CINE › EDUCANDO A VICTOR VARGAS, DIRIGIDA POR PETER SOLLETT
El retraso con que llega a la cartelera porteña no anula sus encantos: en su ópera prima, Sollett retrata con gracia una galería de personajes que vive en un barrio latino de Nueva York, que van de jóvenes en flor a una abuela ultrapuritana.
› Por Horacio Bernades
EDUCANDO A VICTOR VARGAS.
Raising Victor Vargas, EE.UU., 2002.
Dirección y guión: Peter Sollett.
Fotografía: Tim Orr.
Intérpretes: Victor Rasuk, Judy Marte, Melonie Diaz, Altagracia Guzmán, Silvestre Rasuk y Krystal Rodriguez.
Estreno Arte Cinema, en el sistema de proyección DVD.
Lower East Side, dice la remera que lleva Victor. Cuando lleva remera. Porque suele andar en musculosa o en cueros. Opera prima de Peter Sollett, Educando a Victor Vargas es una película de barrio. De barrio latino, en la Nueva York post Torres Gemelas. También es una de iniciación, una comedia romántica, un drama de choques generacionales, más que étnicos. Con considerable retraso se estrena en Buenos Aires, en una única sala y en el sistema de proyección DVD, seis años después de la muy buena repercusión obtenida en la edición 2003 del Bafici. Recientemente, Sollett volvió a incursionar en la comedia romántica adolescente, manteniendo un dejo de realismo callejero pero en plan algo más mainstream, en la exitosa Nick and Norah’s Infinite Playlist. En Argentina la editó en DVD, meses atrás, el desaparecido sello LK-Tel, con el título Nick y No-rah: una noche de amor.
“Acá tenemos privacidad”, le dice Victor a Judy, detrás de la sábana que cuelga sobre su cama y que sirve de cortina separadora de ambientes. Es verdad que Nino, su hermano menor, duerme en la misma cama doble, y que su hermana Vicky lo hace en la de al lado. Pero ahora no están, está solo con Judy, o “Juicy Judy” (La Jugosa Judy), como la conocen en el barrio. Muchacho persistente, que Victor haya logrado arrastrarla hasta su departamento, hasta su cama incluso, no quiere decir que la haya conquistado. Suerte de Je-nnifer Lopez en pequeño, Judy no es fácil. Dice haber tenido unos cuantos novios, aunque habría que ver. Los pesaditos de la cuadra la agreden con guarangadas y circula el rumor de que le dio bolilla a Victor nada más que para tener uno que la defienda. Para llegar hasta ella hubo que recurrir a su hermano Carlos, que cobró intereses por la presentación: hermana por hermana. Es así como Carlos logró sentarse junto a la arisca Vicky, pero sin poder evitar vomitar en el living en cuanto lo hizo.
La primera, notoria virtud de Educando a Victor Vargas, es la proximidad y empatía con que Sollett observa a sus personajes, que volverían a hacerse visibles en Nick y Norah. Así como son latinos, los protagonistas podrían ser italoamericanos, chinos, suecos o cualquier cosa. Suerte de anti-Spike Lee, Sollett da por sentado que la integración no es un problema para ellos, hasta el punto de que el tema ni se toca. La que sí es un problema es Altagracia, abuela materna de Victor y sus hermanos. “Nuestra mamá y papá”, como la presenta en algún momento alguno de ellos. Esa es prácticamente toda la alusión a los padres de Victor durante la película, más allá de la queja de Altagracia a su yerno, que según ella era un mujeriego. Pero, ¿cómo creerle, si se la pasa despotricando a Victor por lo mismo, y lo único que el chico hace es seguirle el tren a sus hormonas? Dueña de un bozo bastante importante sobre el labio superior, a la abuela su ultrapuritanismo católico le juega malas pasadas. No sólo porque lleva a toda la familia a la iglesia, a rezar en bloque, casi como un exorcismo, sino porque es capaz de ir a la comisaría, a denunciar al nieto mayor por corruptor. Todo porque encontró a Nino (¡justo el que toca Bach en la iglesia del barrio!) masturbándose en el baño. Y la culpa, seguro, es del degenerado de Victor.
Siempre próxima, siempre oportuna, la cámara parece un Vargas más, registrando los diálogos sobre chicas de Victor y su amigo Harold, el momento en que éste le pide a Melonie (la mejor amiga de Judy) que se quite los anteojos y se suelte el pelo, el fraseo musical del castellano de Puerto Rico, la transpiración sobre la frente del regordete Carlos o la escena en que Victor le enseña a Nino a pasarse la lengua por los labios, para mojársela y que le quede sexy. Yendo en contra de esa llaneza doméstica, la fotografía de Tim Orr abusa de la clase de filtros cálidos que se usaban hace unos años, saturando cada escena de colores artificiosos. Si no resulta un estorbo, es porque la lente de Sollett se comporta como una Instamatic, captando el momento justo en que la actuada seguridad de Victor da paso a la turbación, el patito feo Melonie se convierte en cisne, o esa versión dominicana de Chus Lampreave que es la increíble Altagracia se queda muda y mirando para adentro, midiendo tal vez su impotencia para contener tanta hormona suelta alrededor.
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