CINE › ENEMIGOS PúBLICOS, DIRIGIDA POR MICHAEL MANN
El director de El último de los mohicanos retrata aquí al hombre que entre mayo de 1933 y julio de 1934 asoló el Medio Oeste de los Estados Unidos. La película describe con eficacia y puntillosidad la batalla entre Dillinger y el flamante FBI.
› Por Horacio Bernades
Por razones de concentración dramática, a la hora de llevar al cine el voluminoso libro de Bryan Burrough Public Enemies: America’s Greatest Crime Wave and the Birth of the FBI, 1933-34, Michael Mann dejó afuera las historias de otros grandes ladrones de bancos de los años 30, desde Butch Cassidy & The Sundance Kid hasta Bonnie y Clyde, pasando por Ma Baker, Pretty Boy Floyd, Machine Gun Kelly y Baby Face Nelson. Centró Enemigos públicos en la figura de John Dillinger y reservó apenas un par de breves, tanáticas apariciones a Floyd y Nelson. Como las Dillinger previas (1945 y 1973), la nueva película del realizador de El último de los mohicanos, Fuego contra fuego y El informante no es una biografía del “Enemigo Público Nº 1”, sino que se concentra en el breve período en el que este hijo de un almacenero de Indiana parecería haberse vuelto incandescente. Poco más de un año, en el que Dillinger disparó todos sus cartuchos a velocidad de metralleta antes de apagarse para siempre, a la salida de un cine de Chicago.
Tras purgar casi diez años de prisión por un robo de tres por cuatro, en lo que va de mayo de 1933 a julio de 1934 Dillinger asoló el Oeste Medio de los Estados Unidos, robó bancos y comisarías, tomó rehenes, se enfrentó con la policía y el FBI. Pero, como quien preserva la fuente de su popularidad, se cuidó muy bien de no asesinar jamás a un particular. La escena inicial de Enemigos públicos muestra el arrojo y capacidad organizativa de Dillinger (Johnny Depp) y su banda, que fugan de una prisión estatal en masa y a tiro limpio. En la secuencia siguiente asoma, con paciencia y precisión de cazador, el hombre que será el Némesis de todos ellos, el agente federal Melvin Purvis (Cristian Bale). Buscando publicidad para sí mismo y el bureau que dirige, J. Edgar Hoover, amo y señor del FBI (Billy Crudup), no tarda en designar a Purvis, con bombos y platillos, al frente de una división especial, encargada de llevar el caso Dillinger.
En la entrevista publicada el domingo pasado por Página/12, Mann niega haberse apoyado sobre una simetría clásica de los policiales, que confronta (o une) un lado y otro de la Ley. Pero ese juego de espejos salta a la vista, en la presentación misma de la película. La banda de Dillinger y lo que podría llamarse el “Purvis Gang” se comportan con una misma e implacable eficacia profesional. Eficacia muy manniana, que no se diferencia demasiado de las que exhibían el investigador de Cazador de hombres, los poliladron de Fuego contra fuego o el gélido asesino de Colateral. Filmada, como todas las últimas del realizador, en digital de alta definición, se diría que, más que en el texto, Enemigos públicos acierta en el contexto. El meticuloso guión puntualiza la interna entre el FBI y el Departamento del Tesoro y el ascenso de Hoover, cuya “guerra contra el crimen” y los métodos de tortura impuestos para ganarla llevan a una inevitable comparación con la “guerra al terror” de Bush, Abu Ghraib y Guantánamo incluidas.
Con parecida puntillosidad Enemigos públicos describe la batalla mediática entre Hoover y Dillinger y la elevación del outlaw a la categoría de ídolo popular, apuntando al paso las tensas relaciones entre ladrones “desencuadrados” y crimen organizado (en la figura de Frank Nitti), así como la oposición entre profesionales “serios”, como Dillinger, y “monos con navaja”, al estilo de Baby Face Nelson. Lo que la película no logra es lo que Mann dice haberse propuesto. Perjudicada tal vez por una extensión de casi dos horas y media, Enemigos públicos no parece transcurrir contra reloj, sino en medio de la atemporalidad. En lugar de intensidad al rojo y ganas de tenerlo todo ya, parece concebida y realizada con la misma clase de fría aplicación que caracteriza a los héroes de Mann. A diferencia de la versión John Milius de los ’70, por ejemplo, donde el bank robber aparecía convertido en fuerza primal.
Es curioso que uno de los aprioris de Mann haya sido, tal como el propio realizador y coguionista asegura, “meterse en el cerebro de Dillinger”. El cineasta de Colateral y Alí tiende, sobre todo en sus últimas películas, a observar a sus personajes no como tales, sino como figuras en un paisaje, trazos tenues en una tela abstracta. Tela que pinta haciendo gala de estilo: primerísimos planos recortados sobre inmensidades vacías, contrastes lumínicos, montaje fluido, un aire general de refinamiento que en algunas ocasiones, como en ésta, tal vez sea inadecuado. Tanto en Miami Vice como aquí, el estilo no es el hombre. O al estilo le falta el hombre, más precisamente: el espectador sale de Enemigos públicos sabiendo poco y nada sobre Dillinger, Purvis, Hoover o cualquier otro. Ni qué hablar de Billie Frechette, la chica de ascendencia india y francesa a la que interpreta Marion Cotillard, ganadora del Oscar por su sobreinterpretación de Piaf en La vie en rose, tan decorativa aquí como Gong Li en Miami Vice.
6-ENEMIGOS PUBLICOS
(Public Enemies, EE.UU., 2009)
Dirección: Michael Mann.
Guión: M. Mann, Ronan Bennett y Ann Biderman, sobre libro de Bryan Burrough.
Fotografía: Dante Spinotti.
Intérpretes: Johnny Depp, Cristian Bale, Marion Cotillard, Billy Crudup, Stephen Dorff, Giovanni Ribisi, Lili Taylor y David Wenham.
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