CINE › EL DIRECTOR MICHAEL MANN HABLA DE ENEMIGOS PUBLICOS
El realizador de El informante y Miami Vice asume el retrato no sólo de John Dillinger, apodado el “Enemigo Público Nº 1”, sino también de toda una época dominada por gangsters célebres, quizá menos peligrosos que su perseguidor, J. Edgar Hoover, fundador del FBI.
› Por Gilbert Adams
“No es lo mismo”, dice Michael Mann cuando se compara su nueva película, Enemigos públicos, con Heat, la otra cara de la ley. “Heat trabajaba las simetrías entre el policía y el ladrón, mientras que en Enemigos públicos lo que me interesa es desentrañar qué pasaba en la cabeza del ladrón.” No se trata de cualquier ladrón, por cierto. El protagonista de Enemigos públicos es John Dillinger, el mismísimo “Public Enemy Nº 1” de los años ’30, a quien interpreta un Johnny Depp de mechones ligeramente arltianos. Frente a él, Christian Bale, en el papel de Melvin Purvis, agente del FBI y némesis de Dillinger. “Una grave y bella obra de arte”, dijo The New York Times sobre Enemigos públicos, que se estrenará en la Argentina el jueves próximo.
Tal vez la mayor curiosidad resida en que en Enemigos públicos, el realizador de El informante y Miami Vice (nacido en Chicago, centro neurálgico del gangsterismo histórico) se basa, por primera vez, en personajes reales. No sólo Dillinger y Purvis, sino el célebre director del FBI, J. Edgar Hoover, encarnado por Billy Crudup. Además de otros pistoleros legendarios, como Pretty Boy Floyd y Baby Face Nelson. Dejando de lado cuestiones vinculadas con la producción, el casting o el rodaje, la entrevista que sigue se centra exclusivamente en la fascinante historia real que dio origen a la ficción. Historia que el cine estadounidense vampirizó en abundancia, desde el blanco y negro de la primera Dillinger (1945) hasta clásicos de los ’60 y ’70, como Bonnie and Clyde, Butch Cassidy o La pandilla Grissom.
–¿Qué lo llevó a filmar una película sobre John Dillinger?
–Era un tipo brillante. Un grande en lo suyo, nos merezca eso la opinión que nos merezca. Se lo considera uno de los grandes ladrones de bancos en la historia de Estados Unidos, por el grado de elaboración, de sofisticación incluso, de sus operativos. El y sus compinches planeaban cada asalto con una asombrosa precisión, hasta en los mínimos detalles. Usaban técnicas militares, que un tal Herbert K. Lam le transmitió a uno de los miembros de la banda, Walter Dietrich. Dietrich es el que en la película muere en la secuencia introductoria. Para Dillinger era poco menos que un maestro.
–¿Lam estuvo en el ejército?
–Sí, en el ejército prusiano. Después volvió al país e integró distintas bandas, incluida la de Butch y Sundance. El tipo convirtió las bandas de ladrones en pequeñas unidades militares. Investigaba, diseñaba tácticas, tenía escondites donde cargaba nafta, otros que funcionaban como hospitales... Está todo contado en el libro de Bryan Burrough en el que se basa la película, que también se llama Public Enemies.
–¿La carrera criminal de Dillinger fue brevísima, no?
–Duró trece meses. Dillinger salió de prisión, con libertad bajo fianza, en mayo de 1933, y cayó en julio del año siguiente. En esos trece meses fue como si hubiera vivido cuatro o cinco vidas en una. Venía de pasar casi diez años en la cárcel.
–¿Por qué lo condenaron?
–Robó un almacén con un amigo. Ciento veinte dólares. Dillinger tenía veintipico y decidió robar porque no encontraba trabajo. Los atraparon al día siguiente. El amigo se declaró inocente y lo dejaron libre. A Dillinger, el padre lo convenció de declararse culpable, y le dieron de diez a veinte años. Una barbaridad, algo totalmente desproporcionado, en relación con el delito que cometieron. Más tarde el padre se arrepintió del consejo e intentó que le acortaran la pena, pero no lo logró. Cuando lo llevaban a la cárcel, Dillinger logró escapar, pero lo atraparon. Finalmente le dieron la libertad condicional, después de cumplir ocho años.
–¿Qué pasó en la cárcel?
–Se volvió criminal. En cuanto entró declaró: “Cuando salga de acá voy a ser el hijo de puta más hijo de puta que jamás hayan visto”. El tipo estaba amargado por la desproporción de la condena, y en la prisión estatal de Indiana se hizo amigo de criminales experimentados, que no sólo le enseñaron el oficio, sino que además planearon, junto a él, crímenes que después cometerían al salir. Para él, la cárcel funcionó como una escuela de posgrado.
–¿Y al salir, qué pasó?
–Intentó recuperar el tiempo perdido, a toda velocidad. Puro presente, ningún sentido de futuro. Un robo detrás de otro, un crimen detrás de otro. Es curioso, porque el tipo planeaba cada asalto minuciosamente, pero era incapaz de planear qué iba a hacer a la semana siguiente. En este sentido, la banda de Dillinger funcionaba de manera muy distinta de otras, que tenían una meta mucho más precisa. Butch Cassidy y el Sundance Kid, por ejemplo, lo que querían era hacer un cuarto de millón de dólares, irse a Bolivia, desaparecer un tiempo y después volver. Estos no, no tenían ninguna meta a mediano o largo plazo. Era vivir el día a día, de la manera más intensa que se pudiera.
–“Quiero todo, ya mismo”, le dice a su novia, cuando la conoce.
–Exacto.
