CINE › ALBERTO SAVA Y GALEL MAIDANA HABLAN DE LA ASAMBLEA
El psicólogo social y el cineasta cuentan cómo se desarrolló el proyecto del documental que se estrena el 7 de agosto y que registra la cotidianidad del trabajo del Frente de Artistas del Borda, que asume una actitud contestataria ante la institución.
› Por Oscar Ranzani
Fundado en 1984 por el artista y psicólogo social Alberto Sava, el Frente de Artistas del Borda es un espacio donde pacientes internados y externos pueden participar en talleres de diversas disciplinas artísticas. Pero el sentido del FAB no termina en esto, sino que su posición con respecto a los hospitales psiquiátricos es crítica y promueve la “desmanicomialización” mediante una atención que garantice la inclusión social y que, a su vez, colabore en el combate contra la estigmatización de la locura. Es a través del arte como motor para la transformación individual y social que entiende el FAB que se pueden lograr estos objetivos. El cineasta Galel Maidana no conocía la existencia del FAB hasta que una amiga suya que es asistente terapéutica le propuso recorrer el Borda, el Moyano y el Tobar García. Entonces, conoció el FAB y decidió investigar los vínculos con el arte que allí podían encontrarse. Convencido de que lo que en este ámbito sucede podía reflejarse en una película, Maidana elaboró su ópera prima, La asamblea, que se estrena el viernes 7 de agosto en el Malba.
Sin recurrir a entrevistas ni a una voz en off que explique lo que se está viendo, La asamblea muestra la cotidianidad de lo que ocurre puertas adentro del Frente de Artistas del Borda. Filmado en blanco y negro, el documental no requiere la opinión de especialistas ni se convierte en una denuncia explícita contra las autoridades sanitarias, sino que Maidana se abocó a un trabajo observacional. Aunque no por ello el espectador dejará de percibir cuestionamientos a las instituciones conservadoras y verticalistas por naturaleza que van contra la corriente de lo que propone el FAB desde sus talleres y su asamblea: un espacio donde los pacientes y los coordinadores plantean distintos temas que van surgiendo y que se termina convirtiendo en una democracia participativa dentro de ese micromundo. “En muchos casos, y sobre todo en lo que tiene que ver con el arte, si uno tiene la necesidad de denunciar un hecho concreto, a veces, puede funcionar de la manera contraria. En todo caso, creo en el arte como un modo de resistencia más silenciosa, no haciendo uso de denuncias explícitas, sino mostrando otros elementos que a uno como espectador, como observador, lo hagan pensar y profundizar en determinados temas, de manera que después pueda provocar un cambio”, explica Maidana en la entrevista con Página/12, en la cual también participa Alberto Sava.
La asamblea permite ver el interior del Frente de Artistas y cómo interactúan pacientes y coordinadores en los ensayos de canto, teatro, marionetas, lectura de poesías, coro y periodismo, entre otros. La cámara registra situaciones como los movimientos de relajación cuando un coordinador propone a sus alumnos: “Dejamos todo en el piso, que caiga”, y comienzan a saltar. También pueden observarse desde movimientos corporales en el ensayo de una obra de teatro, hasta un dibujante que le explica su obra a una coordinadora.
El documental, a su vez, contiene tramos de una asamblea, donde uno de los participantes plantea que las relaciones afectivas en el hospital “son meramente profesionales”. “El afecto lo tenemos que buscar afuera”, agrega. El tema se somete a discusión y Sava afirma allí que “en cualquier lugar podés tener un amigo”. La discusión es importante si se tiene en cuenta el grado de vulnerabilidad de los pacientes quienes, además de sus afecciones mentales, muchas veces deben soportar la indiferencia o el abandono familiar. Ni qué hablar del rechazo de la sociedad. Pero en otro tramo, cuando comienza a hablarse de cómo vivirían el cambio hacia la “desmanicomialización, Sava les pregunta cuáles serían los miedos. Uno de los pacientes responde, en medio de tanto encierro: “El miedo a la libertad”.
–¿Qué significa el Borda para el director del Frente de Artistas?
