CINE › LA DIRECTORA CELINA MURGA HABLA DE UNA SEMANA SOLOS, SU SEGUNDO LARGOMETRAJE
La cineasta señala que, más allá de la especificidad del country y de las historias puntuales con los chicos, le interesó mostrar “cómo una persona y su medio ambiente están íntimamente relacionados y se modifican y afectan uno al otro”.
› Por Oscar Ranzani
A Celina Murga se le dibuja una sonrisa de oreja a oreja cuando recuerda que cumplió un sueño al ser seleccionada por Martin Scorsese para participar del programa de desarrollo artístico “Iniciativa Rolex para Mentores y Discípulos”, cuya misión es reunir a jóvenes talentos con maestros consagrados. A través de este proyecto, pudo asistir a la filmación del nuevo largometraje de Scorsese, Shutter Island, y en consecuencia, tener un panorama de la manera de trabajar de un exponente de lujo de Hollywood. Además, periódicamente tiene sugerencias del realizador de Buenos muchachos para el desarrollo de su tercer largo, La tercera orilla. Pero hoy la noticia es otra: se estrena su opus dos, Una semana solos, en la cartelera porteña, película que le gustó mucho a su padrino cinematográfico, motivo por el cual aparece el texto “Martin Scorsese presenta...”, antes de los títulos iniciales.
La directora señala que Una semana solos surgió como “una suma de cosas. En el final de Ana y los otros hay un personaje interpretado por un chico que, si bien aparece poco, tiene bastante peso en la historia”. Murga quedó muy conforme con el trabajo realizado y, a partir de esa experiencia, siempre estuvo latente la idea de trabajar en otra película “desarrollando y profundizando más la infancia como tema y como eje central de una historia”. Otra de las situaciones que dieron nacimiento a Una semana solos fue que en 2004 “hubo notas en varios medios que empezaron a hablar de las primeras generaciones de chicos y de adolescentes que habían nacido y que atravesaron toda su infancia en este tipo de espacios. Y esos artículos me llevaron al libro de Maristella Svampa, Los que ganaron, donde analiza el fenómeno de los countries desde sus inicios hasta el 2001. Eso también me sirvió como una interesante aproximación sociológica al tema. Aunque yo tenía mis ideas, me sirvió mucho su mirada”, explica Murga. A partir de ese momento, comenzó a escribir el guión junto a Juan Villegas, “tomando el country como universo y como espacio coyuntural pero tratando de no perder de vista a los niños, en tanto niños, y no estigmatizarlos, no demonizarlos, porque también desde un inicio tenía claro que los chicos muchas veces son víctimas de las decisiones de otros”, agrega la realizadora.
–¿Qué preguntas se hizo sobre la vida de los chicos en los countries que sirvieron como disparadores para la trama?
–La pregunta central es cómo es vivir y crecer asumiendo que el mundo es ese espacio delimitado. De esa pregunta se desprenden un montón de subtemas que tienen ver con, por ejemplo, cuál es la comprensión del otro que se tiene viviendo en un lugar tan homogéneo, qué tipo de herramientas les estamos dando a los chicos al protegerlos, evitando que tengan un contacto con un mundo que es caótico, violento, pero es un mundo.
–¿Qué fue lo que más le sorprendió estudiando ese micromundo?
–Como no quería que sólo quedara la cuestión teórica, era también importante tener una mirada real sobre ese espacio, no quedarme sólo con mis ideas sino tener una devolución más concreta sobre cómo es realmente. Entonces, a partir de eso, hicimos mucho casting dentro de este tipo de barrios, un poco buscando a los chicos protagonistas, pero también me servía para tener un muestreo de esa edad en esos espacios. Lo que más me llamó la atención fue el exceso de homogeneidad. Esta es una tendencia que no se observa sólo en el country. Lo que pasa es que el country provoca una exacerbación de esos vicios sociales. Está todo como magnificado porque geográficamente tiene las paredes divisorias, el “afuera” y el “adentro”. Está bueno que este tema se trate porque socialmente se está tendiendo a esa separación de clases y para mí es un problema en sí. No hay forma de pensar en una sociedad mejor si no es a través del diálogo, de contemplar las diferencias y de trabajar con el otro. Puede sonar utópico pero una sociedad tiene que tender a eso. Y lo que sucede cada vez más y más es la separación, la exclusión. Si bien yo tomé el country como fenómeno y como espacio en el que están estos chicos y en el que se manejan estos temas, también está bueno que esto trascienda al universo del country. Tiene que ver con cómo se tejen hoy las redes sociales.
–¿Usted cree que la gente en los countries pierde el valor de la libertad? Al menos en la historia casi nadie intenta huir...
