj Lie Kaas, le cabe el papel de asesino a sueldo. Que no es el verdadero villano, claro está. Como en el más vulgar de los whodunits, a éste habrá que descubrirlo entre el reparto de posibles sospechosos. Es, desde luego, el más insospechable de todos. Lo cual lo hace detectable en cuanto aparece, nomás.

5-ANGELES Y DEMONIOS

(Angels and Demons, EE.UU., 2009).

Dirección: Ron Howard.

Guión: David Koepp y Akiva Goldsman.

Intérpretes: Tom Hanks, Ewan McGregor, Ayelet Zurer, Stellan Skarsgärd, Nikolaj Lie Kaas y Armin Mueller-Stahl.

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