CINE › JORGE LEANDRO COLáS, CRISTINA MARRóN MANTIñáN Y LAS HISTORIAS DE PARADOR RETIRO
Para ir más allá de la mera observación, los realizadores fueron durante un año y medio al lugar simplemente a relacionarse con la gente que pasa por allí. Eso les permitió convertir la cámara en una habitante más, que registró más allá de lo obvio.
› Por Oscar Ranzani
Cuando hace unos años Jorge Leandro Colás estudiaba Diseño e Imagen de Sonido, vio un informe periodístico en la televisión que lo dejó estupefacto. Se trataba de una nota sobre el Parador Retiro, un galpón con doscientas camas para que personas en situación de calle pudieran dormir durante las noches. Cuando el periodista entrevistó a un joven que solía descansar allí, éste le comentó que hacía un tiempo que estudiaba Diseño e Imagen de Sonido en la UBA, la misma carrera que estudió Colás. Ese comentario le provocó al cineasta un impacto profundo y entonces pensó que, en determinadas circunstancias, “cualquiera puede terminar ahí. Incluso yo podría estar de ese lado”, según comenta en la entrevista con Página/12. Así nació entonces su ópera prima, Parador Retiro, un documental que registra cómo es la vida en ese espacio donde las personas sin techo encuentran una guarida temporaria. El film se estrena este jueves y ya tiene en su vitrina el Premio a la Mejor Película Argentina que obtuvo en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
“Nosotros lo encuadramos como un documental de observación. No queríamos hacerlo específicamente sobre la institución sino más que nada sobre la gente que estaba en ese momento en ese lugar. Obviamente hay espacio para la crítica y para ver lo bueno y lo malo que tiene esta institución. Pero la idea fue mostrarlo a través de las personas que estaban en ese lugar”, señala Colás en la entrevista con Página/12, en la que también participa Cristina Marrón Mantiñán, responsable de la investigación y asistente de dirección. Previamente a filmar, el equipo estuvo yendo durante un año y medio al Parador Retiro. “Hablamos con la gente del Parador, escuchamos sus historias. Entonces, la gente ya estaba bastante familiarizada con nosotros. Al principio preguntaban quiénes éramos, qué veníamos a hacer, si íbamos a filmar y no volver más. Tuvimos un compromiso de trabajo durante tres años: un año y medio que fuimos al Parador y otro año que filmamos en varias etapas”, explica Marrón Mantiñán.
Esa confianza que lograron con quienes van a dormir al Parador Retiro resultó fundamental para el trabajo con la cámara, ya que el gran mérito de Colás es que ha logrado prácticamente no mediatizar las situaciones. El film no está estructurado en base a entrevistas sino que la cámara navega por las situaciones que suceden dentro del recinto: cómo es la rutina de ingreso, la espera para conseguir una cama, la asistencia médica que reciben, el entretenimiento de la gente a través de los juegos de mesa y de la música, la angustia de quedarse sin una cama, los diálogos entre quienes van a dormir y los conflictos que surgen, como en cualquier sitio habitado por doscientas personas. La cámara de Parador Retiro abre una puerta hacia ese mundo difícil de digerir, pero su director no optó por un tono solemne. De hecho, en determinadas circunstancias, también hay tiempo para el humor. El Parador Retiro depende del gobierno de la ciudad y el film fue realizado durante la gestión de Jorge Telerman. Ahora la realidad parece ser otra, según comenta el director.
–El estado de abandono de estas personas radica básicamente en la ausencia de políticas de inserción social. ¿Están al tanto de cómo está la situación del Parador Retiro con la gestión de Mauricio Macri?
Jorge Leandro Colás: –Nos llegan comentarios. En el mes de noviembre teníamos que ir al Parador a grabar unos sonidos que nos quedaban pendientes para poder hacer la posproducción y pedimos la autorización que solicitábamos habitualmente, que durante la gestión Telerman era inmediata: entrábamos a la mañana, a la noche, en cualquier momento. Y cuando intentamos entrar con la gestión Macri, nos empezaron a dar un montón de vueltas hasta que definitivamente nos dijeron que no podíamos entrar más al lugar. No querían que fuéramos a filmar, ni a grabar, ni a hacer nada dentro del Parador. No querían que esa realidad se mostrara. Entonces, hoy por hoy no sabemos. Pero nos cruzamos con gente que está yendo al Parador y la situación no es buena en este momento. Hace unos meses estuvo cerrado durante varios días por sarna, malas condiciones edilicias y problemas de agua, algo que durante el período que estuvimos filmando nunca pasó de llegar a una situación así. Sabemos que la situación sigue siendo mala o incluso peor. Y lo que nosotros entendemos es que el Parador es una mera contención para esta gente, para que tengan un techo y un plato de comida. No va más allá de vincularlos con un posible trabajo o con un centro de capacitación para que hagan un curso o aprendan algún oficio. Es solamente un parche para la situación de estar en la calle.
–¿Qué sintieron la primera vez que fueron al Parador Retiro?