–O sea que lo que narra la película tiene lugar en poco más de un año...
–Sí, parece que fueran varios años narrados con muchas elipsis, pero es un tiempo reducísimo, en el que la banda de Dillinger cometió docenas de asaltos a bancos, escapó varias veces de prisión, asaltó comisarías para hacerse de armas y municiones...
–¿Y al mismo tiempo operaban las otras bandas famosas de la época?
–¡Todas las bandas de la época operaron en esos mismos trece o catorce meses! Bonnie and Clyde, Pretty Boy Floyd, Machine Gun Kelly, Alvin Karpis, Ma Baker, Baby Face Nelson... ¡Todos!
–La Gran Depresión debe haber ayudado a semejante eclosión, ¿no?
–Seguro. No había muchas opciones...
–En algunos casos esos criminales llegaron a cruzarse, como muestra la película.
–Sí. Al comienzo se ve la muerte de Pretty Boy Floyd, a manos del agente del FBI Melvin Purvis, que será también quien termina dando caza a Dillinger. Más tarde, Alvin Karpis le hace contacto con Baby Face Nelson, un tipo totalmente sacado, con el que Dillinger acepta participar de un operativo conjunto, cuando está entre la espada y la pared. Y resultará desastroso.
–Purvis también era todo un personaje, ¿no?
–Purvis era descendiente de los primeros colonos de Estados Unidos, los puritanos que venían de las zonas más ricas de Inglaterra y que se establecieron en las tierras más fértiles, los actuales estados de Virginia y Carolina del Norte. Purvis se comportaba, de hecho, como un puritano: obedecía ciertos códigos caballerescos, sumamente estrictos en términos de lealtad y de ética.
–Pero cuando las papas queman deja los códigos de lado.
–Claro, pero eso tiene que ver con lo que el director del FBI, J. Edgar Hoover, le hace hacer: forzar la búsqueda de información con torturas, dejar de lado todo miramiento...
–A propósito de eso, cuando Hoover declara “la guerra al crimen”, pidiendo mano dura e incitando a torturar a los prisioneros, es inevitable asociarlo con la “guerra al terror” de la administración Bush.
–Hoover tenía, sobre todo, un alto sentido mediático. El tipo inventó la figura de “Enemigo Público Nº 1”, que le aplicó a Dillinger. Era un gran slogan para generar titulares.
–Hoover se proponía usar a los medios como arma, pero los medios eligieron como héroes a los gangsters.
–Estuve haciendo un trabajo de investigación sobre diarios de la época, y es sorprendente cómo todos los días los grandes titulares se los llevaban las distintas bandas. Usted abre los diarios y lee: “¡Sensacional robo en Greencastle, Indiana!”, “¡Mueren dos en asalto a un banco en Ohio!”, “¡Dillinger escapa de prisión!”, “¡En un enfrentamiento caen dos criminales!” En determinado momento, Dillinger llegó a ser el tipo más popular de toda la nación, detrás del presidente Roosevelt. Las razones son muy sencillas: eran los tiempos de la Gran Depresión, Dillinger y su banda robaban bancos y los bancos eran los que desde hacía cuatro años venían jodiéndole la vida a la gente. Por otra parte, ¿qué podía pensar la gente de las autoridades que intentaban atraparlos, si eran las mismas que no podían sacar al país de la miseria? No podían hacer nada bien, y tampoco podían atrapar a Dillinger.
–Y los diarios glamorizaban a Dillinger.
–Seguramente percibían que era un personaje popular, y se montaban sobre esa popularidad. Hubo una famosa entrevista que se publicó en el Daily News, en la que el periodista destacaba su amabilidad, su carisma, lo bien que hablaba. Lo contrario al estereotipo del criminal. Al fin y al cabo, no hay que olvidarse de que Dillinger era un tipo de clase media, que cursó la escuela primaria y abandonó en la secundaria. Por otra parte, era muy hábil en su trato con la gente, así que se entiende que haya deslumbrado al periodista aquél.
–A la larga, el combate contra el “Enemigo Público Nº 1” terminó beneficiando al FBI.
–Sin dudas. En esa época, el FBI competía con el Departamento del Tesoro para ver cuál de los dos organismos lograba tener a su cargo una fuerza policial de alcance nacional. El FBI ni siquiera se llamaba FBI, sino Bureau de Identificación. Cuando Hoover asumió la dirección era una agencia de tres por cuatro, mientras que el Departamento del Tesoro venía con el aval de ser los que atraparon a Capone. Encima, en 1932, cuando Roosevelt asumió la presidencia de la nación, el fiscal general que nombró no lo podía ni ver a Hoover, por lo cual todo el mundo pensaba que era su fin. Pero ese tipo murió, el que lo sucedió lo miraba con más simpatía y ahí fue que apareció Dillinger. Podría decirse que el FBI, tal como lo conocemos, nace gracias a él.
–¿Antes de abordar Enemigos públicos usted no estaba desarrollando otro proyecto, que transcurría en el mismo período?
–Sí, un policial con Leonardo DiCaprio, que todavía tenemos ganas de hacer. El guión es buenísimo. Lo escribió John Logan, el mismo de Gladiador, El aviador y Sweeney Todd. Es un film noir, con un detective privado que trabaja para el director de un gran estudio de cine. Está basado en personajes reales, aparecen Louis B. Mayer, Harry Cohn, verdaderos jefes de estudio y transcurre en plena “edad de oro” de Hollywood. El tema es que en este momento no tengo ganas de abordar una película que transcurre justo en la misma época que la que acabo de filmar. Pero para más adelante no lo descarto.
Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades.
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