–Hay una edad (que es la que tienen los chicos) entre los siete y los catorce años, donde no hay una conciencia clara de lo que se está viviendo. De hecho, al hablar con muchos chicos de esa edad, ellos están contentos con esa vida. Es lógico: a los siete, ocho o diez años no estás pensando en la cuestión social o en si estás teniendo herramientas para desenvolverte en el mundo exterior. Hay una conciencia que tiene que ver con lo lúdico y, por ahí, en esa instancia eso está satisfecho. Sí me llamó la atención en chicos más grandes, de 17 o 18, que ya había una cosa de “me quiero ir de acá”. También tiene que ver con que a esa edad empezás a de-safiar a tus padres, querés romper barreras y límites. Hay un malestar que los chicos manifiestan en la película, obviamente en su accionar, pero no es un malestar consciente.
–Sin necesidad de que haya sido similar, ¿recordó su infancia haciendo esta película? ¿Le sirvió?
–Por supuesto. Yo asumo que esta obsesión con las sociedades cerradas también tiene que ver con Paraná, por su idiosincrasia. Soy consciente de esta recurrencia en abordar esta idea de las sociedades cerradas. De una u otra forma, Ana y los otros también hablaba de eso. Quizá no era el tema central de la película pero sí estaba contando un tipo de sociedad particular. Estoy hablando de algo que conozco. Por algo me fui también. Eso en lo macro. Después, en la cosa más concreta, hay muchas situaciones de juego, o situaciones entre personajes que tienen que ver con cosas que yo viví. La experiencia propia a la hora de crear es fundamental, aunque pueda estar hablando un personaje muy lejano a mí: siempre voy a intentar conectar con ese personaje humanamente. Y para conectarlo humanamente necesito pasarlo por mi vida.
–A pesar de que está protagonizada por niños, esta película reflexiona sobre el mundo adulto y es para adultos, ¿no?
–Sí, es una película para adultos, definitivamente. También hay un público adolescente que estamos tanteando. Algunos de ellos se han sentido identificados con las cosas que pasan y está bueno que lo vean porque, para mí, también es una forma de hacerlos reflexionar sobre esta cuestión. Pero sí, claramente es una película que habla más de los adultos que de los niños. Los niños son víctimas del contexto y de la situación en la que están y de las decisiones que han tomado los adultos por ellos. Para bien y para mal, sin hacer un juicio de valor. Por eso, la infancia y la adolescencia son épocas muy ricas para reflexionar indirectamente sobre una cuestión más general, sobre un comportamiento social.
–Una semana solos fue bien recibida en los festivales donde participó. ¿Pudo conocer si en el extranjero el fenómeno de los countries es similar a la Argentina? ¿Por dónde se identificó el público?
–En el Festival de Venecia, que fue el primero en el que estuvo la película, la gente quedó muy impactada: ellos no reconocían el country como espacio porque no existe en Italia ese tipo de urbanizaciones. Pero más allá de la cuestión específica del alambrado perimetral y la guardia, sí reconocían en el comportamiento de esos niños a una determinada clase social que ellos tienen ahí. Entonces, en este punto la película trasciende también lo específico: está hablando más de una clase, de una forma de ser criado y de ver el mundo, que no tiene que ver específicamente con los countries sino con algo que va más allá. Afuera la cuestión geográfica quedaba como anecdótica y se ponía más énfasis en el modo en que estos chicos se comportan entre sí, con los demás y con el mundo.
–¿Cómo fue el trabajo de selección de los protagonistas?
–Muy largo. Sabía que el guión requería un trabajo naturalista en las actuaciones. Entonces, el casting fue muy amplio y no estuvo orientado a niños que tuvieran alguna experiencia en actuación sino todo lo contrario: queríamos chicos que tuvieran elementos propios de los personajes y que pudieran aportarlo. Entonces, el trabajo de casting insumió seis meses. Después, hubo un período donde empezamos a armar grupos. Trabajamos mucho con la idea de crear estos vínculos y darles herramientas a los chicos para estar frente a la cámara, ya que la mayoría no tenía ninguna experiencia.
–¿Cómo se trabajó para lograr esa gran naturalidad con la que actúan los chicos?
–Nos juntábamos tres veces por semana entre dos y tres horas. Trabajé con María Laura Berch, que está especializada en castings y coaching de chicos. En esos encuentros leíamos todo el guión, lo charlábamos con ellos, hablábamos con cada uno en relación con el personaje, hablábamos también de los vínculos entre sí. Y también jugábamos, íbamos a tomar un helado... Se trataba de construir el vínculo entre ellos y también con nosotros porque la naturalidad que se ve en la película tiene que ver con una comodidad que ellos sentían en ese espacio y que los habilitaba a entregarse al personaje y a la película.
–¿Qué le dijo Martin Scorsese de la película?
–Se quedó impresionado con el trabajo con los chicos. Es gracioso porque le impresionaron cosas que, por ahí, son las que Scorsese debe ver como diferencias en relación con él. Apreció lo luminoso de la película. Y me dijo que le gustaba cómo yo trabajaba a los personajes en el espacio y cómo a través de esos personajes estaba hablando de ese ambiente, algo que a mí me interesa mucho: cómo una persona y su medio ambiente están íntimamente relacionados y se modifican y afectan uno al otro.
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