Cristina Marrón Mantiñán: –La primera vez que ves todas esas camas sentís un vacío grande. Decís: “¡Qué horror esto!”. Pero, a medida que vas yendo, hay como cierta calidez bajo esa convivencia obligada que tiene la gente que habita el Parador. Surgen historias, ciertas amistades... Entonces, el lugar se vuelve como más cálido, sin ser un hogar, ya que está muy lejos de eso. Hay cierto clima de buena convivencia.
J. L. C.: –Nosotros entramos con una especie de idea o tal vez con un preconcepto, como que todo iba a ser mucho más duro. Las imágenes que veíamos del Parador antes de ingresar eran un poco más vinculadas con lo carcelario. Entonces pensábamos que iba a haber más conflicto, pero al poco tiempo fuimos encontrando este espacio donde hay cierta calidez y amistad entre la gente que está en el lugar. Obviamente y periódicamente hay discusiones, peleas y tensiones con la propia institución.
–¿Cómo es una noche en la vida de estas personas?
J. L. C.: –El Parador da una estructura a sus vidas. Todo gira en torno de eso. Como ellos no tienen un trabajo, muchas veces están desconectados de sus familias. Incluso a veces, también por vergüenza, no piden ayuda a sus amigos y los pierden. Entonces, el Parador es un poco lo que los estructura. Saben que a las tres o cuatro de la tarde ya van a estar en el lugar haciendo una cola para entrar, tener una cama y poder comer. Y tienen ese tiempo cubierto hasta las ocho de la mañana. Ahí se encuentran durante mucho tiempo los mismos.
–Resulta muy duro que, a veces, por falta de camas, algunos de ellos deban dormir en la calle. Por momentos se parece a una especie de lotería de la supervivencia...
C. M. M.: –Eso es bastante cruel, y más en los inviernos. Nosotros estuvimos filmando en el invierno que nevó en Buenos Aires y era bastante duro. De hecho, ese día el Parador hizo la excepción y abrió durante todo el día y la gente se pudo quedar. Pero al haber doscientas camas hay un límite y hay gente que se queda afuera. Eso es terrible.
–¿Cómo construyeron la confianza con los protagonistas para que la cámara no los intimidara?
J. L. C.: –Eso fue uno de los desafíos que tomamos al comenzar la película, porque sabíamos que iba a ser difícil llegar a la gente, y que esa gente confiara en nosotros. En ese año y medio que hicimos de investigación, solamente íbamos a hablar, a jugar a las cartas, a tomar mate, a ver televisión... todo con ellos. Hicimos un proceso muy largo de vínculo social. Después, cuando tuvimos la confianza y sabíamos que estaba todo bien, es decir, cuando empezamos a formar parte del cotidiano de ellos, recién en ese momento sabíamos que estábamos en condiciones de llevar la cámara y filmar. A partir de ahí empezamos el rodaje y, por ahí, los primeros días, había más cosas con la cámara, pero después, al poco tiempo, la cámara era un elemento más del Parador. Con la confianza, la gente se fue olvidando de la presencia de nosotros como observadores. Entonces, la realidad del Parador transcurría directamente al frente de nuestros ojos.
–¿Existen esperanzas en estas personas de modificar su situación personal, o se sienten vencidos por la realidad?
C. M. M.: –Yo particularmente tengo una opinión: el Parador es un punto de apoyo, una contención. Pero realmente se necesita mucha fuerza de voluntad para salir de la situación de calle. Mucha gente la tiene y otra no. Entonces, los que no la tienen siguen en ese circuito del Parador o de la calle. Otros logran conseguir un trabajo, una pensión e ir progresando muy de a poquito que, a veces, es el único camino. En algunos casos también hay mucha fantasía, en el sentido de que la vida les va a cambiar de un día para el otro.
–¿Piensan que puede cambiar algo en la mente de una persona que tiene prejuicios sobre los sin techo al ver esta película?
J. L. C.: –Yo creo que para la gente que vive en las grandes ciudades, como Buenos Aires, ver a los sin techo pasa inadvertido y empieza a ser parte del “paisaje” urbano que ve todos los días. Al ver una persona durmiendo en la esquina de tu casa en invierno, si te separás y lo pensás es un delirio, una locura. Y a nosotros lo que nos pasó e intentamos transmitir en la película fue ir un poco más allá y conocer esas historias. Son gente con un pasado, que tuvieron una familia, una casa y que, por alguna razón o por muchos motivos juntos, lo perdieron todo y están en el Parador sin tener otra cosa. Les dimos cierta dimensión a las personas y a sus historias que, a simple vista, no veíamos.
–¿Cómo fue la reacción del público extranjero cuando el documental se exhibió en distintos festivales? ¿Entendían que pueda existir un lugar así?
J. L. C.: –Saben acerca de los problemas habitacionales de los países de Latinoamérica, y les impacta la realidad de ver a estas personas en ese lugar. Pero, por otra parte, lo que les atrae de la película es que tiene un tratamiento que no es ni tétrico ni tan dramático, como muchas veces esperan de algo así. Cuando van a ver una película de un tema social sobre un lugar para gente sin techo encerrada prácticamente en un galpón, esperan ver una cosa determinada; pero en la película también hay espacio para el humor cotidiano. Hay momentos en que esta gente se distiende y hay espacios para la diversión y para la risa. Entonces, esa mirada también les llama mucho la atención, y los sorprende.
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