CINE › DIEGO SABANéS Y MENTIRAS PIADOSAS, ADAPTACIóN DE UN CUENTO DE JULIO CORTáZAR
Al llevar a la pantalla La salud de los enfermos, el director prefirió evitar solemnidades y traslaciones literales. “Uno tiene que tomar de otros autores los elementos que reconoce como propios y abrir el juego. Obviamente, sin traicionar”, dice.
› Por Oscar Ranzani
El joven cineasta Diego Sabanés eligió adaptar una versión libre del cuento “La salud de los enfermos”, de Julio Cortázar, para darse a conocer al universo cinematográfico argentino con su ópera prima Mentiras piadosas, que se estrena mañana. Sabanés estudió guión y dirección en la Universidad de Buenos Aires y se reconoce como un lector del autor de Rayuela, pero no un especialista en su obra. Y confiesa que cuando arrancó con el proyecto, hace diez años, “tal vez no le di a Cortázar la magnitud sagrada que tenía para otros lectores más fanáticos”, según señala a Página/12. “Simplemente me interesó siempre su literatura, esta especie de fricción que hay entre dos mundos que conviven; es decir, un plano cotidiano de la realidad que siempre se ve amenazado por otro plano un poco más enrarecido, que está acechando ahí en las sombras. Hay dos mundos que colisionan en un punto, o bien permeables, se filtran de uno a otro”, agrega el cineasta.
Esta conjunción de dos mundos puede apreciarse en Mentiras piadosas: Pablo (Walter Quiroz) decide irse a vivir a París con la ilusión de un futuro mejor como músico. A medida que pasan los días y ante la falta de noticias de Pablo, su madre (Marilú Marini) comienza a preocuparse y vive los días con notoria incertidumbre. Como su estado de salud es delicado, los hermanos de Pablo, Jorge (Claudio Tolcachir) y Nora (Paula Ransenberg) urden un plan: comienzan a escribir cartas ficticias de Pablo para crear una especie de realidad paralela en la mente de su madre para que se tranquilice. El asunto cobra mayor dimensión porque, a medida que pasa el tiempo, cada vez es más numerosa la cantidad de personajes involucrados en esta confusión entre realidad y ficción. Sabanés plantea “la construcción de un simulacro”.
–¿Por qué la obra de Cortázar, con la excepción de Manuel Antín, no fue lo suficientemente abordada por el cine argentino?
–Yo creo que hay bastantes películas, pero quizá tomaron su lado más serio y no tanto el sentido del humor que, para mí, es uno de los aspectos más atractivos de la obra de Cortázar. Siempre parece que lo solemne tiene más prestigio que lo cómico, y ese humor costumbrista tan irónico que tiene Cortázar sobre la clase media argentina y sus manías que está en Historias de cronopios y de famas era algo que me parecía interesante para llevarlo a la pantalla. Es un tipo de humor muy de época y me resultaba atractivo tratar de explotarlo. Con la película intenté hacer una transposición, más allá de lo estrictamente argumental, porque me tomé muchas libertades respecto del argumento del cuento. Sí me interesaba tratar de hacer esa especie de transformación, ya que la película empieza teniendo un tono costumbrista y amable que se va enrareciendo y termina en otro lado.
–¿Por qué decidió trabajar con una versión libre de “La salud...” y no ajustarse al cuento?
–Porque no creo mucho en ese principio de fidelidad. Creo que uno tiene que tomar del material de otros autores los elementos que reconoce como propios y abrir el juego. Obviamente, sin traicionar unos mínimos principios éticos que tiene el autor; es decir, no expresar lo opuesto a lo que está diciendo el autor en términos ideológicos. Pero sobre todo con un autor tan dado al juego como Cortázar casi me parecería irrespetuoso mantenerme demasiado fiel a su letra.
–La historia plantea un debate: si se le dice la verdad a la madre de Pablo, se podría agudizar su delicado estado de salud. Pero al mentirle colaboran en mejorar su estado anímico en base a un engaño que cada vez es más grande. Es como una bola de nieve.
–Sí, ése es el mecanismo que se pone en marcha para dar arranque a la película, pero yo creo que el film termina siendo sobre otra cosa. Durante el rodaje me cuidaba bastante de no usar la palabra “mentira” cuando se hablaba de lo que la familia inventa. Creo que tiene que ver más con una especie de ficción compartida, que era el concepto que más me interesaba trabajar. Hay ficciones que uno construye porque las necesita para vivir. En Mentiras piadosas, en un momento se dice: “No se puede vivir sin ilusiones y de ilusiones también se vive”. Es cierto pero, a veces, de ilusiones también se muere. Lo que me interesaba explotar era esa especie de borde resbaladizo en donde, por un lado, una ilusión te mantiene en movimiento y te sostiene frente a determinada adversidad para seguir creyendo en algo. Y a veces, uno se encierra mucho en esa idea y pierde el contacto con la realidad. ¿Cuál es ese borde? ¿Cuál es ese límite? Dependerá de cada caso. En particular, me parece que, a veces, todos tendemos a creernos o a inventarnos mundos que nos justifican, nos avalan o nos sostienen; ya sea en una relación de pareja, en un trabajo, o incluso en un movimiento político.
–¿La negación de la realidad en una familia pretende ser una metáfora a escalas mayores de una sociedad o de un país?
–Sin duda. Para mí, al menos. Pero uno tiene que cuidarse de no bajar demasiada línea en estas cosas. Yo cuento un cuento: la película es como una fábula, no es realista. Traté de jugar con determinados elementos, contar un cuento, y entre líneas deslizar algunas cosas que yo pienso. El que las quiere leer y compartir, bien; el que quiera entender otra cosa, también. Por eso, el final habilita diferentes miradas sobre lo que pasa.
–¿Cómo trabajó con los actores el tema de la ausencia?
–El trabajo con los actores fue de lo más interesante y atractivo, y lo que más disfruté. Tuve la suerte de contar con un montón de actores con muy buena formación, quienes viniendo de entrenamientos muy distintos aceptaron sumarse al proyecto. Y se dio una energía muy fuerte. Trabajamos mucho los vínculos, no tanto ensayando las escenas sino con improvisaciones con respecto a cómo era la vida cotidiana de la familia antes de que Pablo se fuera. Empezamos a poner eso en los cuerpos y en las situaciones y ver qué pasa frente a esa especie de incertidumbre y cómo uno inventa en ausencia a ese personaje que no está, cómo lo carga de las cuestiones que uno necesita.
–Algo que tendrá que desentrañar cada espectador es si por momentos la mamá es o no consciente de la trama que se teje a su alrededor. ¿La idea es poner a prueba esta duda, casi como si fuera un juego?
–Ese sí es uno de los elementos que ya están en el cuento de Cortázar, si bien yo jugué con muchas otras incertidumbres y cosas que no están planteadas por el autor. Pero creo que cada espectador verá hasta dónde la madre sabe o no sabe, se deja engañar o participa del riesgo de lo que se está viviendo alrededor. Y eso también tiene que ver con la figura de Pablo.
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