Alberto Sava: –Para el Frente de Artistas del Borda, el manicomio, el hospital psiquiátrico es un lugar de concentración de personas y de violación de los derechos humanos en algunos aspectos. En general, los manicomios tienden a segregar a las personas con sufrimiento mental, donde tienen una mala calidad de vida desde la comida y la ropa a un exceso de medicación. Más que una medicación en función de una rehabilitación está en función de un tranquilizante, de apaciguar las voluntades, los deseos, las pasiones. Es un lugar en donde en muchos casos hay maltrato físico y psíquico, falta de libertad. Es un lugar por el cual el Frente de Artistas existe como una actitud contestataria a esa institución. No sólo le cabe al Borda sino a la mayoría de las instituciones manicomiales. Es un lugar de encierro, de privación de libertades, es un lugar que hace a la indignidad de las personas. Y desde el arte consideramos que es un elemento que puede ayudar o coayudar a transformar esa realidad para crear otro tipo de realidades. Nosotros pensamos que el manicomio no debe existir. Hay experiencias del mundo, incluso acá en Argentina, donde el sufrimiento mental se atiende en los hospitales generales con internaciones muy cortas, con tratamientos ambulatorios, y donde hay una mirada comunitaria y más social: se contemplan el hábitat, el trabajo, la educación, la familia y el entorno social también. Desde el arte apuntamos a eso.
–¿Qué sintió Galel cuando saltó por primera vez el muro que, además, de un adentro y de un afuera, divide muchas cosas más?
Galel Maidana: –Lamentablemente, la sensación que tuve cuando entré fue bastante parecida a lo que me imaginaba. En general, este tipo de lugares –así como en otra época se podía llegar a entender el leprosario–, habla de una contención pero no inclusiva, sino una contención para afuera, exclusiva, segregativa. Son como lugares malditos para la sociedad: desde mi punto de vista, no surge solamente de hechos concretos políticos o de decisiones de tal o cual gobernante. El Borda ha pasado gobiernos, ideologías, discursos de todo tipo. Sin embargo, sigue existiendo. ¿Y eso con qué tiene que ver? Con una necesidad (en el sentido peyorativo) de una sociedad de poder establecer determinados lugares de significación. Eso es tan peligroso como el lugar concreto en el cual se produce este hacinamiento de personas y de abandono. Hablando de la sensación, se cumplió todo eso. Cuando entré me di cuenta de que es un lugar, sobre todo, de abandono, de despojo.
–¿Cómo es el funcionamiento de la asamblea del FAB?
A. S.: –En su conjunto el FAB es como una gran asamblea porque la construcción del FAB como proyecto está pensado, debatido, discutido y elegido entre todos: los que viven adentro y los que vivimos afuera. Es decir, los talleristas, pacientes, usuarios o como se les quiera llamar, y nosotros, los coordinadores artístico-psicológicos. Entre todos, construimos el FAB. Si bien hay un espacio específico que se llama “la asamblea”, que se realiza los viernes y que es un colectivo donde nos juntamos todos, en general, todo el proyecto es una gran asamblea de permanente debate y discusión.
–Sin verticalidad...
A. S.: –La idea es ésa, que tenga una estructura horizontal, a contrapelo de lo que es la organización institucional. El manicomio es una estructura vertical donde está el director; después, los distintos sectores de la institución, y el paciente abajo, que está a expensas de esa estructura. Desde el FAB intentamos en esa estructura horizontal que todos tengamos los aportes y la construcción de ese proyecto. Todo el Frente es una gran asamblea.
G. M.: –Mi primera entrada al FAB fue la asistencia a una asamblea en la cual se aprobaba o no que yo pudiese entrar a filmar. Y lo primero que me sorprendió (y que fue casi un motivo para seguir con el proyecto) fue una institución que les niega a las personas el derecho a la razón, desde un punto de vista simbólico, pero que se traslada en algo concreto y de una manera muy tremenda. Como si algún ser humano podría definir de un modo preciso y exacto de qué hablamos cuando estamos hablando de razón. La negación del derecho a la razón para un ser humano es prácticamente para la sociedad convertirlo en un objeto o en un animal. Entonces, que se cree una asamblea adentro de esa misma institución en donde se les restituye el derecho a poder opinar y votar me parece el hecho más significativo para restituirles un primer atisbo de dignidad como seres humanos.
–¿Hubo un trabajo especial con los integrantes de los talleres para que se acostumbraran a la cámara?
