CINE › LA ESCUELA DE BERLíN: EL JOVEN CINE ALEMáN DEL NUEVO SIGLO
En la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín podrán verse desde hoy y hasta el miércoles 15 de julio quince largometrajes de los principales realizadores alemanes surgidos en la última década, que se destacan en los festivales internacionales.
En 1982, la muerte de Rainer Werner Fassbinder marcó el fin de aquello que hasta entonces se conocía como Nuevo Cine Alemán. Después de Kluge, Wenders y Herzog, se esperaba una generación de recambio pero los ’80 y buena parte de los ’90 resultaron un páramo. Esa renovación tardó casi tres lustros: llegó, por fin, con la llamada Escuela de Berlín, todo un abanico de nombres nuevos que comenzó a llamar la atención en el circuito de festivales internacionales (el Bafici no fue la excepción), muchas veces a partir de su lanzamiento en la Berlinale. Para dar cuenta de esa realidad, el Complejo Teatral de Buenos Aires, el Goethe Institut y la Fundación Cinemateca Argentina organizan un ciclo denominado La Escuela de Berlín: el Joven Cine Alemán del nuevo siglo, que se llevará a cabo desde hoy y hasta el miércoles 15 de julio, en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Avenida Corrientes 1530). El ciclo está integrado por quince largometrajes de los principales realizadores alemanes surgidos en la última década.
A diferencia de la generación de Oberhausen, la Escuela de Berlín –una denominación que sus mismos integrantes rechazan, en principio porque no todos provienen de la capital alemana ni de su escuela de cine, la Deutsche Film und Fernsehakademie Berlin (DFFB)– no tiene un manifiesto ni un programa en común. Un poco como sucedió con el Nuevo Cine Argentino, que es su contemporáneo, estos realizadores se reivindican en sus individualidades, lo cual no deja de ser un signo de los tiempos.
Hay diferencias muy evidentes entre el cine de Angela Schanelec, Christian Petzold o Thomas Arslan, por mencionar a los pioneros del grupo, pero los tres comparten la necesidad de trabajar sobre el mundo contemporáneo, sobre la realidad como materia viva y sobre personajes sin certezas, en situación de tránsito. Es un cine abierto, en el sentido más amplio de la palabra: un cine que no parte de ideas preconcebidas, sino que va expresando sus dudas y eventualmente encontrando sus certezas al mismo tiempo que sus personajes.
Por su parte, Christoph Hochhäusler, Henner Winkler, Ulrich Kohler, Valeska Grisebach y Maren Ade prefieren hacer films pequeños, callados, de bajo presupuesto, que no buscan imponerse al gran público –como la superproducción La caída, del productor Bernd Eichinger, la antítesis de este movimiento–, sino comunicarse con sus espectadores de a uno, hablarles de igual a igual. Contra la escenificación de la gran Historia, eligen narrar pequeñas historias que hablen de lo que sucede hoy en Alemania, de su paisaje actual, de su profundo malestar existencial.
Este ciclo, que a través de quince títulos cubre lo esencial de la Berliner Schule en un momento en el que ya comienzan a escucharse voces críticas sobre su futuro, reúne por primera vez en Buenos Aires aquellos films que se vieron en forma dispersa para confirmar por qué, en su conjunto, el joven cine alemán es el más consistente, orgánico y moderno que haya dado Europa en el nuevo siglo.
El ciclo se abre hoy con La seguridad interior (2000), de Christian Petzold, retrato de un matrimonio, en otros tiempos militantes de la escena terrorista, que vive clandestinamente desde hace años con su hija adolescente. Uno de los films esenciales en el despertar de la Berliner Schule. Mañana va Viaje de egresados (2002), ópera prima de Henner Winckler, cáustica visión sobre una excursión de estudiantes alemanes a Polonia. El viernes se verá Bungalow, de Ulrich Köhler: hay un inconformismo, un sentimiento de insatisfacción en el protagonista que no tiene, sin embargo, necesidad de expresarse de una manera intempestiva o iracunda. Por el contrario, se diría que la rebelión de Paul, un muchacho de veinte años, se manifiesta menos por lo que hace que por lo que no hace.
El sábado 4 está previsto un doble programa, dedicado al realizador Christian Petzold: primero se proyectará Yella (2007), que describe con los procedimientos de un film de terror las prácticas del capitalismo moderno, y luego va Jerichow (2008), una brillante relectura de El cartero llama dos veces para explorar los círculos viciosos y concéntricos de humillación y explotación. El domingo también hay programa doble: Anhelo (2006), de Valeska Grisebach, “una película madura, inteligente, un gran ejemplo de cómo el cine puede ser conmovedor, excitante e intelectualmente estimulante, todo ello al mismo tiempo” (según el crítico español Manuel Yáñez Murillo), y El bosque lácteo (2003), de Christoph Hochhäusler, una versión del célebre cuento de los hermanos Grimm Hansel y Gretel en clave contemporánea.
El lunes 6 el ciclo continúa con Espía durmiente (2005), de Benjamin Heisenberg; el martes 7 con Pingpong (2006), de Matthias Luthardt, y el miércoles 8 con Marsella (2004), de Angela Schanelec, que afirma: “Todas mis películas tratan la idea de que una gran parte de la vida es inexplicable”. El viernes 10 se proyecta el film más reciente de Schanelec, Atardecer (2007), inspirado libremente en La gaviota, de Chéjov; el sábado 11 repiten Anhelo y El bosque lácteo, y el domingo 12 se verán Fantasmas (2005), de Christian Petzold –“la película trata de la vida en una burbuja y del intento de entrar en contacto con aquello que llamamos realidad”, dice el director–, y Todos los demás (2009), de Maren Ade, flamante Oso de Plata, Gran Premio del Jurado en la Berlinale de febrero pasado. La muestra concluye el martes 14 con Lucy (2006), segundo largometraje de Henner Winkler y una suerte de continuación de su promisoria ópera prima Viaje de egresados, y el miércoles 15 con Vacaciones (2007), de Thomas Arslan.
* Horarios y más información en www.teatrosanmartin.com.ar/cine
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