G. M.: –No. Cada vez que me involucro con algún grupo humano de algún tipo, en realidad, yo estoy trabajando con ellos y ellos conmigo. O sea, no propongo ningún tipo de método que tenga que ver con los métodos naturales de las personas que estoy filmando. No me gusta interrumpir. Obviamente, en cualquier relación humana uno interrumpe en la vida del otro y el otro también interrumpe en la vida de uno, y se mezclan las maneras de ser. Pero, justamente, dentro de una institución en la que todo el tiempo se violentan las formas de la otra persona, lo último que me interesaba era violentar esa forma de trabajo, ni siquiera con una entrevista haciendo preguntas. Creo que casi no hablé con nadie en los tres meses en los que estuve. Y era también porque tenía mucho para aprender, para ver. No podía hablar de algo que no conocía.
–Había un escritor que decía que la diferencia entre el artista y el loco es que el primero puede transitar por los caminos de la locura, pero puede volver. ¿Cómo lo conciben ustedes? ¿Qué relaciones pueden trazarse entre arte y locura?
A. S.: –Hay como una imaginario colectivo de que el loco y el artista se parecen. Yo creo que hay un momento en que se parecen. En todo proceso creador, el artista llega a un punto, una zona gris de mucha confusión que produce cierta onda de “locura”: no sabe qué hacer. Un director de teatro o un escritor no avanza en su obra; el director no sabe cómo manejar a los actores o los actores no saben conseguir su personaje. O sea, hay un momento de mucha confusión, pero el artista tiene en su momento una posibilidad, una cantidad de elementos teóricos, conceptuales y prácticos que le permiten ir avanzando y salir de esa confusión, de ese momento de “locura”. Con respecto al tema de la crisis psiquiátrica o psicótica, el momento en el cual se produce esa gran crisis, el gran brote, la gran confusión, la persona no puede salir por sí sola sino que requiere del acompañamiento de alguien o de algunos más que puede/n ser un psicólogo, un psiquiatra, un asistente, un amigo, la familia. Requiere la participación de otro que tenga herramientas que le permitan ayudar a salir de esa situación. Con respecto a la persona que está internada en un manicomio o que está supuestamente loca, yo creo que tiene el mismo problema en el proceso creador. No porque esté loco habrá superado esa instancia de confusión o ese momento de crisis que produce el proceso creador. Lo que quizás tenga la persona con sufrimiento mental es una cantidad de elementos que ella ha vivido y, entonces, capaz tenga otros datos, otras ideas, otros aportes en cuanto a poder procesar ese proyecto creativo que tiene. Quizás el hecho de que un artista por el hecho de no haber pasado por la locura tenga menos elementos que la persona con sufrimiento mental. Pero una persona con sufrimiento mental no hace que sea más o menos creadora que el otro artista. Son personas con distintas experiencias de vida y que, de acuerdo con su parecer y saber a ese proceso creador, le puede dar una línea distinta. Pero no quiere decir que sea mejor o peor.
–Además de transformador para la persona que lo practica, ¿consideran el arte como una herramienta de inclusión social?
G. M.: –Todo lo que trata de romper un molde establecido tiene que ver con una voluntad de poder, siempre pensando en las sociedades y las relaciones entre los seres humanos. Si de alguna manera, el arte tiende a romper esas estructuras, a pensar y ver las cosas de manera distinta, obviamente está pregonando la diversidad. Yo creo que es el elemento más importante. Y el entendimiento de que existe un mundo diverso y que existen puntos de vista diversos, eso puede entenderse como de inclusión. No en el sentido directo, político, pero sí en un sentido más esencial.
A. S.: –A su pregunta, en función de la experiencia del FAB, yo diría contundentemente que sí, porque, en general, las instituciones manicomiales lo que hacen es dinamitar las capacidades que tiene cualquier ser humano de pensar, sentir y hacer cosas. Pichon Rivière decía que uno es una persona en la medida en que tiene esas capacidades. El manicomio, día a día, te va obturando, dinamitando, cercenando la voluntad, el deseo, la pasión, la capacidad de hacer cosas, de crear, los vínculos. Entonces, en ese caso, el arte lo que hace es restiturir todo eso, recomponer esas capacidades de pensar, sentir y hacer. Y eso posibilita producir un cambio para sí y para los demás, porque esa arte cuando sale del manicomio, sale hacia la sociedad con una posición política, ideológica, de poder transformar ese imaginario social que hay dentro y fuera del hospital con respecto a la locura. Entonces, por lo menos en el campo manicomial, el arte cumple su objetivo de inclusión social contundentemente.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux